La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Tres tesis sobre el 11-S

A 20 años de los atentados contra EE. UU., un repaso por las visiones que intentaron explicar el antes y el después de aquél día

Agustina Bordigoni

Si indagamos en nuestros recuerdos, casi todos tenemos la imagen de lo que estábamos haciendo el 11 de septiembre de 2001. O de las primeras tomas de los aviones estrellándose, de la seguidilla de publicaciones especiales, cadenas de televisión y documentales que fueron surgiendo a medida que pasaban las horas.

Pocos recordamos, en cambio (o quizás con una precisión mucho menor), lo que pasaría después. Las Torres Gemelas seguían ardiendo en televisión, y lo hacen cada vez que se conmemora la fecha. Mientras tanto, las llamas no se apagaban en la realidad de Afganistán, e incluso resurgen de la nada que dejaron 20 años de una devastadora guerra. “El nuevo milenio no tardó en engendrar dos nuevos crímenes terribles, que se suman al sombrío historial de los ya existentes. El primero fue los ataques terroristas del 11 de septiembre, y el segundo, la reacción a ellos, que se cobró sin duda un precio mucho más alto en vidas inocentes, civiles afganos que eran a su vez víctimas de los presuntos autores de los crímenes del 11 de septiembre”, resume Noam Chomsky en su libro “Piratas y emperadores” del año 2003.

Los atentados perpetrados ese día contra los Estados Unidos también marcaron un nuevo rumbo para teóricos y especialistas en asuntos internacionales, que intentaron no solamente explicar el porqué de los atentados sino también lo que podría pasar a partir de ese momento. Las teorías, tan móviles como la misma realidad internacional, recurrieron a antiguos conceptos que modernizaron para explicar un fenómeno, al parecer, nuevo. Una gran potencia podía ser atacada en su territorio por un grupo de personas que tenían mucho menos poderío militar, pero que contaban con una ventaja extra: estar dispuestas a morir por su causa. Claro que así lo veían en los primeros días quienes entendieron esto como una nueva forma de terror impredecible (y por ende mucho más peligroso, contra el que había que tomar una política de seguridad preventiva). Pero también es cierto que los soldados de las grandes potencias –acostumbradas a las guerras tradicionales–  están de alguna manera también dispuestos a entregar su vida en un conflicto.

En el intento por interpretar este punto de inflexión, y  las consecuencias que estas nuevas o viejas guerras podrían causar en el resto del mundo, surgieron diferentes visiones del antes y del después. Pero, ¿cuáles son esas interpretaciones?

Tesis uno: el choque de civilizaciones

Una de las teorías que surgió con más fuerza luego de los atentados del 11 de septiembre fue la de Samuel Huntington, y su postura sobre lo que él llamó la causa de los próximos conflictos del mundo: el choque de civilizaciones incompatibles entre sí.

Elaborada para entender el mundo de la Posguerra Fría, en el que algunos autores suponían habría un sistema multipolar, la teoría de Huntington abordó la idea de que los próximos conflictos mundiales no serían entre Estados, gobiernos, o potencias mundiales. Serían entre las diferentes civilizaciones existentes en el mundo, caracterizadas fundamentalmente por el idioma y la religión.

“En este nuevo mundo, los conflictos más generalizados, importantes y peligrosos no serán los que se produzcan entre clases sociales, ricos y pobres u otros grupos definidos por criterios económicos, sino los que afecten a pueblos pertenecientes a diferentes entidades culturales. Dentro de las civilizaciones tendrán lugar guerras tribales y conflictos étnicos.

