Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

EL LANZALLAMAS

Por Sebastián Reynoso

Nadie era más conocido que el negro Urquiza en el barrio San Antonio. Su figura alta y delgada denotaba rasgos que hablaban también de su edad. Urquiza, era como otros tantos otros criollos, de piel curtida por la pobreza y la vida poco saludable que llevaban no jugaba a su favor.  Por su andar cansino se había ganado el apodo de “perezoso”, lo que por momentos generaba simpatía y cierta ternura, sobre todo en los más chicos del barrio.

Cuando asomaba las narices en el bar los jóvenes celebraban su visita, enseguida le convidaban un trago a cambio de alguna historia o anécdota que lo tuviera como protagonista. Sus relatos siempre referían a esas andanzas que el negro había tenido, aunque algunas veces los detalles rozaran con la ciencia ficción, o incluso parecieran historias salidas de su imaginación.

En una de esas tertulias llegó el relato de “el negro” de cuando trabajaba en un circo. Según describía, su tarea era entretener al público con su habilidad de arrojar fuego por la boca en llamaradas. Esta habilidad pocos la tienen y es por cierto muy peligrosa y no recomendada de practicar en casa.

Como todo espectáculo, mientras más cosas le sumás más posible es que te acerques a ser la atracción de la noche.

Era entonces que el Show del negro contaba con una trapecista, Rosa. La mujer pasaba cerca de las llamas cuando Urquiza lanzaba sus llamas por la boca. Todo muy bien ensayado, Rosa jugando al límite pasaba cerca o esquivando el fuego para asombro del público. 

Pero hasta los profesionales tienen un mal día y fue así que un día “el negro Urquiza” despertó con el sol golpeando el rostro, los ojos pegajosos y un aliento a dragón por la borrachera de la noche anterior.

La hora de la primera función se acercaba y el circo estaba repleto como nunca. Llegó el truco del negro lanzallamas, pero el hombre aun nublado por el alcohol equivocó el bidón y en vez de querosene tomó el bidón de nafta.

En la primera escupida se le ardió el pico, y desesperado apuntó para cualquier parte y las llamas alcanzaron a la trapecista con tal mala suerte que se le quemó la ropa interior, como pudieron salieron del mal momento pero obviamente esa fue la última función del “negro lanzallamas”.

Al principio don López, dueño del bar, no quería saber nada con que el negro ingresara, tenía prejuicio sobre su aspecto y según él quería cuidar la clientela. Entonces el negro relataba desde la vereda asomándose por una ventana que daba a la calle.  

Pero el bar se empezó a llenar con el tiempo, sobre todo cuando el negro aparecía y contaba sus historias. Los jóvenes se descomponían de risa, las bebidas corrían de mesa en mesa, y esto al dueño del bar le convenía, el consumo aumentaba y también sus ganancias. Fue así que el negro obtuvo su lugar preferencial dentro del bar.

Quién sabe si las historias eran todas reales, pero lo que importaba era el viaje en el que los transportaba.