Expresiones de la Aldea, San Luis

EL CABALLERO

Por Alejandra Etcheverry
Las piedras que demarcan el camino del bosque, lo vieron pasar sobre su cabalgadura, con su escudo y armadura.
Llevaba la estirpe real de aquellos que defendieron el trono, y las historias de la mesa redonda cantaban sus batallas.

Quizás fueran las palabras de Merlín las que lo llevaron a aquel sendero, quizás el ojo del mago supo ver algo que muchos otros no vieron detrás de aquel escudo o sobre el filo de la espada.

Su historia parecía perfecta, y sin embargo las palabras que el hechicero pronunciara, casi como al pasar, lo habían perturbado, le habían robado el sueño días atrás:
“Al final del sendero que cruza el bosque, se encuentra el verdadero nombre de uno de nuestros caballeros”.
No entendía su significado, pero ahora pisaba aquel sendero esperando encontrar una respuesta.

Los árboles del bosque iban estrechando el camino, sobre el horizonte un cúmulo de rocas custodiaba la entrada de una cueva.
Se acercó al paraje cuando los sonidos de la noche comenzaban a despertar.

Corrió le piedra que obstruía la entrada y observó que esta era demasiado pequeña para poder trasponerla con su armadura.
Algo dentro de él lo empujaba hacia aquel interior desconocido, así que con un extraño sentimiento se despojó de ella.
Se percibió desnudo, pudo sentir el frío de la noche sobre su piel, se vio vulnerable.
Penetró en la cueva cuidando de dejar la espada y el escudo cerca de la abertura, pero cuando quiso alcanzarlos estos habían desaparecido. Pensó en regresar, más la misma fuerza que antes lo impulsara, se negaba a que lo hiciera.

Dentro de la cueva sus pasos eran inseguros. Las sombras se hacían espesas y le arañaban los brazos.

Una mujer se acercó desde el interior, con los ojos negros y el cabello largo. Se paró frente a él y extendió la mano tocando su pecho.
Los ojos se le entrecerraron con aquella sensación, era algo profundo, distinto.
Los dedos femeninos penetraron la piel y pudo sentirlos dentro de su corazón.
De pronto un dolor indescriptible lo atravesó. Al abrir los ojos, la mujer sostenía sobre sus manos el corazón.
Con un grito desgarrador preguntó: “¡¿por qué?!”
Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas, no había querido lastimarlo, solo mostrarle que lo tenía.

La imagen desapareció y un vacío indescriptible le recorrió todo el cuerpo.
Sobre el rincón de la derecha de la cueva, otra imagen tomó forma.
Un dragón con labios de fuego acechaba a una criatura de pocos años. 
Con sus fuerzas maltrechas cobijó al pequeño y enfrentó al dragón. Este cambiaba de forma mostrándole rostros diferentes para desorientarlo, utilizaba la voz de sus seres queridos, y las cosas que tantas veces sus oídos le habían escuchado decir a estos de él.
El caballero se plantó ante la bestia y con voz segura gritó: “¡no eres real!” Con lo que las mismas sombras diluyeron la imagen del dragón. 
No en vano había visto a su corazón.

Se volvió al pequeño que lo miraba con ojos asustados. Se arrodilló y lo abrazó con infinita ternura, pudo sentirlo cuando poco a poco fue ocupando el vacío de su pecho.

Cansado y sediento se recostó sobre el suelo rocoso, pudo sentir que la cueva se iluminaba.
La voz de Merlín resonó potente:
“Ya tienes tu nombre, ahora podrás vivir tu verdadera historia”.



“El Caballero”, pintura de Alejandra Etcheverry.