Expresiones de la Aldea, San Luis

LA QUINTA

Por Jorge O. Sallenave (*)

Los personajes y los hechos mencionados en esta obra son ficticios. 

A Francisco S. que no dudó en preparar el suelo y plantar nogales. 
“Si tanto sorprende la vida, cuánto más ha de sorprender la muerte”. 

A Eduardo S. por mostrarme La Quinta. 

“Distinto era el caso del hombre que lo sostenía. Él tenía alma, estaba vivo y convencido de que en sus brazos cargaba al Redentor” (De la novela “El Club de las Acacias”) 

EN ARMONÍA 

(Un hombre muy casado) 

Mis tres esposas son bellas, de buen trato, con espíritu familiar” decía Modavel exhibiendo las fotografías de Tim, Laura y Raquel. “Será atendido con las consideraciones propias que se reciben en un matrimonio bien constituido. Por supuesto que existen ciertas prohibiciones: no se aceptan desviaciones sexuales ni malos tratos. Mantenemos absoluta reserva sobre el nombre de los favorecidos. Recomendamos la misma reserva a nuestros clientes. El contrato se resuelve si sospechamos una infidencia”. Hubo otras entrevistas. Tres en total. Hasta que Arturo J. eligió a Laura.

“Usted es un privilegiado”, fue la frase que siguió al apretón de manos que cerró el trato. Había comprado el derecho de compartir una esposa. “No es el caso de un prostíbulo”, pensaba “hay de por medio fidelidad, consideración y respeto. Siempre se paga. De alguna u otra forma. Lo importante es que he sido seleccionado. Se han fijado en mi persona. Este hombre (se refería a Modavel) actúa como buen marido. Elige… y elige bien. Es una forma de vida. A fin de cuentas, la fidelidad depende de límites que la sociedad maneja a su antojo. ¿Qué tan infiel es una mujer que exhibe su cuerpo, consciente de la lujuria que despierta en otros? Señoras dignas se ciñen como salchichas Solo para ser deseadas. Juzgamos los hechos y nos mostramos distraídos con las intenciones”.

Por esos sucesos, cuando Laura lo invitó a compartir su lecho, Arturo J. se sintió nervioso. Él no iba a acostarse con una prostituta, él iba a desposar a una mujer honesta. En la habitación contigua, Raquel cepillaba el pelo de Tim. Las dos pensaban en Laura.

—La vi melancólica—dijo una.

—Triste—aceptó la otra.

Modavel, solo en su dormitorio, mirando el techo, reflexionaba: “Un día difícil. Laura no se siente bien. Su carácter es proclive a la desesperanza. Romántica por sobre todas las cosas, es sabido lo que hace el romanticismo con las personas. Las debilita como la peor peste. Los vuelve inestables, de mal humor, caen en pozos profundos. ¿Qué desea? lo mismo que todos nosotros. Pero no tiene en cuenta el tiempo. Los grandes cambios requieren paciencia. No podemos aflojar ahora… Debo tener cuidado. Laura pretende un trato privilegiado. No cargaré con una decisión de tamaña trascendencia”.

Arturo J. se desvistió. De reojo vio su figura en el espejo: abdomen prominente, carnes fláccidas, la piel incolora y con verrugas, su sexo inerte. Se cubrió con la sábana.

Cipriano dormía. Era un hombre viejo que dormía y soñaba. Esa noche prefirió olvidar la luna, tampoco soñaba con su hija. En el centro del terreno engramillado, mirando hacia el este, contemplaba el nacimiento del amanecer. El rocío le mojaba los pies. La brisa suave acariciaba las hojas de los nogales. Él sabía, como ocurre en cualquier sueño, que por la puerta de atrás, la que daba al patio de ladrillo, aparecería una joven. La joven vendría hacia él. Desnuda. Los pechos moviéndose en cada paso. Su sexo insinuándose tras un vello suave, ensortijado. Cruzaría el muro de piedra laja y avanzaría en línea recta, sin ocultar su desnudez, la mirada altiva, el paso resuelto.

