La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

CUANDO LO PERSONAL ES POLÍTICO

Un recorrido por las ideas y las luchas que movilizaban a la filósofa y escritora Simone de Beauvoir. Su legado hoy inspira a los movimientos feministas

Por María José Corvalán

“El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”,  es una de las frases más significativas de Simone de Beauvoir, filósofa, escritora, novelista, pensadora y activista feminista que influyó en generaciones hasta nuestros días. 

¿Cuándo se es cómplice? ¿Cómo se identifica al opresor? ¿Quienes sostienen el sistema opresor y por qué? ¿Por qué esto es una cuestión de género?

Simone de Beauvoir nació en París el 9 de enero de 1908 en una familia acomodada y muy católica que le generó, quizás, sus primeras inquietudes en relación al rol de las mujeres en la sociedad. Estudió en un colegio religioso junto a su hermana Hélène mientras descubría su ateísmo y el desprecio de su propio padre por el solo hecho de ser mujer.

Fue una alumna brillante de la Sorbona y luego de egresar dio clases en dos liceos hasta 1943, año en que publicó su primera novela: “La invitada”. Esta obra cuenta la historia de un triángulo amoroso entre dos hombres y una joven que pone en el tapete los condicionamientos y mandatos de la época y la desigualdad de género a la hora de decidir y ejercer la libertad.  A este le siguieron “La sangre de los otros”, en 1944 y el ensayo “Pyrrhus y Cineas”, también en el mismo año.

Simone y Jean-Paul

Mientras Simone cursaba filosofía en 1929 conoció a Jean-Paul Sartre y desde ese momento nunca más se separaron, y aunque tampoco se casaron ni establecieron vínculos tradicionales, forjaron una relación de profundo amor, respeto y construcción de pensamientos colectivos. Se potenciaban.

En lo personal ambos mantenían relaciones sexoafectivas con otras personas pero compartían con exclusividad sus ideas literarias y escritos filosóficos. Simone, que era bisexual pero no se rotuló en ese sentido,  tuvo amoríos con mujeres y con algunos varones como el escritor estadounidense Nelson Algren y el escritor francés Claude Lanzmann.

Compartían la pasión por las ideas revolucionarias y la forma de ver el mundo, al punto tal que se sabe que Jean-Paul jamás publicó un escrito sin la aprobación previa de su compañera.

En lo social, eran como estrellas de cine. Ambos eran amantes de tomar café y mantener largas conversaciones, pero todo para la pareja tenía connotación política.

En el París de esa época había un café muy renombrado por el Boulevard Saint-Germain, en el Distrito VI de París, al que iban personalidades destacadas del gobierno y de la clase alta parisina, por lo que Simone y Jean-Paul decidieron evitar interactuar con estas personas y tomaron una mesa del bar del frente. Desde ese momento el café de las flores se convirtió, hasta hoy, en un reducto de artistas, librepensadores e intelectuales que elegían el lugar solo para sentarse cerca de quienes admiraban.

El segundo sexo

“El segundo sexo” es una obra clásica y punto de partida del feminismo contemporáneo.

“Durante mucho tiempo dudé en escribir un libro sobre la mujer. El tema es irritante, sobre todo para las mujeres; pero no es nuevo. La discusión sobre el feminismo ha hecho correr bastante tinta; actualmente está punto menos que cerrada: no hablemos más de ello. Sin embargo, todavía se habla. Y no parece que las voluminosas estupideces vertidas en el curso de este último siglo hayan aclarado mucho el problema. Por otra parte, ¿es que existe un problema? ¿En qué consiste?”, se preguntaba y reflexionaba Simone en su libro.

La autora caracteriza las opresiones y mandatos que sufrimos las mujeres, la falta de oportunidades y la problemática de ser confinadas al hogar para ser vistas como meras reproductoras y cuidadoras, caracterizadas como débiles e incapaces de desarrollar las mismas tareas que los varones.

Esta foto es la portada de la edición francesa del segundo volumen de Force of Circumstance (1972).

“El varón realiza el aprendizaje de los juegos, de su existencia, como un libre movimiento hacia el mundo; rivaliza en dureza e independencia con los otros varones y desprecia a las niñas.

Cuando trepa a los árboles, como cuando pelea con sus amigos o los enfrenta en juegos violentos, capta su cuerpo como un medio de dominar a la naturaleza y un instrumento de combate; se enorgullece tanto de sus músculos como de su sexo y, a través de los juegos, deportes, luchas, desafíos, pruebas, encuentra un empleo equilibrado de sus fuerzas; conoce al mismo tiempo las lecciones severas de la violencia, y aprende a recibir los golpes y despreciar el dolor y las lágrimas de la primera edad.

