Por Alejandra Etcheverry

Un campo de rubios girasoles, sostiene un cielo cálido esmaltado,
que tiñen su color en cada nido, hermanos de los pájaros dorados.
 
Tienen su rostro volcado al firmamento, enamorados del rey de las estrellas
y giran en eterno movimiento, como siguiendo del amado cada huella.
 
Quizás el alma en hambre permanente, a Dios lo busque así como hacen ellos,
y sea nuestro sol amor ardiente que consume con cálidos destellos.
 
Hay un canto escondido en este rito, la flor un secreto nos ha dado,
pues dicen que cuando el cielo está nublado, buscan en otro girasol al bien amado.
 
Es que si no lo tienen a la vista, miran al sol en su hermano de al lado.