Expresiones de la Aldea, San Luis

CUENTOS DEL VIENTO


Cuentos del Viento es un libro que dio muchas satisfacciones a Jorge Sallenave cuando lo pensó y cuando la publicación empezó a circular por su querido San Luis y por afuera de él.
 
Cuando le consultamos sobre cómo se gestó, Jorge recuerda emotivamente: «Cuentos del Viento es un libro integrado por historias de un grupo de puntanos que por un motivo u otro conformaron verdaderos adalides de este lugar. Lejos de las personas que han logrado monumentos o reconocimientos históricos estas historias se basan en personajes reales que, aunque no hayan logrado reconocimiento público son necesarios de recordar, bien podríamos decir que son especies de antihéroes que hacen también a nuestra historia y nuestra cotidianeidad. 
Si pude escribir estas historias es por haberlas conocido personalmente, por ejemplo ‘el comevidrios’, que comía vidrios en serio, era un mozo que decía: yo soy negro y soy mozo, todo el mundo me debería conocer como peronista, pero soy conservador.
Aunque no tengan un reconocimiento público conviene mantener en la memoria estas personas que han vivido en la provincia. Hay historias que representan distintos lugares de San Luis, gente de La Toma, de Juana Koslay, de lo que se conocía como «El Chorrillo», de Villa Mercedes, de Quines y muchos lugares tan nuestros.
 
Por ejemplo, Expósito al morir ve como la gente lo despide y recorre sus lugares de San Luis. Hay textos muy queridos que creo que a los lectores les van a gustar mucho. Algunas historias hablan de situaciones y costumbres de San Luis, como en ‘La sequía’, donde el cura les pide hacer una procesión para que llueva. Otro cuento habla de la costumbre de comprar cueros en la zona de Candelaria para ser vendidos al exterior. Está el curioso Pijindrín que es un personaje, el único playboy que tuvo San Luis. El Cantor de Boleros habla del Negro López Etcheverry, el tipo que llevó más gente a su velatorio. Un día de Pesca es de cuando llega el ataque a las Malvinas.
 
Este libro que terminó de realizarse en 1990 tuve la alegría que se publicara varias veces y que fuera Bestseller, de hecho, en el 2000 lo publicó el Diario de San Luis, pero la gente se renueva y considero que siempre volver a leerlo o conocer estas historias, viene bien”.
Jorge Sallenave pasa sus días escribiendo historias, más en tiempos de confinamiento, y afirma que así pretende seguir porque lo hace feliz.

Pintura de Angus Macpherson.

CUENTOS DEL VIENTO

A las dificultades

de la vida que tanto

 nos hacen temer

 a la muerte.

Por Jorge O. Sallenave

A Daniel Expósito le tocó morir antes que a su mujer, cinco tíos, tres hermanos y doce primos que lo superaban en edad y achaques. En la incomprensible cronología del destino también se anticipó a su abuelo materno. Cuando el deceso tuvo lugar, Daniel Expósito tenía 45 años y era una soleada mañana de octubre.

“Fallas de material” dijo, al sobreponerse a la angustia del último trance, minutos antes que le vinieran ganas de volar.

Lo que quedaba de él se elevó sobre el féretro que contenía el cuerpo e inició una serie de planeos en la habitación donde lo velaban.

Con su nueva naturaleza vagó por la ciudad. Volando o caminando, que para el caso era lo mismo, ya que cualquiera fuera la forma en que se trasladara parecía flotar.

Se dio cuenta que podía atravesar muros sin daño ni dificultad y no tardó en aventurarse por casas y departamentos.

Durante largo tiempo, anduvo curioseando hogares de amigos, enemigos y desconocidos. Del recorrido obtuvo algunas conclusiones: a) Las personas no son ni buenas ni malas. Todo depende de las circunstancias; b) En San Luis (la ciudad que recorría), los seres humanos tienen mayor inclinación al amor que al odio; c) Pese a las diferencias aparentes las personas adoptan patrones similares de conducta.

Estas conclusiones, por demás sabidas, pero novedosas para Expósito, le obligaron a hacer un alto. “Debo pensar” afirmó, y se dirigió a las sierras que enmarcaban la ciudad. Al llegar eligió una piedra y se sentó, solo por costumbre, por lo aprendido en la vida.

Apoyó la cabeza entre las manos y miró hacia la ciudad “Cómo ha crecido en los últimos años”, dijo. “Me gustaría recordar a su gente. A quienes fueron mis contemporáneos”, agregó.

Abandonó la piedra y se elevó hasta superar las cimas de las sierras. Ascendió más, hasta que vio la multitrocha que servía de ingreso al circuito turístico.

La noche, tan oscura, se hizo transparente para la visión de Daniel Expósito.

El paisaje le estremeció el alma: San Roque, Cruz de Piedra, Potrero de los Funes, El Volcán.

Más lejos, pero igualmente nítido para los ojos sin vida: Estancia Grande, El Durazno, La Florida, El Trapiche, Los Tapiales, Cañada Honda, La Carolina. Y cuando los cuatro puntos cardinales fueron uno: La Toma, Paso Grande, Navia, Villa Mercedes, Fortuna… la provincia toda.

Pintura de Angus Macpherson.

Con solo desearlo Daniel Expósito se humedeció con la espuma de lagos y diques, serpenteó por ríos y arroyos, correteó con la brisa por los extensos campos del sur sorteando médanos y lagunas; exploró bosques de chañares, algarrobos y molles; se deslizó por valles perfumados con flores silvestres; calcó el andar del puma, la reciedumbre del jabalí, el bamboleo del quirquincho, la aparente inestabilidad del ñandú; se adueñó de cerros poderosos, descubrió la luna en los reflejos de las aguas escondidas del Comechingones.

Después de contabilizar el último espacio de su terruño regresó a la ciudad.

Allí, como era su costumbre en vida, se sentó en un banco de la Plaza Pringles.

“Si tuviera otra oportunidad escribiría sobre mi provincia, su gente y sus paisajes” reflexionó y se preguntó por qué había pensado así, ya que en vida nunca había escrito.

Las campanas de la Catedral anunciaron el paso de otra hora. Con el último tañido el viento se coló en los árboles y los agitó.

“El Chorrillero”, se dijo. “Se viene con todo”, agregó al notar que los árboles crujían, abanicando con las ramas en forma desenfrenada.

“Se me nubló la vista”, afirmó al notar que el entorno desaparecía. “Estaré muriendo por partes”, supuso cuando le fue imposible ver.

Se había equivocado. De la nada surgieron rostros que él conocía y tuvo certeza que le exigían dar testimonio de sus vidas.

“Ignoro las reglas de la sintaxis y la gramática. Aun así, estoy dispuesto a hablar por ustedes”, decidió.

Y escribió. Infinitos cuentos. En el aire. En el viento. Que le aseguró trasladar cada palabra sin perder ninguna.