Expresiones de la Aldea, San Luis

EL APRENDIZ

Por Jorge Sallenave

Yo vine hoy por mis cabellos, los que me arrancó hace un mes. ¿Qué ha descubierto? ¿Mi futuro? ¿Algún peligro inminente?

—Cómo se te ocurre que yo pueda hacer algo con dos pelos. Apenas salí de la farmacia los tiré.

—No me gusta su broma.

—No fue broma. Te quise demostrar que alguien como vos, tan cerca de remedios y médicos, cree que puede haber algo más en la vida. Si no hoy no estarías en este rancho.

—Si la divierte, que le aproveche. Es hora que regrese a mi trabajo.

—No veo que me ría. Lo que sí tengo a la vista es un muchacho que pensará en los próximos días. En la vida, dos más dos no es cuatro. Si necesitás preguntarme algo te estaré esperando. En mis visitas a la farmacia no hablaré del tema.

Pasó más de una semana para que se reencontraran en la farmacia. La mujer gorda entró resoplando y buscó su sillón para esperar a doña Rosa.

A Fabián lo saludó con un:

—¿Cómo anda el muchacho?

—Bien doña María.

—¿Y tu compañera de trabajo?

—¿Se refiere a Elisa?

—A quién otra.

—Renunció. Le ofrecieron trabajo en una farmacia de Quines y aceptó.

—¿Más dinero?

—No, estaba cansada de la ciudad. Le gusta vivir en un pueblo.

—Mejor así. Es bueno que la gente pueda hacer lo que le gusta. ¿No te parece?

Fabián no contestó la pregunta. Le dijo a la curandera que doña Rosa demoraría un poco. Si quería él podía atenderla.

—Gracias muchacho, pero la esperaré.

—Si usted lo dice.

Al fin doña Rosa se ocupó de ella. La curandera compró varios remedios y antes de pagar le dijo a Rosa que necesitaba un consejo.

—Te escucho.

María Velázquez resopló tres o cuatro veces antes de hablar. Fabián, de donde estaba podía escucharla con facilidad.

—Suponte Rosa que por alguna razón vos supieras día y hora de la muerte de una persona amiga. ¿Se lo dirías?

—Las cosas que se te ocurren. Solo Dios sabe cuándo vas a morir. Una forma de decir porque solo se trata de pasar a un lugar mejor. Él dispone.

—Estamos de acuerdo Rosa, pero pensalo de esta forma. Dios te dice a vos que una persona dejará de existir. Porque Dios lo puede todo ¿no es así? Él decide hablar contigo. Segura que Él te ha hablado ¿cómo actuarías? ¿Se lo dirías? —repitió la curandera.

Rosa se quedó callada. Pensaba. Fabián se dijo: “A la curandera no le anda bien la cabeza o quiere impresionarme para que crea en que ella habla con Dios”.

Rosa, luego de unos minutos puso la mano sobre la pierna de María Velázquez.

—No, no se lo diría, a no ser que el Señor me lo ordenara. Ningún ser humano debe saber cuándo partirá. Hasta el último momento debe vivir, bien o mal, pero vivir. Cualquiera es dueño de pensar en su muerte, porque así es la vida. Lo que nos está vedado es saber día, hora y forma de nuestra muerte.

—Agradecida por su consejo.

—La próxima vez que vengas no traigas estas dudas. A mí no me gusta pensar en la muerte. Dios me dio la vida y le quiero sacar el jugo hasta el último suspiro.

Esta conversación molestó a Fabián que suponía una actuación de la curandera. Como el entripado lo siguió persiguiendo decidió ir al rancho de María Velázquez.

La mujer lo recibió como la primera vez, desde la puerta y diciéndole: “Pasá”.

Todo se repetía. Cuando entró al interior del rancho María Velázquez lo esperaba sentada, resoplando.

—¿A qué se debe tu visita? ¿Necesitás presenciar otra curación boticario?

—No vengo por eso. Me ha molestado su actuación ante doña Rosa con esa consulta que le formulara. ¿Qué busca? ¿Llamar mi atención, asustarme?