Cipriano era un hombre viejo que soñaba y en el sueño deseaba poseer a la joven, que tanto se parecía a Laura, con la fuerza de la juventud. La Voz miró a Arturo J. por los ojos de Laura. Sintió que la mano del hombre recorría sus senos, el vientre y después se hundía entre sus piernas. La Voz esperaba a Modavel y la presencia de Arturo J. a su lado desestabilizó su carácter. Abrió los labios para que el primer cliente de “En Armonía” la besara. La lengua de Laura se hinchó, ocupó la boca de su amante y obstruyó su garganta. Arturo J. quiso desprenderse. Le fue imposible. Sus brazos no tenían fuerza suficiente para alejar a esa mujer que lo comía por dentro. Cuando en la cama cesó el movimiento, la Voz hizo que Laura se levantara. La joven fue hasta el placard. En puntas de pie alcanzó una caja de cartón. La apoyó en el suelo y la abrió. Con delicadeza, atenta a que no se produjera un enganche en la tela, sacó el vestido de novia. Lo midió sobre su cuerpo desnudo mirándose en el espejo. Se vistió. Luego se arregló el cabello marcando las ondas negras. La Voz pensó que si el hombre estaba muerto, sería mejor disimular su presencia frente a la vida y extendió con la mano de Laura una sábana sobre el cuerpo de Arturo J. Luego salió del cuarto. Abrió sin ruido la puerta del dormitorio de Modavel. Se acercó a la cama y lo besó en la frente. Modavel, con la mitad de la conciencia aferrada al sueño, encendió el velador. Al ver a Laura preguntó qué había ocurrido.

beautiful bride by the window

—Se fue —respondió la Voz—supongo que no le agradé.

Modavel apoyó los codos en la almohada. Por un momento no creyó en lo que decía su esposa. Supuso una broma. Pero el gesto firme lo convenció de que hablaba en serio y como si necesitara una conclusión dijo:

—Él no puede irse así ¿o es que pretende reclamar su dinero?

—No lo hará. Dijo que renunciaba al trato, sin aclarar el motivo. Que estaba en su derecho. Que te autorizaba una nueva venta porque él estaba satisfecho y no regresaría.

Modavel advirtió cómo vestía su mujer y le preguntó la causa.

—Quiero ser la primera.

—Le corresponde a Raquel

—Será nuestro secreto—afirmó la Voz con tono seductor.

—No hay secretos entre nosotros—replicó molesto el hombre.

—Ellas nunca lo sabrán. No veo el perjuicio.

—Suficiente con que lo sepamos nosotros. Tenemos un pacto y debemos cumplirlo. La primera noche en La Quinta le corresponde a Raquel. ¿Cómo podríamos convivir en el futuro si sabes que no he cumplido? ¿Cuánto tiempo te llevará fabricar la primera sospecha? Laura, la Voz, hizo un gesto de resignación.

—Entonces me iré —afirmó—. Partiré esta misma noche. Ni Tim, ni Raquel aceptarán una reemplazante. Pero eres dueño de mantener lo acordado. ¿No te das cuenta? Fundida una en otra hemos perdido nuestra identidad. Somos tu esposa, tu amante, tu confidente. Cualquiera que falte hiere de muerte a tu pareja. Enfrentas una decisión difícil. Mantiene tu palabra y acaba para siempre con quien te quiere tanto. El verdadero amor se nutre de dudas y sacrificios. Si eliges lo que te ofrezco, nosotras no sufriremos. Será tuya la carga. Laura inclinó la cabeza (así lo quería la Voz) y su lengua mojó la piel de su esposo.

—No es justo—musitó Modavel cuando su voluntad flaqueaba.

En el sueño, la mujer tomó la mano de Cipriano. Lo ayudó a recorrer recuerdos. Él sabía que pronto iba a despertar. Que se encontraría en la oscuridad, tendido en su catre, con retazos de esas imágenes que ahora vivía. Intentó, para no despertar, aferrarse al cuerpo de la mujer que soñaba. Sus brazos aprisionaron el aire. La Voz fue penetrada. A Laura se le encendieron las entrañas. La Voz se retorció gozosa. A Laura le ardían las mejillas. Pasado el arrebato, la Voz recuperó su mundo. Laura perdió el suyo.

La luna declinó hacia el poniente. La araña de patas largas sintió tensar su tela, una presa se revolvía anudándose en los hilos. El agua del aljibe, ondulante, despedía olor a flores descompuestas. El que escuchaba a la Voz, privado de su presencia, dormía. También dormían Tim y Raquel. Disfrutaban de un sueño tranquilo porque al fin tenían su casa. Cerca de la pileta, el animal de piel aceitosa y ojos de ratón dejó que su cola, delgada y sin pelos, se estirara. Caldo y Bastón recordaban la misma historia: un caballo negro, una niña, una batalla inútil. Cipriano jadeó como si dentro de su cuerpo un Cipriano más joven hubiera amado. Modavel tendido de espaldas, agitado, medía su traición. Pensaba en sus esposas, en la placa de bronce, en vender La Quinta. Se sentía vencido.

A su lado la Voz, en borbotones de saliva, abandonó el cuerpo de Laura y se escabulló por la ventana en jirones de humo, transparentes a la luz de la luna.


(*) 12va entrega