LA VIDA DE UN HIBAKUSHA
Por Agustina Bordigoni
“Aquí, los gritos de dolor eran muchos más que los de pánico y rabia. Con los ojos cerrados y mi cuerpo apretujado en un tumulto de cuerpos, di un paso y después otro más hacia delante hasta chocar de nuevo contra un objeto sólido. Al darme cuenta de que era una columna, me agarré a ella sin saber bien lo que hacía (…) La primera idea que me vino a la cabeza era que el B-29 había arrojado una bomba venenosa que causaba ceguera, y que el blanco principal de ésta había sido el tren de pasajeros.
Me quedé impresionado al ver que casi todas las casas de la estación estaban destruidas, y que el suelo había quedado sepultado bajo un ondulante mar de tejas. Unas pocas casas más allá de la estación, una joven que debía rondar la edad de casarse rebuscaba entre las tejas tirando una detrás de otra, a toda prisa, con la mitad de su cuerpo enterrado entre los escombros, y sin cesar de chillar con voz estridente. Probablemente pensó que gritaba «ayuda», pero el sonido que emitía no se parecía al de la voz humana”.
Las penurias de Yakuso se convirtieron en el reflejo de lo que muchos sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki debieron enfrentar. La radiación podía ser una bomba de tiempo a punto de estallar. Una bomba de consecuencias impredecibles…
La novela “Lluvia negra”, de Masuji Ibuse, cuenta la historia de Yakuso, una joven que se vio sorprendida por la “lluvia negra” radioactiva que cayó sobre Hiroshima. La protagonista, sobreviviente del ataque nuclear, no sobrevive sin embargo a las especulaciones sobre los efectos que la radiación pudo causar en ella: ¿estará enferma?, ¿podrá tener hijos?
Las penurias de Yakuso se convirtieron en el reflejo de lo que muchos sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki debieron enfrentar. La radiación podía ser una bomba de tiempo a punto de estallar. Una bomba de consecuencias impredecibles como aquellas que cayeron sobre las ciudades japonesas atacadas por EE.UU. el 6 y el 9 de agosto de 1945. Tan impredecible es su resultado, que quienes lograron salir con vida no escaparon a sus propios interrogantes y a los de una sociedad desconocedora de sus consecuencias.
Penurias que sobreviven
El término japonés hibakusha significa “persona bombardeada” y se utiliza para nombrar a los sobrevivientes de los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki.
La mayoría de los hibakusha sufrieron enfermedades producto de la radiación a la que fueron expuestos, un daño que, a la par de las lesiones físicas visibles, iba afectando silenciosa y paulatinamente a los organismos con el transcurrir de los años, provocando enfermedades como el cáncer y el deterioro de la salud en general.
Pero, sobre todas las cosas, los hibakusha vivieron para contar el temor por el que constantemente transitan las personas con futuro incierto, bombardeadas también con ese miedo que a muchos los acompañó a lo largo de toda su vida. El miedo a una muerte más o menos inminente, al futuro de las nuevas generaciones hijas de los sobrevivientes, y el miedo general producto del desconocimiento sobre los verdaderos alcances o daños posibles de estos bombardeos nucleares sobre las personas.
La mayoría de los hibakusha sufrieron enfermedades producto de la radiación a la que fueron expuestos, un daño que, a la par de las lesiones físicas visibles, iba afectando silenciosa y paulatinamente a los organismos con el transcurrir de los años…
Así, como los daños invisibles y silenciosos de la radiación, vivieron por años algunos supervivientes. Invisibles y silenciosos, hasta que decidieron manifestarse. Fue el caso de Tsutomu Yamaguchi, el único hibakusha que fue reconocido como sobreviviente de los dos bombardeos (aunque se calcula que al menos fueron 165): el destino se ensañó con este hombre que trabajaba en Hiroshima y vivía en Nagasaki, y que fue víctima de las bombas nucleares y de dos tragedias con tres días de diferencia.
Cuentan que Yamaguchi vivió en el más absoluto silencio por varios días. Herido, por fuera y por dentro, tampoco pudo volver a hablar de los bombardeos durante más de 50 años, hasta que su hijo murió por una enfermedad causada por las radiaciones.
Entonces decidió dedicar el resto de su vida a contar y a escribir sobre su experiencia, para de esa manera advertir sobre los daños irreparables que el armamento nuclear puede causar en el mundo. “Creo que todos deberían ser conscientes de que las bombas atómicas fueron lanzadas no a Hiroshima y Nagasaki, sino a toda la humanidad”, dijo acertadamente otro de los hibakusha, Koji Hosowaka, que en el momento de los bombardeos tenía 17 años y sobrevivió a ellos pero no a los daños físicos ni a los prejuicios.
