José Santos Ortiz: La Pesquisa y el Hallazgo
Por José Villegas (*)
Corrían los meses de mediados del 2008. Juan Crisóstomo Lafinur había sido repatriado, ya estaba abrigado, ya estaba en casa. Y en el pueblo que lo había visto nacer ya se erigía el Museo de la Poesía Manuscrita, en su honor.
Pero eran dos los objetivos planteados por el entonces gobernador Alberto Rodríguez Saá. Uno ya era realidad, y con el otro había que empezar inmediatamente, es decir poner en marcha el proyecto de restitución de los restos de José Santos Ortiz, tarea ésta que tenía fecha de culminación: 2010, año del bicentenario de la Patria. Así fue como se me designó para la ardua tarea de encontrar sus restos y si era posible los de su esposa Inés Vélez Sarsfield.
Iniciamos pues la etapa heurística no sin algo de desaliento, pues mientras ya sabíamos que sus restos habían sido exhumados en Salsacate luego de su aberrante crimen, por pedido de su esposa Inés, estos habían sido trasladados a Mendoza, los historiadores mendocinos parecían desconocer el paradero final de nuestro prócer. Así debimos inferir que lo más probable sería encontrarlos en el gigantesco Cementerio de Las Heras, el más antiguo y representativo de la historia de Cuyo. Y así fue como decidimos realizar la investigación en dicha necrópolis.
Recuerdo que en ese momento, ya habíamos trabajado las arquitectas Alicia Braverman, Liliana Girini y quien esto narra, en un exhaustivo relevamiento arquitectónico, histórico y cultural de nuestro Cementerio San José que dio como resultado un libro y la puesta en valor de esta pequeña “recoleta” puntana. Todo aquello por solicitud del Municipio y de la entonces Directora de Cementerios Lili Vergara quien en una incansable gestión logró que nuestro Cementerio San José fuese incorporado a la “Red Latinoamericana de Cementerios Patrimoniales”.
Así con este antecedente, me dispuse a viajar a la provincia vecina, no sin solicitar el acompañamiento de la experimentada funcionaria puntana quien aceptó entusiastamente el desafío. Obviamente íbamos siendo conscientes que el relevamiento en el Cementerio Las Heras sería muy complicado debido a su tamaño (unas 30 veces más grande que nuestro San José) y con la incertidumbre de si los encargados colaborarían o no, ya que se trataba de buscar tumbas o mausoleos de la primera mitad del siglo XIX.
Aquel 25 de setiembre de 2008, a las 9:30, acompañados de un sol que prometía pegar fuerte, ingresamos por el portón principal de la necrópolis. Luego del saludo y la puesta en conocimiento al encargado administrativo del objetivo de nuestra visita, le solicitamos (primer paso de la investigación) el acceso a los archivos de registros de inhumaciones. La respuesta fue demoledora: no existían registros pues un incendio allá por 1940 ¡había convertido en cenizas los archivos! Desde ese momento y hasta el día de la fecha me reservé el derecho de creer en aquel hombre, pues desde el saludo inicial note escasa o nula intención de colaborar.
Debimos entonces recurrir al segundo paso: el relevamiento parcela por parcela, tumbas, lápidas, mausoleos, panteones, cenotafios. Obviamente solicitamos algún guía conocedor, obviamente tampoco había. Pues entonces, tarea de dos. Desde las 10 de la mañana, y sin parar, hicimos el recorrido, desde los muros traseros hacia el frente. Finalmente, abrazados por un sol inusual, la sed, el cansancio y la frustración, decidí dar por terminada la búsqueda. Volveríamos a San Luis y regresaríamos con por lo menos 3 ayudantes para continuar.
Me adelanté un poco buscando la salida. Mi compañera, indulgente me animó a salir, pero ella, aunque exhausta, aun con entusiasmo casi obsesivo, se disponía a relevar una parcela ubicada a no más de 200 mts. de la salida, prometiéndome que sería la última. Busqué refugio en la sombra de un viejo jacarandá cerca del portón de salida, me senté y encendí un cigarrillo.
Unos 5 o 7 minutos habían pasado de las 16 de aquella deprimente siesta cuando se produjo lo increíble, providencial, inaudito. Un grito fuerte de Lili, que no supe distinguir a que causas respondía (me hizo levantarme asustado y volar hacia donde lo había escuchado), y mientras corría escucho más gritos: -¡Aquí está! ¡Aquí está! Llego, veo, corroboro, toco, lágrimas suyas y mías, milagro) ¡Allí estaba!, totalmente invisible un mausoleo abandonado, derruido, agrietado. Y al lado una lápida de carrara partida, desapercibida: la de Inés.
El primer paso estaba dado. Ahora vendría la burocracia. La negativa absurda de algunos historiadores mendocinos a la restitución. Pero, la buena predisposición del entonces Intendente Fayad para autorizar nuestro propósito.
En el 2010 año del Bicentenario, luego de una vigilia vibrante y emotiva, trasladamos al primer gobernador de la San Luis autónoma y su esposa a la ciudad que lo vió nacer: Renca. Nuestro gobernador dijo en aquel discurso memorable frente a su monumento que: “por fin se ha hecho justicia, el Dr. José Santos Ortiz por fin descansa en paz, en su tierra natal”.