Expresiones de la Aldea, La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Una filosofía para sobrellevar las crisis

El Doctor en Filosofía Luis Diego Fernández recomienda consumir píldoras de reflexiones estoicas antes de ir a dormir. Arte y ejercicios de una escuela fundada hace más de dos mil años que permite recalibrar expectativas

Por Matías Gómez

La muerte del célebre filósofo estoico Séneca (en el 65 d.C.) causó tal admiración entre los pintores que, con el paso del tiempo, se convirtió en un motivo de estudio especial. No sólo por los datos biográficos de este sabio sino por el modo en que enfrentó cada obstáculo de su vida. El pintor Jacques-Louis David plasmó la serenidad extraordinaria con que Séneca cumplió la sentencia de muerte, dictada por su ex alumno, el emperador romano Nerón, en medio de llantos de amigos y familiares.

En “La muerte de Séneca” pintada en 1773 por David vemos al centurión con las instrucciones del maníaco emperador para que el filósofo se quite la vida de inmediato por supuesta conspiración.

En la escena hay sangre ya que primero Séneca se cortó las venas pero no funcionó. También, hay una copa de cicuta que bebió emulando a Sócrates, sin embargo tal método tampoco sirvió hasta que se suicidó con un baño de vapor debido al asma que padecía.

Aunque los cuerpos retratados por David tienen cierta atmósfera teatral resulta interesante la sonrisa que esboza el filósofo y el modo de tender la mano a sus afectos, a pesar del terrible e injusto momento.

“El estoicismo es una filosofía que a veces suele difundirse de manera errada y vulgar pero eso no implica que haya un interés renovado. Expresiones populares como “lo soportó estoicamente” son un ejemplo ya que imprimen una imagen del estoicismo como una filosofía del padecimiento cuando es lo opuesto. Lo que buscaban estos filósofos es el bienestar, la serenidad, la autarquía y el dominio de sí apelando a discriminar racionalmente lo que dependía de nuestra voluntad de aquellas cosas o fenómenos que la excedían”, aclara Luis Diego Fernández, cuyo último libro publicado se titula “Foucault y el liberalismo”.

“Para los estoicos la naturaleza era racional, su visión era organicista (lo opuesto al atomismo de los epicúreos), ello implicaba que las acciones de uno para resultar racionales debían ajustarse a la medida de lo natural. En términos concretos, todo deseo que sobrepasaba la medida de lo biológico o fisiológico era considerado irracional o peligroso.

Por ejemplo: beber agua para saciar la sed, alimentarse para no tener hambre, no es necesario un vino o un banquete ya que son respuestas desmedidas y que pueden generar dependencia. En tiempos de peste, la filosofía estoica ayuda a recalibrar lo estrictamente necesario y a librarnos del dolor por no poder modificar cuestiones que son ajenas a nuestra voluntad.

La mirada estoica busca construirnos de un modo libre, entendiendo por ello la no dependencia de agentes externos a nuestra voluntad, eso en momentos como el presente es muchísimo”, destaca el Doctor en Filosofía, especializado en las obras de Michel Foucault y Gilles Deleuze.

El arte de vivir

El estoicismo surgió en siglo III a. C de la mano de Zenón de Citio. El nombre proviene del griego “stóa”, es decir el pórtico donde enseñaba su fundador. Por el enfoque práctico esta doctrina floreció en Grecia y Roma. Incluso, algunas ideas fueron tomadas por el cristianismo y posteriormente por la terapia cognitivo- conductual.

“La idea común que subyace a estas filosofías helenísticas (estoicismo, epicureísmo, cinismo o escepticismo) es que todas son artes de vivir en el sentido que desarrollan técnicas de la existencia, vale decir, que nos aportan nociones y ejercicios concretos para diseñar nuestro modo de vida. En una palabra, se reducen a la ética.

Séneca es muy claro cuando dice que la filosofía se centra más en acciones que en palabras. Por tanto, el estoicismo nos provee de un equipamiento para afrontar la existencia en un mundo ensanchado, complejo, caótico, violento y resquebrajado como era en el cual nació y se extendió, es decir, del Imperio Alejandrino hasta el Imperio Romano.

