La Aldea Antigua

EL VESTIDO DESHONESTO

Por Luis V. Olidem

Este texto fue publicado en el Diario La Opinión el sábado 25 de septiembre de 1920

He aquí un tema que ha estado bien de actualidad y que ha sido encarado de mil modos distintos en estos últimos tiempos: ¿cómo debe vestir una mujer?, ¿cuál es el límite de la decencia a este respecto? ¿Qué inconveniente hay para que la mujer no vaya más o menos desnuda? ¿Porque no ha de exponer sus encantos a la admiración de los hombres?

Son estas algunas de las interrogaciones más frecuentes que se oyen en todas partes. Y al final las opiniones se han dividido en dos bandos: el de los que consideran que no hay inconveniente alguno en que la mujer vista como quiera, y el de aquellos que, por lo general, desde el púlpito, fulminan sus excomuniones contra lo que llaman “la deshonestidad en el vestir”.

Ahora bien, existe alguna razón verdadera que, dada la actual organización de la sociedad y nuestras actuales ideas, a las cuales hay que tener muy en cuenta, porque, aunque no estén justificadas suelen traer para la mujer terrible sanciones.

¿Existe alguna razón decimos que haga peligroso para esta última el uso del vestido llamado deshonesto?

Aparentemente no la hay, puesto que, según el criterio corriente, la mayor o menor desnudez no contribuye a hacer a la mujer “de hecho” menos decente o pura, pero desde el punto de vista oculto no existe la menor duda que los que combaten, sin conocer los verdaderos fundamentos del asunto, el vestido poco recatado, tienen toda la razón.

“Ninguna mujer que aspire a llevar una vida pura en pensamiento, palabras y obras- sobre todo en pensamiento-, debe permitirse ostentar jamás desnudeces incitantes…”

Luis V. Olidem– (1920)

Para comprender bien la base de lo que afirmamos, es necesario empezar por decir que las desnudeces llamadas “apetitosas” generan, como se sabe, pensamientos pecaminosos o impuros en quienes las observan.

Y que esto que podría considerarse hasta cierto punto disculpable e inofensivo,-y que el mal sería limitado al afectar a una sola de las partes de la sociedad-,  “no lo es”, si tenemos en cuenta que los pensamientos son cosas, entidades o formas vivientes de las de la fuerza, buena o mala, del que las creó, formas que, viajando rápidas como el rayo de una mente a la otra, se adhieren a la causa que les dio origen, obseden y tientan a las personas o seres a quienes van dirigidas.

Despiertan en ellos pensamientos o vibraciones análogas y, finalmente una de las dos: o acaban por convertirlas en persona mental-pasional y hasta físicamente impuras, o bien les hacen más dificultosa la vida honesta, con la carga cada día más aumentada de las tentaciones y pensamientos.

Es esta la gran razón por la cual ninguna mujer que aspire a llevar una vida pura en pensamiento, palabras y obras- sobre todo en pensamiento-, debe permitirse ostentar jamás desnudeces incitantes, porque sus propósitos se verán sin duda enormemente dificultados por tentaciones cuyo origen desconoce, y que no es otro que el de los pensamientos-fuerzas de aquellos a quienes pretendió deslumbrar con sus encantos.

Un dúo de elegantes amigas disfrutan de un agradable paseo por la actual Plaza Pringles. San Luis, hacia 1927. Foto de José La Vía.