La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Más que un juramento

Gabriela Pereyra

Flutura observa por la ventana de su casa cómo una mariposa revolotea desorientada en un clima que no le es propio. Por un instante desconfía de su imaginación. Ensimismada está cuando escucha a su madre gritar: ¡ya es hora!

La familia se agrupa alrededor de ella esperando la llegada de un nuevo integrante. Para Flutura no es un nacimiento más, es su destino lo que está dando luz. Una pequeña niña da un grito de llegada. La madre la mira y vuelve su vista hacia Flutura. Sin decirlo, las dos lo saben: ya es hora. Su hija mayor deberá desde ahora ser el hombre de la casa ya que todas son mujeres. Cabeza de familia. Así debe ser, es la costumbre.

Su viudez repentina las dejó desamparadas en medio de las montañas albanesas, en medio de mandatos que colocan a las mujeres en notorias desigualdades de derechos respecto a los hombres, salvo que decidan convertirse en vírgenes juradas o juramentadas, (burneshas en albanés), y volverse “hombres” para esa sociedad. Podrá sentir el respeto, labrar la tierra, ser sostén de hogar, fumar, beber, portar armas y hasta un reloj, asistir a reuniones de hombres, responder ante deudas de sangre, pero nunca será un hombre con todos los derechos, eso, también está aceptado.

Flutura, su nombre significa mariposa, hoy sufrirá otra metamorfosis. Su larga cabellera se ha ido, sus polleras también. Un pantalón de varón y una camisa con tiradores se ajustan a su delgado esqueleto. Se para frente a su familia como si pudiera observarla por última vez con ojos de mujer, de hermana, de hija. Su madre, con la pequeña en brazos, y sus otras cuatro hermanas ordenadas en escalerita la miran con agradecimiento. Una de ellas, Pranvera, se sale de la fila y corre a abrazarla sin preguntarse si eso corresponde o no. Ella, como “el mayor”, le acaricia la cabeza para trasmitirle que todo va a estar bien.

Ese día bajan hasta el pueblo. Ante 12 ancianos, Flutura hará su juramento de castidad, renunciará a casarse y será aceptada como hombre.


Dentro de la península balcánica, Albania es uno de los países más inhóspitos. Desde hace siglos ocurre allí un ritual social conocido como “Las Vírgenes Juradas o Juramentadas”.

Son mujeres que por determinadas situaciones eligen o quedan signadas a “ser el hombre”, y esto no refiere a razones de preferencia sexual, porque de hecho temas relacionados a la homosexualidad o transexualidad aún son tabú.
Aunque Albania es un país mayoritariamente musulmán, esta práctica se inscribe en el Kanun que ha regido tanto a musulmanes como a católicos, no está ligado a una religión.

El Kanun es una compilación de leyes consuetudinarias (no escritas) que regían en Albania, Kosovo, y otros países de la región. Fue desarrollado en el siglo XV y atribuido a Alexander “Lekë” Dukagjini, un héroe de la resistencia albanesa contra el imperio Turco Otomano. Durante siglos este “código” tuvo incidencia e incluso se sostuvo en la clandestinidad. Actualmente queda un puñado de Vírgenes Juradas, ya ancianas, viviendo en las montañas sin demasiado interés en ser encontradas.

En esta cultura la idea de “cabeza de familia” tiene mucho peso social. Una lectura en contexto explica por qué convertirse en una virgen jurada era una forma de asumir como patriarca familiar, lugar de hombre, lugar de sujeto de pleno derecho.
El Kanun determina que solo los hombres heredan, que la mujer vive donde viva el marido y cumple “tareas de mujer”, las mujeres son propiedad familiar. Esto motivaba la decisión de convertirse, al faltar un hombre en la familia, también para salvar el honor y escapar de un matrimonio arreglado, o por la simple búsqueda de libertad.

Pasaron 63 años desde aquel día. Sus manos están endurecidas y curtidas de tanto trabajar la tierra. Su voz es rasposa, ayudada por tanto tabaco de pipa. Aún tiene cerdos y una vaca que alimentar, y sus hermanas la visitan cada tanto.

No piensa a menudo si algo hubiese sido distinto. Se ha convencido que así tenía que ser y que lo eligió. La decisión salvó a su familia en muchos sentidos.

Prepara su tabaco metódicamente, toma la botella y se sirve el último Raki que queda en la casa. Va hasta la cocina y desenvuelve una porción de brek que prepara la hija de unos vecinos lejanos, le pega un mordisco y vuelve a su pipa.

El aire frío se cuela por un vidrio trizado y despierta el reflejo de levantar el cuello de su abrigo. Mira por la ventana, sus tres pinos se mueven con el viento de montaña. Su vista está agotada y nunca se acostumbró a los anteojos. Como excusa siempre dijo: veo lo que necesito. En esa meditación se encontraba cuando en su ventana se posó una mariposa. Y recordó a Flutura. Se recordó.

Una declaración solemne, vírgenes juradas de Albania.