EL BUSTO
Por Jorge Sallenave (*)
(…) Fue en esa noche que vi por primera vez a Lopecito. Con la misma campera que vestía ese mediodía en Aranjuez. Salía por la puerta principal del Colegio Nacional, flanqueado por policías que lo detuvieron después del alboroto en una sala del primer piso del establecimiento educativo.
—Un hecho desagradable —reflexionó Lopecito, obligándome a regresar al presente.
—Pero vos participaste, no te había disgustado en ese entonces —insistió Rabanito disfrutando el gesto de malestar que el rostro del amigo no lograba disimular.
-¡Qué sé yo! Ha pasado tanto tiempo.
— ¿Quién fue el de la idea? —pregunté.
—Ya pasó, he olvidado.
Yo conocí a algunos de los conjurados. Por lo menos recordaba al Mono, a Roperito y al Barba. Los dos últimos ya fallecidos y al Mono no lo había visto más. Desde mi óptica adolescente siempre consideré a este último como el líder. Por una razón sencilla: era el único que tenía automóvil descapotable. Para dos personas. Que los argentinos habían bautizado “Ratón Alemán” ante la dificultad para pronunciar la marca.
— ¿Seguiremos con lo nuestro? —pregunté, dejando de lado mi interés por conocer algo más sobre la Noche de los Petardos.
—Ya te lo dije todo.
—No señor. Te falta lo más importante, como quién recuperó el busto.
—Fueron los muchachos de la Juventud Peronista. Los habrás visto. Andaban en un Citroën cubierto de afiches.
—Cámpora al gobierno, Perón al poder —intervino Rabanito.
— ¿Cómo? —pregunté.
—Eso decían los afiches. Y también recuerdo que Julio Lucero era quien lideraba ese grupo de jóvenes.
—Tenés buena memoria —aprobó Lopecito.
—Precisa y amplia. No es jactancia. Tengo un archivo aquí dentro —se señaló la cabeza con el dedo, después se dirigió a mí y dijo—: Si Lopecito se empaca no te hagás problemas, abro mi computadora y tendrás para escribir toda la vida. Historias de nuestra gente, que la mayoría ha olvidado o ignora. Con mucho detalle. De primera mano. Porque las viví o me las contaron sus protagonistas. ¿Quién se acuerda hoy día de Humberto Barbato? Un boxeador excepcional. En el año 1952, meses antes que Evita muriera, peleaba en el Luna Park por las semifinales del Preolímpico. ¿Sabés que en ese mismo año Rosendo Hernández le ganaba a Juan Gálvez el Campeonato Argentino de Turismo de Carretera por 23 segundos? Y mirá vos, le dedicaba el triunfo a Eva.
¿Querés más? Roberto Benavides, Zoilo Concha, Julio Hogas, todas personas de tu conocimiento, tipos que te los cruzás a diario y que te pueden dar tela para una hermosa historia. Como que ellos concurrieron allá por el 50 al Primer Campeonato Infantil de Fútbol Evita. Fueron presentados al matrimonio Perón-Duarte y compartieron con ellos un día en el yate presidencial. Conocieron Buenos Aires de punta a punta porque el general puso un ómnibus a disposición del equipo. Al chofer de ese ómnibus le gustaba cantar tangos… ¿Sabés quién era? No lo adivinarás nunca. Ni más ni menos que Roberto Goyeneche —hizo una pausa y continuó—:También tengo para relatarte situaciones con mucho humor. Hoy pocos recuerdan que San Luis se constituyó, por voluntad de unos militares, en Capital Federal de la República Argentina. O aquel otro caso, el de un mayor que por milagro no siguió el camino del general Valle y vino a buscar refugio a San Luis. Se había escapado de la prisión y aquí lo esperaban personas del partido para ocultarlo, pero el hombre no conocía la ciudad y era medio distraído. Con su automóvil hizo varias cuadras en contramano y en un santiamén tuvo a toda la policía encima. En fin, a tu disposición para cuando quieras o este mozo de cuarta, que se dice comevidrio, se te eche atrás.
—No desesperés por ser protagonista —ironizó Lopecito—. Por ahora este negrito es el que cuenta, aguardarás tu turno.
—Ya veremos qué podemos hacer —dije yo.
—Sigo —informó Lopecito—. Los muchachos de la JP preguntaban a medio mundo por el busto hasta que dieron con un policía que había presenciado el accionar de los comandos civiles. Fue quien les dio la primera pista, había sido vendido aun chatarrero con negocio en la ruta nacional 7. No te olvidés que es de bronce y pesa más de quince kilos. El dato los descorazonó, supusieron que el busto había sido fundido. Así y todo, esa misma noche fueron a indagar. Con alivio se enteraron que no había ocurrido lo que temían. Pero él ya no lo tenía. Si bien volvían a fojas cero mantenían la esperanza de recuperarlo. Días más tarde les llegó una nueva pista, el busto no estaba muy lejos de este lugar en que estamos sentados. Lo guardaba una familia que habitaba una casona en Pringles al 700. Los dueños de la casa estaban de viaje, los atendió la hija. Al saber qué buscaban los hizo pasar a una habitación e indicando una bolsa de papel depositada bajo un escritorio antiguo dijo: “Llévenlo, no queremos tener más problemas con eso”. Se refería al busto que te interesa.
—Sos preciso en algunas cosas, pero noto que te guardás nombres —observé.
—A mi edad no podés exigir que me acuerde de todo.
—Suena a excusa —dictaminó Rabanito.
— ¿Qué pasó después? —pregunté.
—Los muchachos lo entregaron en un sencillo acto en el despacho oficial, al gobernador Elías Adre. Allí mismo se dispuso emplazarlo en la intersección de Quintana y San Martín como un homenaje a los fieles seguidores que durante años se congregaron en ese lugar para mantener viva la memoria de Eva Perón.
—Te cuesta decir Evita —apunté.
—Me cuesta, pero vos ya tenés tu historia. No seas desagradecido y dejá tranquilos mis pesares. Solo te agrego que los daños que presenta se deben al accionar de una prensa hidráulica y quemaduras de soplete oxhídrico. Quiero decir con esto que alguien intentó destruirlo, pero no lo logró. Punto final.
—También para mí. Es hora de ir en busca del almuerzo —intervino Rabanito y al despedirse agregó—: Acordate, si necesitás argumentos recurrí a la mejor fuente: yo. Y mañana lunes los espero. No me juegan una boleta desde el año pasado, así el negocio no marcha. Mis niños necesitan comer ¡qué joder!
Al quedar solos miré a Lopecito. Me pregunté, al verlo con la mirada baja, pensativo, en qué territorios andaba su pensamiento. Tuve la impresión de que sufría. Quizás no fuera así, pero me sentí obligado a sacarlo de ese estado.
—Decime ¿cómo es el truco de los vasos? No creo que comás vidrio. Lopecito se acomodó en su silla.
—¿No creés? —preguntó y tomando un vaso de la mesa se lo llevó a la boca.
El mordisco fue grande y ruidoso.
(*) Final- Texto incluido en el libro “Cuentos del Viento”
Excelente la anecdota y la parte de Lopecito que come vidrio la vi personalmente…. saludos y felicitaciones