Emprende, inventa, se atreve. Se hace ser al hacer, con un solo movimiento.

En la mujer, por el contrario, hay desde el principio un conflicto entre su existencia autónoma y su «ser-otro»; le han enseñado que para agradar hay que hacerse objeto, por lo cual tiene que renunciar a su autonomía.

Es tratada como una muñeca viviente y le niegan su libertad, con lo que se anula en un círculo vicioso, pues cuanto menos ejerza su libertad para comprender, captar y descubrir el mundo que la rodea, menos recursos encontrará en sí misma y menos se atreverá a afirmarse como sujeto”.

No hay dudas de que sus argumentos suenan a muchas de las frases que hoy leemos en las redes sociales o a intervenciones que escuchamos de feministas actuales, sin embargo, tienen más de 70 años. De Beauvoir aborda en su libro la situación de la mujer desde todos los puntos de vista y espacios, no sólo públicos sino también privados.

La escritora asegura en “El segundo sexo” que no se nace mujer sino que se llega a serlo, y que esta construcción cultural y social excede lo biológico. También afirma que la igualdad económica, el acceso a la educación, al trabajo y a las oportunidades son lo que permiten que las mujeres logremos ser vistas.

“Solamente cuando las mujeres empiezan a sentirse en su casa sobre esta tierra vemos aparecer una Rosa Luxemburgo, una Madame Curie. Demuestran con brillantez que no es la inferioridad de las mujeres lo que determina su insignificancia histórica: su insignificancia histórica las condena a la inferioridad”.

Simone desde adolescente se declaró atea, decidió no casarse y tampoco tener hijos aunque luego adoptó a una niña, Sylvie Le Bon de Beauvoir que en la actualidad se dedica a estudiar y recuperar los escritos de su madre.

“Las cargas del matrimonio siguen siendo mucho más pesadas para la mujer que para el hombre. (…) Hemos visto que las servidumbres de la maternidad se han reducido con el uso -confeso o clandestino- de control de natalidad; pero la práctica no se ha extendido universalmente, ni se aplica con rigor; dado que el aborto está oficialmente prohibido, muchas mujeres ponen en peligro su salud con maniobras abortivas sin control, o se ven abrumadas por numerosas maternidades. El cuidado de los hijos y las tareas domésticas están a cargo, de forma prácticamente exclusiva, de la mujer.” Por eso ella sostenía que el control natal y el aborto legal permitirían a las mujeres conseguir maternidades libres y deseadas.

Opresores y oprimidas

“Uno de los beneficios que la opresión ofrece a los opresores es que el más humilde de ellos se siente superior: un pobre blanco del sur de los Estados Unidos tiene el consuelo de decirse que no es un sucio negro. Los blancos más afortunados explotan hábilmente este orgullo. De la misma forma, el más mediocre de los varones se considera frente a las mujeres un semidiós”.

Simone de Beauvoir no temía escandalizar, generar crítica ni incomodar con sus afirmaciones, tampoco buscaba ser políticamente correcta ni suavizar sus dichos para no ofender a algún señor o sector.

Entendió y definió a las mujeres como víctimas de la opresión machista y caracterizó sabiamente al sector opresor, que no solamente eran varones sino sectores que reforzaban y profundizaban las múltiples discriminaciones que hasta hoy sufrimos las mujeres por ser mujeres y también por ser marrones, racializadas, pobres, sin formación, sin trabajo, abortantes, madres de muchos hijos, “del interior”, de un pueblo y -vale decirlo-, también por ser feministas. No solo por ser feministas sino por no moderar el discurso, por ser muy críticas o poco críticas, por no aplaudir políticas populistas y seguir demandando políticas públicas integrales sin que se interpongan otros intereses.

Simone no jerarquizaba los derechos sino que pugnaba por todos ellos, pero las mujeres atravesamos diferentes circunstancias de vida y para afrontarla tenemos diferentes urgencias, por eso todos los derechos deben ser garantizados sin preferencias.

Es necesario internalizar las enseñanzas de Simone para entender que el feminismo no es una pose, no es un escalón que puede impulsar a obtener beneficios ni es una figurita de cambio, sino un movimiento de transformación social que busca garantizar y ampliar derechos para todas las personas por igual.

Simone de Beauvoir capturada por la cámara de Henri Cartier-Bresson, en los años 50.