Atardecer con viento
José Luis Méndez Cortijo (*)
De repente, sin saber de dónde provenía, el viento me acariciaba. No era la primera vez, supongo que no lo era. La primera vez había sido en el mar; entonces se llamaba brisa y olía a algas y salitre. Rugía mucho, como si se hubiera tragado una manada de leones furiosos.
Me había dormido encima de una roca y cuando desperté el sol era una naranja hundiéndose en el mar. Por supuesto, el viento, quiero decir, la brisa, hacía ondular mi pelo como si lo estuviera acariciando. Ese viento me dijo cosas, me habló de largas noches de altamar, de barcos encallados en el olvido; me habló del júbilo de las palmeras que se mecen, siempre arriba, apoyadas en su pie combado. Yo me sentía grande y a la vez pequeño, grande frente a un grano de arena, pequeño bajo la noche inmensa.
No me quería marchar. Y eso que el viento comenzaba a arponear mi cuerpo. Aguanté lo que pude, porque esa es la actitud de quien lucha con lo bello, de quien, tarde o temprano, se rinde a lo inmortal.
(*) Este texto del autor, llega desde Madrid, España. Fue premiado con una MENCIÓN ESPECIAL y conforma parte del libro: Antología Prosa Poética Homenaje a Raquel Weinstock. Su versión digital está disponible en: