EL CAMPEÓN
Por Jorge O. Sallenave (*)
Pancho participó en torneos locales y regionales. Aprendió rápido. La potencia de su brazo derecho no tenía fronteras.
A los diecinueve años Pancho, según criterio de Tello Cornejo, estaba en condiciones de competir a nivel nacional y obró en consecuencia. Lo anotó en el Campeonato Argentino con autorización del club local. Obtuvo, imposible saber cómo lo hizo, que el club River Plate permitiera que el deportista se alojara y comiera en esa institución sin cargo mientras permaneciera en Buenos Aires. Se encargó de adquirir un pasaje en tren desde Villa Mercedes a Capital ida y vuelta.
Llegó el día de la partida, mejor dicho, la noche porque el tren que venía del oeste pasaba por Mercedes rumbo a Buenos Aires a las 23 horas. Por esos años ir a la estación era un paseo obligado como sucedía en la mayoría de los pueblos. Pancho, en el andén, tenía sensaciones contradictorias. Era la primera vez que viajaba a Buenos Aires y la curiosidad por esa ciudad era grande. Le habría gustado que su familia estuviera allí para despedirlo, pero Juan, su hermano mayor, andaba recorriendo campos en busca de mulas. Era proveedor de esos animales para la Remonta del Ejército Argentino. Su padre, Don Francisco como le decía la gente, permanecía en la casona de la quinta cuidando a Magdalena, quien la mayor parte de día permanecía en una silla veneciana con una frazada cubriendo las piernas hinchadas que le impedían desplazarse sin ayuda. Osvaldo, el menor de los hermanos era un niño para ir a esas horas a la estación. Quienes no faltaron fueron sus tres amigos y esa compañía amenguaba la tristeza que le producía la ausencia familiar.
—Llegó la hora, campeón —dijo Tello Cornejo dándole un abrazo.
Cacace unió índice y pulgar afirmando así el comentario. El Tano Milone amenazó:
—No volvás si no traés el título.
El tren partió a horario. Pancho se mantuvo de pie en el pasillo que unía dos vagones. Atrás quedó Villa Mercedes, adelante el camino interminable oculto por la noche oscura.
Después fue en busca de su asiento, acomodó su valija de cartón en el portaequipaje, y se sentó.
¿Será ésta mi oportunidad? se preguntó antes de dormirse y soñar que se despedía de sus padres, ya no se dedicaba a tareas rurales, era maestro y el pueblo lo admiraba.
A la mañana siguiente, por la ventanilla del tren vio la llegada a la gran ciudad y se prometió mantener los ojos bien abiertos para vivir en ese nuevo mundo y aprender, convencido que una mirada atenta le daría mayores oportunidades de cambiar su vida.
Buenos Aires sorprendía a cualquiera. Sus letreros luminosos, los grandes edificios, el puerto, los barrios con historia, las salas de espectáculos, las diferentes competencias deportivas y tantas otras atracciones. Fue recibido en la institución por otros deportistas del país que también eran alojados por River.
Fueron días de entrenamiento intenso y caminatas por la ciudad. No dejaba lugar sin ver. Con el pase gratis que le diera River Plate asistía a peleas de box, partidos de fútbol o de rugby. No dejó institución deportiva sin visitar. El Mudo Cacace le había entregado algún dinero y Don Francisco, su padre, también lo ayudó. Tello hizo una colecta que no fue exitosa, pero colaboró con unos pesos más. Con este dinero conoció el cine y el teatro. También visitó los cabarets de la zona portuaria y reconoció para sí que eran superiores al Chanteclair de Villa Mercedes. Sobre todo, por las orquestas de tango que allí actuaban.
Al fin llegó el día del torneo. Pancho no estaba nervioso. Para él todo dependía de la fuerza del brazo derecho. Sacar lo mejor de él. Así sucedió con el primer lanzamiento del disco, logró una distancia que los otros competidores no pudieron superar. La hazaña recibió gran difusión en las revistas deportivas, los diarios y radios. Algunos de esos medios se equivocaban al citar el lugar de su nacimiento. Otros, los más precavidos ante la ignorancia, se limitaban a decir: “El representante del club River Plate”.
Corría el año 1935. En 1936 se realizarían en Berlín las Olimpíadas, evento que ya atrapaba la atención mundial. Alemania era conducida políticamente por Adolfo Hitler, quien prometía demostrar que los deportistas germanos eran superiores. El resto de los países tomaban esta afirmación como un desafío al sistema de vida democrático y redoblaban esfuerzos para obtener mejores marcas que los arios.
—Tenés ganado un lugar en la delegación argentina —le decían a Pancho los deportistas que se alojaban en el club.
