MALVINAS: LOS QUE FUERON, LOS QUE NOS QUEDAMOS
A 40 años de la Guerra, crónica de un dolor no cerrado
Por Leticia Maqueda
2 de abril de 1982
Me levanto como todas las mañanas para ir a trabajar y enciendo la radio mientras desayuno. Escucho las noticias: el ejército argentino ha tomado las islas Malvinas. Mi estupor es enorme. La primera reacción brota de un profundo sentimiento de nacionalidad, gestado desde la infancia de tanto repetir “las Malvinas son argentinas”. Salgo a la calle. El alborozo y la excitación están en toda la gente. Llego hasta la explanada de la catedral frente a la Plaza Pringles, allí la gente se va congregando, agitan banderas y cantan la Marcha de San Lorenzo. Es tan fuerte mi conmoción que me inmoviliza, no logro sumarme. Una señora mayor, extranjera con una vivencia de guerra en su pasado observa silenciosa. Me dice: “no entiendo cómo pueden estar tan contentos porque comienza una guerra”. Pero nosotros, argentinos, sin guerras en nuestro pasado reciente estamos felices, no pensamos en la guerra, no hemos vivido en carne propia lo que es. Estamos felices por esa tierra que inocentemente creemos recuperada.
Clima de júbilo. Banderas que se agitan. Veo por televisión la Plaza de Mayo colmada de gente. ¿Es apoyo a la Junta Militar? No. Nadie piensa eso. Todos estamos con el alma y el corazón en azul y blanco, una emoción colectiva nos atraviesa.
Los días transcurren. Estamos en guerra. Seguimos por televisión, los diarios y la radio los avances, qué países nos apoyan, cuáles no. Comienza a vislumbrarse que las cosas no son simples sino complejas y graves. El teléfono suena. Es mi hermano con la noticia que todos estamos presintiendo. Es militar, es comando, va a la guerra. Tiene una hija de un año y otro en camino. La vida en la casa gira en torno de esta realidad. Quedamos atados a los diarios, a la radio que transmite con descargas, a radioaficionados que informan a las familias listados fragmentarios de los que están vivos, a los comunicados por televisión de corte triunfalista. De mi hermano no hay noticias. No sabemos si vive o está muerto.
Los días tienen el peso y el sabor del plomo. Las sonrisas se nos borran del rostro. Estoy en el Oba Oba con amigos tomando café. En el televisor prendido suena esa música que hemos comenzado a temer y escuchamos la voz que dice “Comunicado de la Junta Militar… a consecuencia de un ataque realizado por un submarino británico ha sido hundido el Crucero General Belgrano”. Un silencio cargado de pesadumbre recorre el bar hasta ese momento lleno de ruido.
Seguirán en días siguientes las noticias, el aire triunfalista de los primeros comunicados se va desvaneciendo ante la realidad que ya no puede ocultarse: aviones derribados, actos heroicos. Nosotros, que no sabemos de guerras recientes, rememoramos las hazañas de la patria en el pasado e imitamos los gestos de aquel entonces.
El pueblo todo está envuelto en la generosidad: se tejen bufandas para los soldados, se hacen colectas, adultos y jóvenes donan medallas, anillos, pequeños tesoros de valor afectivo, promociones de adolescentes ofrendan el dinero que han juntado para su viaje de egresados y tanto más, porque así sabíamos que nuestro pueblo lo había hecho en la guerra por la independencia nacional, pero esto no alcanza hoy, en realidad nunca alcanzó para ganar la guerra a una potencia mundial.
Finalmente llega el descalabro final. La rendición. Ya nadie habla de esto. Todos han dado vuelta la cabeza. Todos hablan del mundial de fútbol. Aquí no pasó nada.
Mi hermano está vivo, pero ha sido tomado prisionero junto a otros compañeros de las fuerzas especializadas para misiones de alto riesgo. Nadie nos dice cómo está.
Pasan los días. El Comando en Jefe es un bloque de silencio ante las preguntas de familiares. ¿Cuándo regresan? ¿Qué negociaciones se están realizando para el regreso? ¿Por dónde retornan para ir a esperarlos? Silencio. No hay respuesta. No hay noticias. Pasan los días, todos esperamos en la angustia que crece. Y finalmente mi hermano regresa. No hay nadie en ese momento para recibirlo porque fue una llegada en el silencio, la de él y la de todos como si fueran fugitivos que tenían que esconderse. Viaja a casa en San Luis.
Los que estaban prisioneros, y todos los que regresaron, llegan a su tierra donde no hay recibimiento alguno, como si fuera motivo de vergüenza que estos que llegan hayan arriesgado la vida, y de que muchos hayan muerto defendiendo la integridad de la Patria. El gobierno que los había enviado da la espalda y todos nosotros bajamos la vista en lugar de mirarlos, bajamos los brazos en lugar de alzarlos en afectuoso recibimiento, silenciamos la voz en lugar de gritar el agradecimiento y recibirlos como lo que eran: HÉROES.
En otros países así se los recibe a quienes han ido a la guerra ya sea que vuelvan victoriosos o no. Pero nosotros, tal vez acostumbrados a vivir las cosas trascendentes como si fuera un partido de fútbol, no toleramos haber perdido, miramos hacia abajo.
El recibimiento afectuoso a los que regresan, el llanto por los que no volvieron se vuelve un gesto de enorme soledad y de profunda intimidad vivido en cada hogar. Las familias en silencio conteniendo, escuchando puertas adentro narrar el hecho cruento de la guerra, el dolor vivido, la frustración, la muerte.
Después… la vida poniendo sobre las espaldas de los que regresaron el peso de una guerra. Después el dolor silenciado provocando suicidios o ahogado en el alcohol, pues públicamente no se permite hablar de lo vivido. “Desmalvinizar” es la política de Estado y han instituido una celebración el 10 de junio de reivindicación de los derechos sobre las islas, fecha que a nadie dice nada y nadie conmemora por más que esté en un calendario. Gesta silenciada. Pero allí está, aunque se lo prohíba, el sentimiento que, sofocado sin poder gritarse, gira y da vueltas en el inconsciente colectivo del pueblo. No se puede hablar, pero cada 25 de mayo los soldados desfilan al son de la marcha de Malvinas y aunque no se canta a viva voz, todos decimos por dentro al escucharla “Bajo un manto de neblina no las hemos de olvidar...”, y cada 2 de abril el recuerdo está presente, aunque no se conmemore con la importancia que debiera.
Malvinas…una herida abierta. Faltó el inmenso acto de agradecimiento a los que fueron y murieron, a los que fueron y volvieron. A los que no fuimos nos faltó en esos años ser lo suficientemente agradecidos. Malvinas, un dolor sin lágrimas que reclamaba la Justicia que nos legitima como pueblo.
34 años después
9 de julio de 2016
El país celebra el Bicentenario de la declaración de su independencia. Miro por televisión la multitud agolpada en las veredas a lo largo de la Avenida del Libertador en la que se realizará el desfile y finalmente allí ocurrió lo inesperado. Años de silencio, de ausencia de reconocimiento concluyeron en el momento en que nadie lo esperaba.
Tal vez el valor y significado de esta fiesta del Bicentenario de la Independencia aventó el fuego, a lo mejor la necesidad de tener algo que nos uniera en este tiempo de disidencias constantes, tal vez el sentimiento vestido en esos días de azul y blanco en todos los argentinos, más allá de las banderías políticas y las rencillas cotidianas. Tal vez fue todo junto, pero cuando aparecieron los ex combatientes y veteranos de guerra de Malvinas, la multitud estalló en un aplauso monumental y sostenido a través de cuadras y cuadras.
Al grito de ¡Argentina! la emoción estalló como una enorme marea en un aplauso interminable. Finalmente llegaba el reconocimiento a quienes en nuestro tiempo contemporáneo lucharon por un trozo de tierra que nos pertenece. La emoción y las lágrimas en los rostros de la gente que aplaudía desde el vallado de las calles y desde los balcones y ventanas, y también de quienes mirábamos lo que ocurría desde la pantalla del televisor eran indescriptibles.
Veíamos los rostros sorprendidos, azorados, emocionados hasta las lágrimas de los ex combatientes que no imaginaron esto, y fue como si finalmente después de tanto tiempo se hiciera justicia. Y esta no vino en decretos, ni en acuerdos, resoluciones, ni en discursos políticos oportunistas, vino de la mano del pueblo que en su aplauso emocionado y su grito de Argentina, dio a quienes lucharon y murieron por la causa de Malvinas el tardío reconocimiento y esto fue enormemente curativo para el Ser Nacional.
Comenzar a sanar las heridas de la mano del pueblo me ha parecido lo más bello que ocurrió en la fiesta del Bicentenario.
Excelente Leticia, acuerdo sinceramente con tus conceptos. Para mí sigue siendo una herida abierta, por los que murieron allá, por sus familias, por los que se suicidaron, por los que se alcoholizaron, por los los que siguen con nosotros, eternamente heridos. Gracias por decirlo tan bien.
Nena, que hermosa , completa y precisa es la crónica de esta historia que nos pertenece a todos, pero nos tuvo como protagonistas, a esa beba de un año, otro que latía en la panza y a tu familia entre las paredes de tu casa de la calle Belgrano.
Inolvidables esos meses, que hubiesen Sido mucho más difíciles sin la contención de tu familia. El tiempo ha pasado, muy rápido, Siempre es un placer leerte, hoy mucho más, ya que se trata nada más y nada menos que de Malvinas, tu hermano héroe, en primera persona. Gracias por este texto,tus abrazos de ese entonces.
Reviví esos días tan duros ! Yo estaba en San Luis el 2 de abril con mi hijo de 3 meses y mi marido en la guerra, gracias Leticia por tu excelente artículo que sintetiza tan bien estos 40 años , un abrazo grande