Historiografía y ¿Objetividad?
Por José Villegas
Empezaremos este texto, teniendo en cuenta que no todo el mundo tiene la obligación de saber qué es la Historiografía, con un concepto de Bauer: “la Historiografía es la división de la Historia según el modo de exposición de los historiadores”. También diremos que es el estudio de los métodos, escuelas e interpretaciones de los historiadores.
Quienes conocen mi derrotero como historiador, y aunque muchos no hayan leído mis libros (aunque sí espero que algunas columnas de “La Opinión” y “La Voz del Sud” y algunos otros textos que andan por ahí), saben de mi pertenencia a la Escuela del Revisionismo Histórico. Ergo, sabrán que una de las premisas fundamentales siempre es afirmar que el historiador no puede en verdad ser objetivo e impersonal. Objetivos pueden ser los elementos inanimados, no pensantes. En el historiador su carga afectiva y formación intelectual hacen que su objetividad profesional esté teñida por su propia vivencia humana.
Dicho esto, en este escrito me acompañaré de voces a mi juicio inapelables, precisamente por la grandeza y prestigio de los que son portadores indiscutibles. Así, veamos lo que piensa Enrique Díaz Araujo (quien no es revisionista), sobre el tema: “la objetividad es posible en la redacción de hechos (crónicas), de documentos, para conocer lo que ocurrió. Sin embargo, en la parte interpretativa (hermenéutica) juega la honestidad intelectual. En exponer, en todos los casos, nuestra propia cosmovisión, y con ella juzgar indicando las otras posiciones. Pretender que uno va a conseguir un término neutro, aséptico, es una posición absurda y mentirosa”.
Y, como humilde aporte a lo sostenido por el Prof. Díaz Araujo, mi permito decir que detrás de la Hermenéutica, en la preceptiva metodológica siempre subyace una ideología determinada, es decir, la ideología del interpretador de los hechos históricos. Así, en la fase interpretativa del método, es decir, la hermenéutica subjetiva del historiador abundan en incontados casos omisiones, tergiversaciones, ocultamientos deliberados y detracciones o apologías según los intereses de quienes luego exponen estas especies de “verdades absolutas”.
A modo de ilustración, citaré uno de los tantísimos ejemplos roborativos de lo antes dicho: Don Bartolomé Mitre, uno de los popes de la Historia académica y “oficial”, tuvo en su poder la copia del original del “Plan Revolucionario de Operaciones” del Dr. Mariano Moreno para luego “extraviarla”. Tiempo después, gracias a la difusión del original que poseía el Dr. Manuel Moreno, Don Bartolo se permitió dudar de la autenticidad de aquel documento revolucionario ya que dicho Plan no mostraba el perfil del “dulce” y “amable” Secretario de Gobierno y Guerra de la Primera Junta (tal como lo pintó posteriormente la historiografía escolar y las “estampitas” de Billiken).
Precisamente, en aquel proyecto clave para el desarrollo de la patria naciente, Moreno se expuso tal como fue: revolucionario, jacobino, proteccionista, estatista y americanista. Claro está que, para Mitre y luego Levene, ese perfil contradice el “pensamiento” morenista designado por ambos y otros tantos como: “democrático y liberal”.