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GUERRAS EN RED

Por Agustina Bordigoni

Mientras Trump anuncia por Twitter sanciones contra Twitter, los CEOs de las grandes empresas tecnológicas estadounidenses son juzgados por el Congreso y la compañía china que maneja TikTok es acusada de espionaje; el mundo empieza a pensar que ya no está en juego qué datos entregamos, sino a quién.

Dentro de estos planteos –que no son nuevos pero sí crecientes– sobre el papel de las redes sociales, hay enfoques totalmente contrapuestos: en EE.UU., país del que provienen la mayor cantidad de estas firmas, los demócratas opinan que el principal peligro deviene del indebido uso de datos frente a la competencia (tal el caso de Amazon, que utilizó información de sus clientes para crear productos similares y a menor costo comparativo); mientras que para los republicanos el problema radica en la supuesta censura de las redes hacia los contenidos más conservadores. La idea se reforzó luego de que Twitter emitiera aclaraciones sobre opiniones del actual mandatario y candidato a la presidencia, Donald Trump.

Más allá de la complejidad del tema, no resulta en cambio complicado comprender que ya no somos dueños de nuestras intenciones, no al menos en lo que al mundo digital respecta.

Sea como sea, e independientemente de quién tenga la razón, la influencia económica, política y cultural de las redes sociales es imposible de medir. Pero existe y es enorme. Por eso se discute la existencia de monopolios cuyos clientes provienen de todos estos sectores, incluso sin saber que son blanco de sus futuras ventas.

Más allá de la complejidad del tema, no resulta en cambio complicado comprender que ya no somos dueños de nuestras intenciones, no al menos en lo que al mundo digital respecta.

El manejo de la economía

Una de las acusaciones del Comité de Seguridad de la Cámara de Representantes, la entidad que tomó declaración virtual a los dueños de Google, Amazon, Apple y Facebook, tiene que ver con las prácticas monopólicas. En definitiva: usar la información para destruir a la competencia, convertirse en los únicos oferentes, y ganar nuevos mercados.

El principal problema que se presenta es que las leyes antimonopolio son deficientes para tratar el tema. A las empresas se las acusa de monopolio, pero muchas de ellas, como Facebook, no cobran un centavo a sus usuarios. Lo que hacen es, en realidad, vender a sus usuarios. No es poca cosa, ya que son más de 2000 millones en todo el mundo.

Sin embargo, si somos estrictos en la definición y entendemos como monopolio a un mercado en el que sólo participa una empresa y en el que los productos que ofrece no tienen sustitutos, y, además, que en este sistema la empresa puede fijar precios (ya que carece de competencia), resulta difícil inferir que estos gigantes tecnológicos sean monopólicos, al menos según esta simple acepción del término. Esto, aunque en la práctica y por otras vías puedan serlo.

A las empresas se las acusa de monopolio, pero muchas de ellas, como Facebook, no cobran un centavo a sus usuarios. Lo que hacen es, en realidad, vender a sus usuarios. No es poca cosa…

Convertidas en monopolio en otros servicios diferentes a los tecnológicos (y para los cuales fueron creadas), las empresas lograron hasta ahora burlar la legislación y fijar precios, aplastar a la competencia (y por lo tanto no tener sustitutos) y manejar prácticamente todo el mercado. Podríamos entender entonces que el crecimiento de otras compañías como TikTok no solamente constituye una amenaza al ganar adeptos sino también al conquistar otros mercados, con lo que el monopolio dejaría de existir.

Aquí pueden enmarcarse las medidas para que TikTok o WeChat vendan sus acciones a compañías estadounidenses: y es que un monopolio solamente puede funcionar mientras otras empresas no puedan ingresar a ese nicho de mercado.

En tal caso el monopolio ya no sería de una empresa sino de un país: Estados Unidos. 

Políticamente influyentes

Para demostrar la capacidad de las redes sociales en los asuntos políticos, basta nombrar dos claros ejemplos: por un lado, el papel que jugaron y continúan jugando en las revoluciones o revueltas populares. Desde la primavera árabe hasta la actual crisis en Bielorrusia, pasando por cientos de manifestaciones, podemos decir que muchas de ellas surgieron por una convocatoria virtual. Por otro lado, las redes ayudaron a políticos a ganar elecciones, ya sea fomentando cierto tipo de contenidos (fue el caso de Trump en 2016, cuando se acusó a las redes de fomentar cierto tipo de mensajes de odio que perjudicaron a los demócratas), o recabando información muy valiosa para los partidos. Se trata, en definitiva, de un absoluto detalle sobre lo que leemos, compartimos o consumimos. No existe, quizás, mejor manera de conocer al electorado. 

