Expresiones de la Aldea, San Luis

VUELTA Y MEDIA

Por Jorge Sallenave

—Según nos han dicho han comprado varios campos en la provincia vecina.

—Si esto fuera cierto, ¿cuál sería nuestra equivocación? —susurró Ángel—. Por lo que sé nuestro dinero era válido cuando sacamos el depósito.

Otro de los oficiales los amenazó.

—Hemos recorrido esta provincia y la colindante. No existen los supuestos campos.

—Les quiero mostrar algo –dijo Rolando.

Esta factura demuestra que pagamos el impuesto por el primer premio. No se dejen llevar por los comentarios del poblado. Por lo tanto, estamos al día con esa inspección.

Además, siguiendo a mi amigo cuando retiramos el depósito no existía ninguna prohibición.

Es posible que al dinero lo giráramos al exterior. Si fuera así no lograrían determinar en qué país se encuentra. Les ruego que no nos molesten más, sobre todo si se llevan por los chismes del pueblo.

Los oficiales se levantaron y partieron.

—Santa Mónica, te agradezco, creí que esos tipos iban a allanar la casa —agradeció Eli.

—¿Qué iban a encontrar? —preguntó Ángel.

—El oro que tenemos guardado.

—¿El escondite? Dudo que el más perfecto de los oficiales lograra encontrarlo, mi querida mujer, cómo se nota que nunca le prestaste atención al trabajo que hicimos con Rolando.

—Hiciste un túnel al lado de la cancha de taba.

—El túnel está cubierto con tierra, como si nadie hubiese trabajado allí. No muestra el mínimo espacio libre. Llega hasta el lavadero y se profundiza debajo de la caja de agua, ni una baldosa tocamos.

Ilustración de Stefano Vitale.

—Por lo tanto, no podemos llegar hasta allí —afirmó Eli.

—Con mucho trabajo, pero no te preocupes que no será cosa tuya, para darte tranquilidad hemos guardado algunos gramos debajo de un cuadro y un mínimo de dinero para poder vivir mientras el gobierno nacional se aquiete.

—Mejor así, la comida se ha ido por los cielos y es necesario comprarla —protestó Eli.

—Tu esposo no solo sabe tirar la taba, también es un experto para esconder cosas —sonrió Rolando.

Eli tuvo razón. Las personas se volcaron a los supermercados y almacenes. Compraban todo lo que podían, tropezando con los empleados que no se cansaban de remarcar.

Las góndolas se vaciaban hasta agotar la mercadería. Al fin se vaciaban en forma definitiva y las puertas de ingreso se cerraban, descendían las cortinas y los pocos empleados que se mantenían dentro de los negocios les hacían señas que no había más mercadería.

Acostumbrada a hacer las compras Eli elegía fideos, arroz, harina, azúcar. Llenaba los carritos, iba por la caja y pagaba. Si tenía tiempo regresaba dos o tres veces hasta que la mercadería se acababa.

Los madrugadores veían llegar los camiones de las provincias vecinas, los remarcadores ponían los nuevos precios cruzándose con los repositores. A media mañana las góndolas se vaciaban, las puertas se cerraban y las cortinas también. Luego de unos días los negocios no abrían.

No solo la ciudad pequeña se quedaba sin comida. El país entero no tenía para alimentar a su gente.

La ventaja de la ciudad pequeña es que conseguían chivos, algún lechón, leche en los campos que la rodeaban.

En esta cuestión estaban los tres amigos que abonaban buen dinero a las personas que les vendían en los campos. Esa gente guardaba el dinero porque seguía creyendo en una recuperación del país.

Total, que la comida la tenían y no pensaban recorrer los escasos almacenes gastando la ganancia obtenida.

Ángel volvió a tirar la taba, Rolando se ocupaba de asar los animales y Eli realizaba con harina o arroz el acompañamiento de la carne. No siempre lo hacía porque tenía en claro que, si no ahorraba, las compras no le durarían mucho.

El uso de la parrilla les trajo un mal momento.

Se disponían a cenar cuando un grupo de tres hombres se subió a la pared, dejándose caer dentro del patio de la casa, sorprendiendo a Rolando que cortaba un chivo, a Ángel que hacía los últimos tiros de la taba y a Eli que calentaba el resto de lo que comerían.

Los tres desconocidos llevaban en las manos cuchillos amenazadores.

—Queremos comer —dijeron.

Ángel intentó resistir, pero la mano de Eli lo contuvo.

—Llévense la comida —dijo Eli—. No nos hagan nada.

Los tres hombres que habían cruzado la pared cargaron el chivo y las tortas llenándose los bolsillos.

—Tenemos hambre, también nuestras familias, sentimos el olor y decidimos robarles. No es nuestra intención hacerles daño. Lo lamentamos, pero el hambre es una cosa seria —dijo uno de los tres desconocidos.

Los dejaron ir sin oponerse. Tanto que les abrieron la puerta del garaje.

Ilustración de Stefano Vitale.

Ya solo, Ángel agradeció a Eli por haberlo detenido.

—Hay muchas personas con hambre, será conveniente comer dentro de la casa.

El Estado nacional comenzó a recuperarse, pidió al exterior que le hicieran prestamos con alto interés. Los sueldos cayeron con rapidez. Los tres amigos tenían suficiente dinero para cubrirse de las eventualidades.

En dos oportunidades debieron recurrir a un usurero de la pequeña ciudad para que les cambiara algo de oro.

Micheli, el usurero, les pagaba mucho menos de su valor.

El intendente del pueblo, quien hacía muchos años que ostentaba el título, estando cerca de las elecciones, determinó que haría ciertas obras públicas. En especial, un parque que ocuparía la casa de Ángel y Eli,

La ordenanza tomaba forma. Micheli, el usurero, por considerarlos clientes, fue quien les informó de la misma.

Los tres amigos evaluaron la posibilidad de trasladar el oro escondido a la casa de Rolando, antes que fueran desposeídos del lugar.

—Supongo que cualquier traslado será visto por alguien —opinó Rolando.

—¿Entonces? —preguntó Ángel.

—Si habláramos con el intendente dejaría sin valor la ordenanza.

—No lo creo —afirmó Eli—. No tardará en atar cabos. Supondrá que escondemos algo.

—¿Cuál es tu idea princesita?

—Visitemos a un criollo que viva en el desierto y nos permita hacer un pozo.

—¡Dejá de soñar Eli! El criollo es una persona curiosa y no tardará en encontrar algo —dijo Ángel, dejando de lado la idea de Eli.

—Sé que el intendente es medio temeroso. Creo que una extorsión será nuestra solución.

—¿Contratarás un delincuente? —observó Ángel.

—Nosotros seremos los delincuentes. Nuestro intendente debe enfrentar una elección dentro de dos meses. Se ha acostumbrado a no tener oposición, también sé que es una persona miedosa. De alguna forma lo pondré ante una posible muerte, incluida la familia.

—Es posible, pero no bien cités la ordenanza quedará a la vista que nos lleva algún interés.

—Siempre y cuando determine esa ordenanza. No sucederá lo mismo si mi intención sea citar veinte o treinta ordenanzas que no tienen ningún valor y ni siquiera se han cumplido.

—Manos a la obra —afirmó Ángel.

(Quinta entrega)