La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

GUERRAS NO TAN LEJANAS

Agustina Bordigoni

La comunidad armenia en Argentina es la más grande de la región. Las generaciones anteriores a quienes habitan hoy en el país escaparon del genocidio, de las guerras y de la violencia que desde principios del siglo XX no tiene fin.

El actual conflicto entre Armenia y Azerbaiyán en la región de Nagorno Karabaj (por su nombre en ruso que significa Montañas Negras) o Artsaj, como la llaman los armenios, es solo una parte más de una historia que se repite una y otra vez.

Así le cuentan a La Opinión y La Voz del Sud miembros de la diáspora armenia y descendientes de los que en algún momento huyeron de la zona de conflicto. Los orígenes se remontan a los tiempos del Imperio Otomano, en el que ya a fines del siglo XIX se intentó instalar un territorio cultural y políticamente unificado, y en el que el pueblo armenio y cristiano (en un lugar habitado en su mayoría por musulmanes) no tenía lugar.

Todos los testimonios parten además de una realidad muy importante en el medio de esa estrategia: el conocido como genocidio armenio, ocurrido entre 1915 y 1923, que dejó más de un millón y medio de muertos y que hoy solo es reconocido por 30 países (entre ellos Argentina, que lo hizo en 1987).

“El gran karma del pueblo armenio es la negación, el negacionismo. Nunca fue reconocido, nunca fue condenado a diferencia del Holocausto. Cuando Hitler organizó esa matanza dijo: ‘después de todo ¿quién se acuerda de los armenios?’”, cuenta Magda Tagtachian, quien además de periodista y escritora (publicó dos novelas sobre el tema: “Alma Armenia” y “Nomeolvides Armenuhi, la historia de mi abuela armenia”) también es nieta de personas que tuvieron que huir de la matanza en el territorio de lo que hoy es Turquía.

Ahí comienza la historia de un pueblo, convertido en nación, que hoy vive preocupada y con “la angustia de sentir que el genocidio está ocurriendo de nuevo”, asegura Magda, al tiempo que Carlos Varty Manoukian, presidente del Centro Armenio de Argentina, dice en el mismo sentido que “el impacto humanitario de no parar con este ataque va a ser otro genocidio”.

El término genocidio se acuñó mucho después del armenio pero, asegura Magda, “la realidad es que los nazis tomaron el método de exterminio, lo calcaron de los turcos. Fue la primera escuela de cómo eliminar un pueblo. Mis abuelos, como todos los de la diáspora, se escaparon como pudieron. Mi abuela se vino a Argentina con 14 años y nunca habló, hasta sus 65 años, sobre las barbaridades que le habían hecho porque no se animaban a hablar. A nuestros abuelos les mataron a toda su familia, decapitaron a sus hermanitos delante de ellos, hicieron barbaridades”.

De esa historia escaparon los familiares de María Rosa Anazonian, descendiente de armenios y segunda generación nacida en Argentina, que desde hace 6 años vive en Armenia: “en el genocidio armenio perpetrado 1915 por el Imperio Otomano, en medio de la Primera Guerra Mundial, Turquía extermina a casi todo el pueblo”, asegura, y compara la situación actual con la de ese entonces, ya que dice que mientras el mundo estaba distraído en la Gran Conflagración ocurría una matanza similar a la que podría ocurrir ahora con los ojos del mundo puestos en la pandemia.

“Mi abuela se vino a Argentina con 14 años y nunca habló, hasta sus 65 años, sobre las barbaridades que le habían hecho porque no se animaban a hablar. A nuestros abuelos les mataron a toda su familia, decapitaron a sus hermanitos delante de ellos, hicieron barbaridades”…

Magda Tagtachian, periodista y escritora

Artsaj, la zona de conflicto

El terrirorio de Artsaj (o Nagorno Karabaj), que reclama su soberanía como República independiente y que hoy es centro de conflicto, “es una región que ancestralmente fue habitada por población armenia y que siempre fue habitada por armenios”, cuenta Alex Hadjian, encargado de prensa del Centro Armenio de Argentina. Sin embargo internacionalmente sigue reconocido como parte de Azerbaiyán, algo que data de 1921, cuando Stalin unilateralmente (y “arbitrariamente”, coinciden Alex y Magda) le cedió estos territorios como región autónoma y como moneda de cambio en medio de una negociación.

Desde entonces la convivencia entre turcos y armenios fue pacífica, cuenta Magda, pero la realidad es que el pueblo armenio de Artsaj pretendía para sí una nación independiente en la zona, y no pertenecer al país al que se los había asignado por una decisión política ajena a sus intereses. “El gobierno soviético nunca escuchó al pueblo de Artsaj”, asegura Alex, en referencia a la voluntad de la población de no pertenecer a la República Socialista de Azerbaiyán.

De la guerra de los 90 a la de los 4 días

Cuando la URSS comenzaba a debilitarse y los movimientos independentistas se hacían sentir en las repúblicas desmembradas, el pueblo de Artsaj recuperó el impulso para convertirse en una nación libre. Sin embargo, los intereses chocaron con una guerra entre 1988 y 1994. Armenia, que se constituyó finalmente como país en 1991, apoyó los intereses de Artsaj en contra de Azerbaiyán, que pretendía quedarse con el territorio cedido.