Ahora bien: si las empresas tecnológicas pueden convencer y convocar, está todo dicho. Mantenerlas como aliadas podría ser la estrategia de muchos políticos, que pueden optar por esto o bien por inclinarse hacia la opción de generar una competencia para este monopolio de la información.

Trump sigue tuiteando y anunciando medidas y posturas en la red social, además de ser el candidato que más invierte en avisos publicitarios en Facebook.

Hasta ahora, el gobierno de Trump parece dar señales contradictorias. Por una parte, emite órdenes ejecutivas para quitarles protección a las empresas tecnológicas en cuanto a su responsabilidad por los contenidos vertidos por sus usuarios, pero por otra intenta impedir que empresas de otros países (en especial chinas) ganen mercado en el territorio nacional.

Mientras tanto, sigue tuiteando y anunciando medidas y posturas en la red social, además de ser el candidato que más invierte en avisos publicitarios en Facebook. Avisos, que, por cierto, fueron duramente criticados por difundir información falsa.

Cultura del mercado

Además de que las redes sociales cambiaron nuestra forma de interactuar y relacionarnos (lo cual es, también, una cuestión cultural), lo más importante es que no solamente controlan la información sobre lo que leemos, escuchamos y consumimos, sino que también guían nuestras opciones hacia nuevas lecturas, gustos musicales y hábitos de consumo.

Hecha la rueda y la trampa, las modificaciones de conducta a corto y largo plazo pueden tender a “unificar” de alguna manera a los usuarios, lo que contribuye a que el resto de los monopolios sigan funcionando a nivel globalizado. La oferta está lista para los demandantes unánimes.

“Facebook representa un conjunto de principios básicos que dan voz a las personas y oportunidades económicas (…) Y a medida que aumenta la competencia global no hay garantía de que nuestros valores triunfen”, dijo Mark Zuckerberg ante la Comisión que evaluaba el accionar de su compañía.

¿Soberanía digital?

Si las firmas de tecnología saben nuestros gustos, intereses, preferencias políticas –y las de nuestros contactos también–, deberíamos preguntarnos los alcances de nuestras vidas virtuales. ¿Cuánto de lo que compramos (sean bienes, servicios o políticos) sale de una decisión libre e individual?

Mucho se habla de conquistar la soberanía digital, lo que significa que la tecnología debería ser, en realidad, un medio para empoderar a los ciudadanos a través de una información accesible y confiable que permitiera sacar a cada uno sus conclusiones. Al mismo tiempo, esta soberanía implica un plano personal, uno que tiene que ver con el cuidado de los datos de los usuarios, o al menos con el derecho al conocimiento mínimo de saber hacia dónde van y para qué serán usados.

Para eso, haría falta un nuevo contrato social, con nuevas reglas sobre lo que es privado y lo que es público, una opción difícil de tomar en este momento, dado el avance irreversible de la información que ya está en “la nube”.

La guerra comercial, tecnológica y diplomática entre China y EE.UU. no ha sido más que una excusa para dar batalla en este campo: quien controla la información controla todo, y quien controla todo lo puede seguir haciendo.

Mientras tanto, las empresas tecnológicas se disputan un monopolio poco convencional, que entra dentro de todas las reglas de competencia desleal pero que no responde a leyes específicas que delimiten sus acciones. Hasta ahora todo han sido advertencias o no han pasado de pequeñas multas.

La guerra comercial, tecnológica y diplomática entre China y EE.UU. no ha sido más que una excusa para dar batalla en este campo: quien controla la información controla todo, y quien controla todo lo puede seguir haciendo. Tal es, ni más ni menos, el dilema.

Por eso, la pelea por manejar este enorme mercado no es inútil ni virtual. Se trata de una red de conflictos dentro de una red que –aunque parezca enorme–, es mucho más pequeña que todo lo que está realmente en juego. 

Los dos gigantes, las dos potencias que se disputan hoy en territorio estadounidense el dominio de una u otra empresa tecnológica, probablemente extiendan su contienda al resto del mundo.

Este tipo de guerras, las que se libran online, son más imperceptibles pero no por eso menos peligrosas.

Puede que estas próximas conflagraciones nos tengan incluso como protagonistas, aunque nunca lo lleguemos saber.

Como en los tiempos de la Guerra Fría, tanto China como EE.UU. buscarán sus zonas de influencia, pero esta vez sin soldados más que los datos que existen en la red.