San Luis, Tertulias de la Aldea

El de las narraciones infinitas

Por Sebastián Reynoso

El hombre de los cuentos, el de las narraciones infinitas, el de la vista perdida en un relato, fijada solo en un punto, cual serpiente al acecho de su presa, con esa estrategia parecía alimentarse su inspiración. Por años ha transmitido sus historias, sus cuentos, mitos y leyendas urbanas.

Con absoluta generosidad siempre sumaba gente a sus historias, le encantaba tener espectadores al pie de aquel tronco seco y viejo que a su vez le serviría de asiento. De bigote ancho, grande y tupido, tan importante para él que no llevarlo le parecía una ofensa, algunos, con más confianza, siendo más jóvenes, se animaban y lo cargaban con el mote de Dante Caputo.

Su voz ronca y grave, dejaba imaginar que podría haber sido un excelente presentador de artistas, un locutor de radio y por qué no, de televisión. También se decía que esa virtud de tener una voz así, tan particular, lo beneficiaba con las mujeres que al parecer prefieren más a los roncos que a las voces finas, encima, a sus relatos les agregaba aquella pausa, que ya era una marca registrada de aquel viejo. Tenía la costumbre que cuando arrancaba con un tema, enseguida empalmaba unos cuantos más a la misma historia.

Le gustaban las artes, la pintura, considerada una de las expresiones más antiguas y universal, alguna que otra vez lo podías encontrar pintando algún lienzo en su vejo galpón, donde guardaba absolutamente de todo. También amaba la música, sobre todo la italiana, como todo descendiente al que le tiran sus raíces.

Adoraba su ciudad, conocía su historia a la perfección y siempre la relucía cada vez que podía, y era un amante perdido de la naturaleza, hablaba con las plantas y discutía con los árboles, sobre todo con los plátanos que en temporadas desprenden esa pelusa de la que tantos se quejan.

Del Barrio Estación, el de la carbonilla, el del ferrocarril, como exferroviario sufrió en carne propia cuando los trenes dejaron de funcionar, cayó en depresión como tantos otros de sus compañeros, buscó consuelo en el alcohol, hasta que un día sus hijas le hicieron entender que no todo estaba perdido. Que todavía había vida y debía vivirla, y disfrutarla como nunca antes lo hizo, ya vendrían los nietos.

Justamente los nietos lo hicieron volver a ser feliz, la familia unida, la misma que a pesar de las dificultades siempre salió adelante, hasta rescataron al hombre que alguna vez cayó rendido y durmió en algún sitio baldío.

Después, por muchos años don Ignacio se dedicó a los niños del barrio, nos involucró a muchos en el fútbol, era un entrenador con todas las letras, un contador de historias como nadie, un abuelo presente. Una buena persona que hoy quedará en el recuerdo de todos aquellos que tuvieron la suerte de conocerlo allá por aquellos años en el Barrio San Antonio.

“Narrador de cuentos e historias”, por Albert Anker. Pintura alemana de 1884.