La guerra terminó, Artsaj decidió hacer un plebiscito y declararse República independiente, pero no recibió aún el reconocimiento de la comunidad internacional, aunque en la práctica y desde entonces tiene una organización autónoma. En 1994 se firmó un cese del fuego mediado por el Grupo de Minsk, en el que participaron Francia, Rusia y los países interesados.

A partir de allí, cuenta Magda, la de Artsaj y Azerbaiyán se transformó en “una frontera caliente”, en la que no había guerra, pero en la que tampoco se respetó el cese del fuego, ya que sí se producían diferentes enfrentamientos y hechos violentos.

En 2016 esos hechos se transformaron en la llamada “Guerra de los 4 días”, que precisamente duró ese tiempo y que forma parte de lo que son períodos de más o menos tensión, una situación que se agravó en septiembre de este año en lo que Alex considera “la mayor escalada de los últimos 30 años”.

La situación actual

Con los ataques que comenzaron en la zona de Nagorno Karabaj el 27 de septiembre, afirma Magda, gran parte de la población tuvo que huir de Artsaj rumbo a Armenia por temor.

El mismo temor tienen quienes viven en Armenia como María Rosa, que asegura que si bien por ahora no hay ataques en Ereván, la capital del país, “hace semanas atrás sí hubo drones volando hasta 40, 50 kilómetros, muy cerca, que fueron desactivados” y que “la realidad es que toda la población de Armenia, en todas las ciudades y todas las provincias, tiene la mochila de emergencia preparada para que en cualquier momento que suene la alarma puedan refugiarse en los lugares previstos para esta situación”.

El mismo temor tienen también algunos amigos y familiares de Magda, con quien ella se comunica en llamadas o videos cortos para no comprometerlos, pero ante la imperiosa necesidad de saber si se encuentran bien.  

“Armenia y Artsaj no quieren la guerra, lo único que buscan es vivir en paz”, dice Carlos, una idea que repiten los entrevistados una y otra vez. “Nosotros la realidad es que ni siquiera queremos la guerra: ¿por qué vamos a querer pelear por algo que tenemos nosotros?”, enfatiza María Rosa.

Se trata de un conflicto, según todos coinciden, que se pelea de manera desigual: “Turquía y Azerbaiyán tienen 90 millones de habitantes, contra Armenia y Artsaj con 3 millones. Turquía y Azerbaiyán ocupan una superficie de casi 900.000 kilómetros cuadrados, contra Armenia y Artsaj de casi 50.000. Es una lucha terriblemente desigual”, asegura el presidente de la Comunidad Armenia, mientras Alex refuerza la idea: “hay un apoyo explícito de Turquía que esta vez está involucrada directamente en los bombardeos con armamento militar, con apoyo logístico, con presencia del ejército, asesoramiento y envío de mercenarios de agrupaciones extremistas islámicas”.

El papel de la comunidad internacional

Partiendo desde el genocidio, reconocido apenas por un puñado de países, la falta de condena internacional a la situación en Artsaj es lo que mueve al pueblo armenio a manifestarse y a reclamar el fin del conflicto.

Pero la pregunta que surge es: ¿por qué la comunidad internacional, que condena el accionar de otros países, no condena o no actúa en este caso en particular? La respuesta para Magda es clara. Según afirma, es el Estado de Turquía el artífice de todo esto: la idea es la del establecimiento de una gran nación turca en la que, una vez más, los armenios no tienen lugar.

Azerbaiyán en esto es solamente un eslabón de un plan mucho más grande de Recep Tayyip Erdogan, el presidente turco. Y entonces la condena no llega o es insuficiente ya que para Estados Unidos el país es de una importancia estratégica gigante (y de hecho tiene bases militares allí), mientras la Unión Europea depende de Turquía para perpetuar un acuerdo migratorio firmado en 2016, por el que este país actúa como un colador evitando la llegada de refugiados sirios que Europa se niega cada vez más a recibir.

Frente a la falta de acción internacional es el mismo pueblo el que se moviliza: “las grandes comunidades armenias están haciendo reclamos y contra eso nadie nos va a poder parar, porque somos nosotros que estamos saliendo a la calle para que la gente y el mundo nos escuche por primera vez”, concluye María Rosa.

Magda, por su parte, asegura que este conflicto, por todas sus aristas, puede tener consecuencias mucho más allá del pueblo armenio: “está todo conectado y por eso esto que estamos viviendo puede incluso desatar una Tercera Guerra Mundial. Acá sienten que estamos muy lejos, pero no estamos muy lejos”.

Más allá de las consecuencias y el rumbo que pueda tomar el asunto, en definitiva, lo que busca la comunidad armenia es que ese karma negacionista no los silencie una vez más. El grito de paz debe escucharse independientemente desde dónde venga, porque al fin y al cabo la humanidad aquí y allí es una sola. Y porque, al final de cuentas, Artsaj está más cerca de lo que parece.