BITÁCORA DE PANDEMIA
Hojear sin juzgar el cuaderno de bitácora de viaje en esta pandemia en el que diferentes y distantes personas escriben reflexiones y sentires de esta historia
La Opinión/ La Voz del Sud
Nos asomamos al cuaderno de viaje en pandemia de Victoria C., habita en Mendoza y por seguridad preserva su apellido:
La pandemia significó para mí una metamorfosis de estados. Pasé por los más variados. Cuando todo comenzó pasaba la peor situación de pareja, algo insostenible e irremontable, pero el miedo a quedarme sola con mis hijos podía más. Y aunque tenía un trabajo de medio tiempo sabía que no había forma de mantener a mis hijos.
Nos encerraron por un virus, pero además en mi caso me quedé encerrada con un monstruo, que se hizo inmenso a medida que el encierro parecía no terminar. No se podía ver la salida, aun hoy sé que esto no ha terminado, pero el aire ingresa en cada bocanada a mis pulmones, respiro, literal y profundamente, respiro. A muchas les parecerá que lo que digo no tiene tanta importancia, pero esto que vivo hoy es darme cuenta, minuto a minuto y día a día, que me estaban matando y me estaba muriendo.
Tengo mi psiquis llena de golpes, más fuertes que los golpes o zamarreos que pasaron cerca de mí, y algunos hicieron centro en mi cuerpo.
¿Cómo pasó?, es algo que no debiera sorprenderme y sin embargo me sorprende. Parecía no ser yo. No sabía pedir ayuda. Cocinaba como en piloto automático, me ponía a ayudar con las tareas a los chicos, y cuando mi familia y mis amigas me preguntaban cómo estábamos, siempre los convencía que “mejor imposible”. Yo misma le estaba dando lo coartada a mi agresor, porque a veces él escuchaba que yo decía eso.
Recuerdo esconderme a llorar, siempre evitando que mis hijos me vean y que él no se molestara.
Un día mis padres quisieron que los fuera a visitar, ya habían flexibilizado, aunque sea para verse al aire libre. Todos nos extrañábamos mucho, recuerdo que la forma en que mi ex les decía a los niños de no ir, era: “no se quejen si después matan a sus abuelos llevándoles el virus”. Les estallaba la cabeza, un día en el que el más chico tuvo el impulso de abrazar a mi mamá, se frenó y se largó a llorar y decía desesperado: “no te quiero matar abuelita, por favor, no te mueras, no te mueras”.
Todas las emociones y sensaciones que mencioné al principio eran desasosiego, angustia, incertidumbre, desorientación y sobre todo miedo, mucho miedo que se convirtió en terror.
También descubrí con el tiempo que algo que me frenaba, que había calado dentro, y era no darle la razón a los que me advirtieron sobre que estaba con una persona mala, peligrosa y que no me amaba. Eso fue de gran peso hasta poner en riesgo mis oportunidades de seguir viva.
Fue una tarde cuando volví a nacer, estaban merendando los niños, el más pequeño pateó la mesa y el café con leche cayó al piso, el animal más siniestro que habita en él salió con todo y lo tomó del cuello, arrastrándolo al piso y obligándolo a lengüetear, “para que valorara lo que cuestan las cosas”, mi otro hijo se arrojó sobre él y se lo quería sacar, también presionó su brazo tan fuerte que el moretón duró dos semanas. Yo estaba paralizada y algo me despertó, el grito del más grande que me miraba a los ojos y decía: mamá, despertate, mamá por favor salvanos de él. Por favor mamá. Hasta hoy lo digo y me estremezco. No se vuelve de allí. Les juro que no. Vi todo claro. Lo que vino después fueron dolorosos pasos, legales y de los otros, pero los salvé y me salvé. Por eso, aun en tanto dolor y horror, la pandemia vino a magnificar todo y desperté para siempre. Este día de la madre el mejor regalo es que nos abrazamos sin terror, que vamos despacio, juntos, distintos y sin silencios. Vivas nos queremos no es una frase para mí, es una sentencia por la que me pongo de pie y respiro…
