Expresiones de la Aldea, La Aldea y el Mundo, Tertulias de la Aldea

PELOTA DE TRAPO

Por Darío Oliva

Recuerdo la vez que armé una pelota con trapos, / y la pateé con ganas, con bronca, con alegría y orgullo, / porque el dueño de la otra, la de “verdad”, / la que le compraron sus viejos, último modelo, ni oler me la dejaba, / no fuera que mi negritud o mi pobreza ranquel lo contagiaran. / Y gambeteé con la mía, hilachita de sombra áspera con alas de mariposa, / cada pedazo de infancia ganada en la tierra, / en el barrio y la canchita al sol, rodeada de yuyos. / Le gambeteé al destino perro / que me dejó guacho apenas nacido, / guacho de madre, la madre que me parió y abandonó, tirado en calle de barro ignominioso, / con el llanto descociéndome los huesos, / madre de la que guardo un nombre y se tomó el palo, lejos, donde apenas la alcanza a rozar mi recuerdo, / como un gélido y violento viento de invierno.

Con esa pelota forjé mi escudo contra el mundo: / -otra que el muro, la guerra fría, férrea contra el desamparo-. / Y era Maradona. Por supuesto que era Maradona. / Me arengaba, me apostrofaba su rebeldía, su completud fundida a la mía. / Maradona contra los ingleses a mis 10 años, / (el 10 como bandera), junio del 86, en el Azteca. / Y contra cualquier poder de turno. / Me vengaba del “Inca-la-perra”, / y le hincaba el diente al hambre, a la imposibilidad de ser feliz/ con la maravilla de mi maltratada pelota de trapos./ Y hoy, que tengo 44, y un desfile de llanto/ se agolpa en la Rosada –con lluvia de palos ordenados por la rata de Larreta-, / y camisetas de todos los equipos del mundo transpiran sobre el féretro / ese embotado desfallecimiento de no creer / que un dios de oro y barro, impiadoso ante los contrarios, / haya muerto, o haya partido al más allá remoto, / a la tierra de los bienaventurados, a las Hespérides, / o el Olimpo, o los Campos Elíseos, / también mi infancia de privaciones se ve fracturada, envejecida, “desmafaldada” / (porque incluso Quino nos dejó hace apenas unos días / con la sonrisa hundida en el llanto de una oruga, / y suena Sabina de fondo con sus Dieguitos y Mafaldas, ¡qué copiosa ironía!).

Y me regreso a ese sudor espeso de potrero, / en tardes de rabiosos veranos y lentos inviernos en Villa Mercedes, / y a la cofradía bullanguera, frente al viejo televisor de la sala, / junto a mis hermanos y a mi exultante viejo, / mi viejo vivo, viendo al “barrilete cósmico” romper el arco de la Vía Láctea, / con el ingenio de su mano divina y su trazo mágico, descabezando ingleses en el césped, / y dejar helados, boquiabiertos, estupefactos, / a los piratas de la reina y de la “dama de hierro”. / (El clamor por Malvinas cobra venganza por los muertos, / y por los desaparecidos en dictadura. “La casa robada” “está en orden”). / Y después vuelvo a la foto, abrazado a mis dos hermanos, / con remeras de Argentina, un fútbol Nª5, y una copa de utilería, prestados, / y quisiera que no pasara el tiempo, / que mis ojos no desfondaran en el fondo amargo de este día, / porque no puede morir lo que nunca debe morir, y es nuestro sueño, / hecho de carne y huesos, equivocaciones y padecimientos, / pero nuestro sueño al fin de cuentas.

¡Y cómo y cuánto cuesta escribir esto que me apuñala el pecho!, / por defecto y de lleno, / y no es más que una catarsis desquiciada, / catarsis de niño que ya no tolera el abandono. / ¡Que la muerte se vaya a freír churros! / El Diegol seguirá vivo en cada potrero y en cada pelota de trapo.

En 1973, un Maradona aún desconocido deslumbró en Embalse, provincia de Córdoba, en los Juegos Evita.