Otros supervivientes entendieron que para muestra bastaba su existencia misma. Y comprendieron también que eran igual de afortunados y desafortunados, por lo que se hacía imperiosa la necesidad de volcar al papel esas sensaciones.
La nueva generación de escritores
La expresión “Genbaku bungaku” significa “literatura de la bomba” y hace referencia a un tipo de escritura que surgió en Japón luego de los ataques nucleares.
La mayoría de estas obras nacen de la mano de los hibakusha, que contaron en primera persona lo ocurrido en esos días. Poemas, novelas, crónicas y otro tipo de escritos surgieron en el país asiático y fueron censurados en los Estados Unidos, lugar en el que por muchos años fue cercenada la voz de las víctimas.
La mayoría de estos relatos mostraba la dificultad para superar aquella nube negra que lo cubrió todo, los gritos desesperados, las secuelas y el temor posterior a un nuevo ataque.
La expresión “Genbaku bungaku” significa “literatura de la bomba” y hace referencia a un tipo de escritura que surgió en Japón luego de los ataques nucleares. Poemas, novelas, crónicas y otro tipo de escritos surgieron en el país asiático y fueron censurados en los Estados Unidos, lugar en el que por muchos años fue cercenada la voz de las víctimas.
“Cuando se puso el sol, los habitantes de la ciudad comenzaron a huir en masa, aterrorizados. La alarma todavía no había comenzado a aullar, pero río arriba, en los descampados de los suburbios y en las faldas de las colinas, la gente se arremolinaba en grupos (…) El impulso de huir era instintivo, pero las autoridades pronto se ocuparon de dar órdenes estrictas para que nadie se marchara (…) No obstante, hordas de gente escapaban en desbandada, como ratones acorralados, burlando la vigilancia como podían”, cuenta Tamiki Hara en su libro “Flores de verano”, una obra que también fue censurada en Japón durante un tiempo por hablar de la guerra, y que hacía un recorrido por el antes, el durante y el después de los ataques.
Su autor fue un hibakusha pero por poco tiempo. Podríamos decir que no sobrevivió porque no pudo superar la pérdida de su familia y decidió suicidarse en 1951, con apenas 36 años.
A la par surgieron otras obras: Ciudad de cadáveres (1948), Harapos humanos (1951) y Medio Humano (1954), todos ellos de Yôko Ôta; Huevos negros (1946), de Kurihara Sadako; Apuntes de Hiroshima (1965), de Kenzaburô Ôe; Lluvia negra (1966), de Ibuse Masuji; Procesión de un día nublado (1967), Ritual o muerte (1975), La lata vacía y Arena amarilla (1978), de Kyoko Hayashi.
La proximidad con el tema y las vivencias personales también se trasladaron a obras literarias que recopilaron esa información más tarde, como Diarios de Hiroshima (2005) o Cuadernos de Hiroshima (2011), y que atendieron a la necesidad de conocer más a fondo la vida de los sobrevivientes.
El lado menos poético
A nivel práctico, la vida de los hibakusha fue una pelea constante. Por sobrevivir, por educar, por transmitir un mensaje.
Pero también, a 75 años de los ataques y hasta hace pocos días, debieron ser sometidos a una serie de estudios para demostrar que merecían un reconocimiento.
El tribunal de Hiroshima falló a favor de 84 personas que no se encontraban en el radio de la zona que se considera afectada por las radiaciones. Sin embargo, el consumo de agua y alimentos contaminados los convirtió en víctimas de la explosión.
75 años después, algunas víctimas o sus familiares recibirán atención médica gratuita para la gran cantidad de enfermedades que dejó el ataque enmarcado en la Segunda Guerra Mundial.
Las consecuencias, por lo tanto, están escondidas. Aunque muy a la vista en libros, documentales y notas que recuerdan la fecha cada 6 o 9 de agosto.
75 años después, algunas víctimas o sus familiares recibirán atención médica gratuita para la gran cantidad de enfermedades que dejó el ataque enmarcado en la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, los responsables de los primeros y únicos ataques nucleares contra la población en la historia del mundo, nunca entendieron el daño, y aún se dan el lujo de burlar los acuerdos en esta materia.
La vida de una “persona bombardeada” abarca a generaciones enteras, que todavía esperan que la historia y los libros se conviertan en lección.