La muerte de Séneca, por Jacques Louis David, 1773, Petit Palais, París.

Es lógica la proliferación de estas filosofías de vida (que eran vistas como sectas filosóficas) ya que la angustia, el temor y dolor eran cuestiones que requerían de una terapéutica”, explica Fernández quien es profesor de Problemas Filosóficos en la Universidad Torcuato Di Tella e investigador del Instituto de Filosofía Ezequiel de Olaso (Centro de Investigaciones Filosóficas y CONICET).

-¿En qué consistían los diarios y ejercicios estoicos?

Marco Aurelio y Epicteto son quienes más realizaban este tipo de ejercicios espirituales, como la “vida en un día”, que consistía en vivir una jornada como si fuera la existencia completa, la idea era analizar a la noche en qué medida uno había vivido conforme a su voluntad. Otro, como el examen de conciencia, apelaba a analizar nuestras representaciones mentales y se solía acompañar de un cuaderno de vida, de igual modo que la praemeditatio malorum que buscaba que uno se representara lo peor de una situación posible en el futuro para estar preparados en caso de que sucediera (cosa que no pasaba en general).

– ¿Cómo sugerir la virtud o la privación estoica en medio de sociedades consumistas?

-Precisamente, es lo que hace atractiva esta filosofía hoy, como también la filosofía epicúrea. La necesaria discriminación de los deseos naturales y necesarios, los naturales e innecesarios y los totalmente innecesarios. En un marco de estimulación del consumo permanente uno pierde a veces la medida de qué es lo que verdaderamente necesita para vivir con felicidad, qué está en poder de nuestra voluntad poder modificar y qué no.

-¿Qué opinaban los estoicos de los errores, la maldad, la fama y la libertad?

– El error consistía en no vivir conforme a la Naturaleza, la irracionalidad de no comprender la dinámica organicista lleva a cometer errores; las nociones de bondad y maldad respondían al criterio de virtud de la antigüedad, vale decir, de una ética que apunta a la prudencia, el justo medio y el dominio de pasión (que era el peor de los males). La fama era simplemente un deseo innecesario.

La libertad desde el punto de vista estoico básicamente es autarquía y ataraxia, es decir, no dependencia de factores externos (ajenos a nuestra voluntad) y ausencia de perturbación en el alma, de ahí que la figura del sabio estoico sea el «apathos», vale decir, el apático, aquel hombre libre de pasiones, que ellos consideraban el origen de todos los peligros.

Grageas reparadoras

¿Qué libros estoicos cada tanto vuelve a leer y por qué?

-Yo me formé con la filosofía francesa contemporánea, por tanto, llegué al pensamiento estoico a partir de Foucault y Deleuze, que ambos trabajan. Sin embargo, los recortes que hacen son opuestos y complementarios. Foucault se nutre de los textos del estoicismo romano mientras que Deleuze se sirve de las nociones de los estoicos griegos. Es lógico: el primero privilegiaba los tratados morales mientras que el segundo hacía foco en la ontología y la epistemología.

En lo personal, si bien disfruto de Zenón de Citio o Crisipo de Soli prima más en mí, al igual que Foucault, el interés por el estoicismo romano. Textos como las Epístolas morales a Lucilio de Séneca o las Meditaciones de Marco Aurelio son clásicos absolutos que se pueden leer a modo de grageas reparadoras, dos o tres cartas o reflexiones antes de irse a dormir.

De igual modo, no quiero dejar de mencionar a Paul Veyne y Pierre Hadot, dos especialistas que disfruto enormemente: del primero recomiendo su Séneca y Sexo y poder en Roma, y del segundo un libro bellísimo que se llama Ejercicios espirituales y filosofía antigua.

El estoicismo romano nos provee de textos que luego de veinte siglos resuenan contemporáneos por su apelación al trabajo sobre uno mismo, a la transformación de sí. En tiempos donde la subjetividad y el cuerpo son materiales plásticos, estas reflexiones las veo como el punto de partida de las preocupaciones que nos atraviesan en el siglo XXI.   

“Zenón de Citio”, ilustración del libro de Thomas Stanley, The history of philosophy (1655).