Sin embargo, la violencia entre Estados y grupos procedentes de civilizaciones diferentes puede aumentar e intensificarse cuando otros Estados y grupos pertenecientes a esas mismas civilizaciones acudan en apoyo de sus ‘países afines’”. (Samuel Huntington, “El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial”, 1997)

El contexto de los atentados de 2001 dio lugar a que esta teoría reflotara. Tanto para quienes pensaron que podría explicar lo que pasó, como para aquellos que consideraron sería peligroso seguir ese camino interpretativo. Y es que ese camino llevaba a poner el foco en las diferencias culturales y no en la historia de las relaciones entre EE. UU. y el resto de los países del mundo, además de estigmatizar ciertas religiones en lugar de culpar a los verdaderos culpables. A la vez, reforzaba la imagen de que en esta oportunidad los enemigos impredecibles, incomprensibles (en tanto miembros de una cultura diferente) legitimaban entonces la decisión de EE. UU. de “atacar primero”, en Afganistán y luego en Irak. El concepto de “guerra preventiva” se utilizaría como definición en todos los medios a partir de entonces, y en eso sí podemos decir que la historia era diferente. Pero esa guerra preventiva era en realidad la continuación de antiguas guerras. Se trataba no tanto un cambio de estrategia sino más bien de un cambio en la justificación de métodos antiguos.

Tesis dos: nada es nuevo

Con las nuevas teorías surgieron algunas que postulaban que el mundo sería igual, por el simple hecho de que los atentados del 11 de septiembre eran consecuencia de su funcionamiento.

Para teóricos como Kenneth Waltz, por ejemplo, el 11 de septiembre no alteró el orden mundial unipolar (esto es, con una sola potencia dominante: EE. UU.) ni tampoco la presencia de armas de destrucción masiva (algo que, considera, es una característica del mundo Posguerra Fría). Para él, los atentados no cambian el hecho de que “las armas nucleares gobiernan las relaciones militares de las naciones que las tienen”.

Por tanto, hubo quienes entendieron que lo que ocurrió el 11 de septiembre de 2001 no fue más que una demostración de que ese orden unipolar se estaba desintegrando: EE. UU. no sería ya después de esto la potencia hegemónica por excelencia.

Y es que, en la visión de los teóricos realistas de las relaciones internacionales, el mundo está destinado al equilibrio de poder, por tanto no puede ser unipolar de por vida. Se trata, más bien, de una ilusión. Ahora EE. UU. se concentrará en dar respuesta al ataque, centrando todas sus energías en eso y no en la rivalidad (en otros ámbitos) con las demás potencias.

Tesis tres: todo será distinto

Algunos autores, ubicándose en una perspectiva más estatal que internacional, entendieron que los atentados causarían al menos dos grandes cambios: por un lado, el fortalecimiento del Estado, por el otro, el debilitamiento y posible desaparición de las instituciones que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial.

El hecho de que EE. UU. decidiera atacar Afganistán de manera unilateral y sin consultar en las instituciones previstas para ello hace pensar que las teorías eran ciertas. Otra vez, el justificativo del enemigo irracional aparecería como fundamento para cualquier intervención que no necesitaba ser validada por la comunidad internacional.

En palabras del entonces presidente George W. Bush, antes del  ataque de EE. UU a Irak en 2003, su país «no necesita el permiso de nadie para defenderse».

Podríamos decir que la tendencia de no recurrir a las organizaciones internacionales o abandonarlas se profundizó con la llegada de Trump al poder, periodo en el que el país se alejó de varias instituciones internacionales, precisamente porque el permiso no era necesario, bajo ninguna circunstancia.

Lo que sí cambió

Más allá de las interpretaciones sobre el 11 de septiembre, en la realidad palpable y para Afganistán e Irak, la historia nunca sería igual desde ese día. El 7 de octubre de 2001, Bush comienza la operación “Libertad Duradera”, atacando Afganistán, país acusado de albergar a terroristas. El 20 de marzo de 2003 inicia la ocupación militar en Irak, en búsqueda de armas de destrucción masiva, que nunca se encontraron.

Para Afganistán e Irak, todo fue diferente. Miles murieron y otros tantos siguen pagando las consecuencias. Millones, que debieron huir del país, son rechazados aún con más fuerza después del 11 de septiembre. Algunas naciones se escudan en la vieja teoría de Huntington: se trata de personas de otra civilización, probablemente incompatibles y peligrosas por esos mismos motivos.

Sin embargo, no hay teorías que expliquen cómo estos conflictos podrían cambiar el curso de la historia.