—A mí no me han dicho nada –respondía el reciente campeón argentino y agregaba—: Prefiero que me contraten y poder quedarme en esta ciudad por un tiempo —lo deseaba convencido con la certeza que el dinero se acababa y el regreso a Villa Mercedes era inminente.
A Pancho no le interesaban las disputas internacionales ni la política argentina. El necesitaba afirmarse en alguna actividad que le diera independencia económica y el deporte amateur solo le prometía recurrir a la generosidad de la gente y seguir trabajando en la quinta de su padre.
Un año antes le había pedido a su padre que intercediera con un político amigo para que lo nombrase de maestro. Su padre le respondió que Landaburu, ese era el apellido del político, estaría dispuesto a ayudarlo, pero según su criterio debía agotar su carrera deportiva previamente.
—Nunca se sabe hasta dónde se puede llegar cuando se está en el camino —sentenció Francisco, y Magdalena desde su silla veneciana dijo:
—Hacele caso a tu padre. Habrá tiempo para pedir un favor a don Landaburu.
El tren salió rumbo al oeste puntualmente. Pancho miraba por la ventana del coche comedor el incesante desfile de edificios de la gran ciudad. Como tantas otras veces se debatía entre sensaciones contradictorias. Le apenaba dejar Buenos Aires, pero tenía ansiedad por llegar a su ciudad pequeña, reencontrarse con familia y amigos. “Quizás el deporte no sea la salida que busco. Soy campeón argentino, me enorgullece, pero seguiré dependiendo de otros, necesito trabajar, apuntalar mi futuro”, pensaba.
El tren llegó a Villa Mercedes con atraso, cerca del mediodía. Pancho sacó del portaequipaje, su valija de cartón con varias vueltas de hilo sisal para mantenerla cerrada. En ella traía algunos regalos, recuerdos y trofeos. En el andén había mucha gente y una banda de músicos ejecutaba marchas sin parar.
Al descender fue recibido por Tello Cornejo.
—¡Qué alboroto! —exclamó Pancho— ¿Quién viene en el tren? ¿El presidente?
—Te están esperando campeón ¿sabés que sos el primer campeón nacional de esta provincia?
Ya no pudieron hablar más porque las autoridades, el público y la banda lo rodearon. Lo abrazaban, le daban besos y la banda tocaba aún más fuerte.
Fue una fiesta y otra fiesta en la casona de la Quinta. Pancho se preguntaba si merecía tanto y se respondía como siempre: “Por tener un brazo fuerte me parece una exageración”.
En los días siguientes realizó exhibiciones en el club Jorge Newbery. En una de esas exhibiciones hizo un tiro magnífico y el platillo cayó a escasa distancia del límite del terreno.
—No lo puedo creer —dijo Milone.
El Mudo Cacace abrió los ojos como platos, asombrado.
—Increíble, pero esta marca no se hubiera homologado, corre demasiado viento. De cualquier forma, te aseguro que el año que viene estarás en las Olimpíadas de Berlín —afirmó Tello Cornejo.
Veinte días más tarde de ese recibimiento popular, Pancho recibió un telegrama del Comité Olímpico Argentino. El Comité le hacía saber que había sido designado para concurrir a las Olimpíadas que se realizarían en Alemania en 1936, recomendándole que debía viajar a Buenos Aires donde se le harían conocer más detalles.
Sintió gran alegría por la noticia, que regresaría a Buenos Aires, aunque fuera por pocos días, pero permaneció indiferente ante la designación recibida. A su entender un viaje de esa naturaleza no le traería beneficio en su objetivo de lograr independencia económica. Tanto así que al entrevistarse con Tello Cornejo para hacerle conocer el nombramiento se quejó por las estrecheces que debería sufrir. Tello Cornejo le dijo:
—Hermano, a usted le preocupan las pequeñeces. La gente lo ayudará.
—Estoy cansado y avergonzado de la beneficencia social. Soy maestro y si ejerciera podría afrontar mis gastos.
—¡Por Dios Pancho! Tiene la oportunidad de ingresar a la historia. Vaya y acepte. Déjese de cuestionamientos. Dele una buena lección al bigotito de alambre.
—¿A quién? —preguntó Pancho.
—A Hitler hermano, a Hitler —respondió Tello Cornejo molesto con la ignorancia o la falta de interés por la tormenta que amenazaba el planeta.
Ese día cenaron juntos. Cerca de medianoche Pancho se despidió y comenzó a transitar la calle Tucumán hacia la quinta.
(*) SEGUNDA PARTE- Este texto forma parte del libro “Historias de San Luis: de gentes y de leyendas”.