Por Alejandra Etcheverry

Hay historias que siempre se repiten y no por eso parece que las vemos,
piecitos que se pierden en el hambre cuando el dolor del otro se vuelve ajeno.
 
Cuántas veces bajo el ojo de la luna, otros ojos pequeños se perdieron,
los ojos abiertos del espanto, ojos de llantos que asustados se escondieron.
 
Dos figuras recorren las ciudades y dejan un manto pestilente,
dos hermanas feroces, singulares, con paso despiadado e insolente.
 
Una camina sin vergüenza por las calles, se come de las camas la inocencia,
sin pudor destroza los hogares, vestida de rojo camina la Violencia.
 
Sus hijos acechan con caretas, esperando cobrar en las esquinas,
y también macerando en las botellas sus almas de licor, droga y nicotina.
 
La otra hermana se viste de egoísmo y sacude su soberbia y su bajeza,
indiferente al mundo se arrastra fría, sin rostro, sin alma y sin cabeza.
 
Y la luna nos mira desde el cielo, con lágrima de duelo y de tristeza.
Una niña remonta un corazón, vuela hasta su luz y no regresa.