—Me gustaría muchacho que me prestaras más atención. ¿Sabés por qué? Creo que tenés ciertas condiciones para hacerle bien a la gente, pero la conversación con Rosa no tiene nada que ver con vos. Resulta muchacho que yo sé cosas porque mantengo mi cabeza alerta. Por ejemplo, sé que te conviene mudarte a la habitación que está detrás de la farmacia cuanto antes. Ya han vendido el inmueble donde alquilás. ¿sabías eso?

—Era previsible. Le comentaba que los propietarios estaban en tratativas de venta, no se necesita una capacidad especial para enterarse que la operación se formalizó.

Foto de José La Vía.

—Claro. Además, boticario, con tu sueldo podrías alquilar en cualquier lado.

—Así es —respondió Fabián.

—Pero yo te aconsejo mudarte al fondo de la farmacia. ¿No te preguntás por qué?

—No hace falta. Usted habla seguido con doña Rosa. Ella le habrá contado de su propuesta para que me ubique allí.

—Sé que no me creés. Allá vos. Rosa y yo nunca hemos hablado de eso.

—¿Entonces?

—Usaré las palabras de tu patrona. Dios me ha dicho algo importante.

—Usted se atreve hasta con la religión.

—Yo no me meto con nadie. El Creador me hizo conocer día y hora de la muerte de Rosa.

—No me diga. ¡Otra vez bromeando!

—El día 14 a las nueve y diez de la mañana.

Fabián notó que un escalofrío le recorría la columna.

—Usted está loca.

—El tiempo lo dirá muchachote. Fui a consultarle a doña Rosa si era conveniente hacerle saber al futuro difunto la hora y fecha de su muerte. Me sentía sin saber qué hacer porque Rosa es mi amiga. Después de escucharla me tranquilicé. Debía guardar el secreto. Vos también la escuchaste. La muerte no entra en su cabeza, ella disfruta de la vida. No me importa si entendiste o no me creés. Así serán los hechos.

—¿En dónde entra mi mudanza en su explicación?

—Rosa ha puesto la farmacia a tu nombre. En realidad, la escritura dice que vos se la has comprado y que te harás cargo cuando ella fallezca.

—También se lo dijo Dios.

—No, el escribano que la confeccionó. Se atiende conmigo y me comentó su sorpresa por la actitud de Rosa. Yo le dije que confiaba mucho en vos y que ella no tenía descendientes. Yo también confío en vos. Harás mucho bien a la gente si seguís con el negocio. Necesitás nombrar a un farmacéutico recién recibido como director técnico y seguir trabajando como ahora.

—Tiene planes para todo el mundo. Solo le hago notar que las personas suelen tomar sus propias decisiones.

—Por supuesto y a veces se equivocan. En tu caso, si encarás para otro lado no te pasará nada, pero muchas personas sufrirán. Para tu enojo te agrego que tu camino no terminará en ese negocio. Cuando desarrolles tus capacidades dormidas serás como yo.

—¿Un charlatán?

—Una vez más te mostrás como un maleducado. Te perdono porque estás confundido.

—No tanto para no darme cuenta que al fijar la fecha de la muerte ha omitido decir el mes en que eso ocurrirá. Coartada para estirar su mentira en el tiempo. ¿En qué mes será?

—Lo sé mi querido boticario, pero lo guardo para mí, no tengo la obligación de contarte todo…

La curandera fue interrumpida por golpes de palmas que llegaban desde afuera.

—Es Lito. Viene por su pelo. Hacelo pasar.

—¿Otro conejito de indias al que le arrancó el cabello?

La curandera se rió y la falta de aire la hizo ahogar. Cuando se recuperó dijo que se trataba de un pelado que pretendía recuperar el cabello y agregó, entre toses, que no estaba en sus manos, pero le daba esperanzas.

—Es mi forma de ayudarlo. Le vendo un ungüento y le prescribo cuatro masajes diarios del cuero cabelludo. La crema no le hará mal y los masajes le mejorarán la circulación. Cuando se canse dejará de venir, mientras tanto está contento —luego le dijo a Fabián—: No es necesario que te quedes. En este caso solo serás testigo de una actuación.

—No tengo ganas de seguir aquí. Dudo que vuelva a venir.

—Tal vez cambies de opinión mi aprendiz.

(*) TERCERA PARTE- Este texto forma parte del libro “Historias de San Luis: de gentes y de leyendas”.