Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

DÍAS DE CARNAVAL

Por Leticia Maqueda

Cuando el verano comienza  a despedirse y se acerca el inicio del tiempo cristiano de la Cuaresma, se celebra la fiesta milenaria del Carnaval. Esta es diferente en cada cultura pero en todas vive el espíritu de disfrute y transgresión. Llegó a estas tierras de la mano de los españoles en los lejanos tiempos de la conquista, y aquí se fusionó con creencias y rituales de las culturas americanas ligadas a la fecundidad de la tierra y de honras a la Pachamama.

Cuando nuestra ciudad era pequeña y estas fechas se aproximaban, se sentía en el aire la vibración de su cercanía. Montado en su caballo de nube al que el viento acompasa el galope, con una pluma en su sombrero y rizos de serpentina, el antifaz cubriendo parte de su rostro, el traje de seda con colores robados al arco iris, la capa con cascabeles, las espuelas de plata en sus botas y sortijas de piedras brillantes en sus manos, llegaba el Espíritu del Carnaval.

 Se sabía de su llegada cuando comenzaban a aparecer en los negocios pomos de diversas formas y colores, paquetes de bombitas, antifaces, caretas de diablos, monstruos, gorilas, figuras caricaturescas y también disfraces de personajes infantiles,  Batman, Poncho Negro, el Llanero Solitario, de princesas, y bailarinas entre tantos.  

Era el preludio del tiempo de Carnaval  y en el aire se respiraba la  alegría de la preparación para la participación en esta fiesta popular.

Se avecinaban los días en que detrás de una máscara o un disfraz se pretendía divertir, asustar, o tan solo asumir una personalidad que no era la propia.

La tradición del anonimato tenía que ver con el espíritu propio de la fiesta, es decir, divertirse y dar lugar a la transgresión sin revelar la identidad. Por unas horas, se podía asumir el papel de los personajes favoritos y en algunos casos de aquellos de los cuales se quería hacer objeto de burla o caracterizar.

En ese entonces, en la ciudad de las cuatro avenidas, esta fiesta era popular, masiva, espontánea, sencilla y divertida. Los niños la esperaban para poder disfrazarse con ropas de poco costo o que se fabricaban por lo general caseramente, y los adultos para disfrutar a pleno de la diversión que los días de carnaval traían.

Por las noches se realizaba el Corso que se organizaba algunas veces en calle San Martín, y otras en la antigua Avenida Quintana.

La comunidad participaba a pleno y espontáneamente, los niños con sus disfraces viviendo por unas horas de fantasía el personaje que representaban, y los adultos disfrazados a los que llamaban mascaritas con su espíritu de transgresión y divertimento.

Coches de plaza adornados con globos llevaban en el desfile del corso a mascaritas o simplemente un grupo con serpentinas, bonetes y otros adornos carnavalescos.

En alegre comparsa pasaban los  fantasmas, los  “gaucho hilacha”, “viejos de la bolsa”, payasos, y gorilas, colombinas, arlequines y todo tipo de personajes moviéndose graciosamente y algunos haciendo  gala de originalidad en sus disfraces.

Era un conjunto colorido, abigarrado y alegre que caminaba al son de la música que transmitían los altoparlantes a lo largo de la calle, a través de un mar de serpentinas, papel picado y espuma que arrojaban los que contemplaban el desfile.

Un gran baile de carnaval, en San Luis, hacia 1928. Foto de José La Vía.

 La gran diversión de esos días de carnaval era la chaya  que no respetaba horarios, aunque el municipio anualmente fijaba las horas en que este juego estaba permitido.

 A la siesta, cuando el sol abrazaba las calles, se iniciaba la chaya feroz. En las cuadras del centro y en los barrios, todos participaban del juego con agua. Corridas por las veredas con baldes con agua que se vaciaban sobre los desprevenidos que pasaban o bien entre los que jugaban, y  más de un golpe ocurría en los pisos de baldosas mojadas de los zaguanes en los que resbalaban los pies descalzos o las ojotas.

Las bombitas de agua eran  elementos temidos. Preparadas se colocaban en un balde con agua para mantenerlas y ya en el juego era una verdadera guerra en la que las bombitas estallaban en la espalda o en otras partes del cuerpo a veces con dolor. Solían a la siesta, en pleno juego,  pasar camiones que llevaban en su acoplado tambores con agua, y gente que con baldes mojaban a los que veían a su paso.

La prohibición municipal de la chaya después de las 18 horas se transgredía. No eran baldazos de agua lo que se podía recibir después de ese horario, pero sí bombitas que se transformaban en un verdadero peligro para aquellos que tenían que ir caminando a alguna actividad prevista. Podía ocurrirle que desde un lugar indetectable se lanzara un bombazo que empapaba sus ropas.  

En esos días se organizaban también los bailes de carnaval. Los del Golf Club eran muy divertidos. Bailar toda la noche tratando de descubrir quién era la persona con la que se bailaba, disfrazarse de tal manera que era difícil ser reconocido y jugar todo el tiempo con la intriga, era parte de la diversión que al final de la noche estallaba en carcajadas compartidas.

El martes de Carnaval a la noche, el Espíritu del Carnaval se marchaba cabalgando en su caballo de nube, lo despedían, los sones débiles de algún baile que en la lejanía se apagaba, le decían adiós ondulantes y olvidadas serpentinas enganchadas en los árboles, y en  las calles que poco a poco se dormían en solitario descanso, los faroles colgantes de las esquinas, cual pañuelos tristes le saludaban mecidos por el viento.

Hermoso tiempo aquel de los carnavales vividos por todos como una auténtica fiesta. Fueron desdibujándose y perdiendo su sentido en el tiempo. En el recuerdo han quedado aquellos corsos sencillos, con características propias de la cultura local, con sus serpentinas, pomos con agua y  mascaritas que hablaban con voz finita. Se los llevó en sus alforjas en su último viaje el Espíritu del Carnaval.

El hoy nos regala para esas fechas días feriados sin sentido, con modos forzados de celebrarlo que imitan costumbres ajenas a las nuestras. Tal vez para muchos resulte entretenida la forma actual de vivir esta fiesta, pero el carnaval con sentido popular, masivo, espontáneo y con connotaciones de la cultura local, en nuestra ciudad casi ha desaparecido.