EL DÍA DESPUÉS DE LA TOCA
Por Patricia Girabel (*)
Llevo un vestido azul nuevo, zapatos con hebilla del mismo color. La noche anterior mi mamá me hizo la toca, con un rulero demasiado grande para mi cabeza de ocho años. Dormí como pude, lo único importante era dominar mis rulos.
Mis hermanos no quisieron ir, se quedaron con la niñera. Mi madre estiró todo lo que pudo mi pelo, pero lo que más sobresalía era la marca del rulero.
Entramos a esa casa de piso de parquet, muebles oscuros y brillosos; una mesa larga con un olor parecido al lustramueble que usan en casa. La señora de traje celeste claro se fue, pero antes nos invitó a sentarnos hasta que llegaran los señores.
Quedé sentada en el medio de mis padres, en un sillón gris suave, no dejé de pasar la mano sobre el asiento, una sensación de tranquilidad me recorría el cuerpo. Mi papá dijo que era de terciopelo.
Mi mamá dijo con voz firme pero en voz baja –Portate bien-, yo la miré.
Mi papá dijo con voz suave pero más fuerte –Siempre se porta bien-, di vuelta hacia el otro costado y lo miré a él con una sonrisa.
Estaba atenta el techo, mientras esperábamos, empecé a sentir terror de que esa lámpara con lágrimas de vidrios se me viniera encima.
Llegaron los señores, para mi sorpresa no eran dos hombres, era un hombre y una mujer; me besaron en la frente. La mujer no alcanzó ni a saludar a mi mamá que dijo: —Este verano llorón solo nos ha dado disgustos.
El esposo la miró con los ojos grandes y expresó: —Son temas de hombres.
La señora la invitó a mi mamá a tomar el té en otro rincón de la sala, que por cierto era grande. Yo quedé ahí, como en el medio, atenta a la lámpara del techo, casi sosteniéndola con la mirada.
Mi papá y el señor de la casa se sentaron en un sillón grande, conversaban, no sé muy bien de qué.
—Tenemos un problema grave, el veneno ha llegado al hogar, el prostíbulo agoniza.
Mi padre contestó con un puñetazo en el sillón —¡Carajo!
La señora de la casa y mi mamá reían y conversaban mientras tomaban el té.
Mi atención se desvió completamente de la lámpara. La frase del señor de la casa me perforó hasta mis treinta años, cuando entendí el negocio de mi papá.

(*) Mi nombre es Patricia Girabel, hace cinco años que vivo definitivamente en San Luis, mi intuición me decía que entre la ciudad y las sierras me esperaba otro mundo. Soy amante de la música, lectora empecinada y he podido recuperar la pasión adolescente de la escritura. Conocí a los “Silenciosos incurables” en 2019 y me dejé llevar por Viviana Bonfiglioli, “la profe”. Hoy he podido articular la escritura con la psicología. Sin embargo el ruido ensordecedor del relato, el cuento y la poesía pujan por salir, y allí los martes cerca del mediodía, entre mates con ellas y ellos, el ruido se vuelve palabra.
Muy bueno Patricia! Final contundente
Felicitaciones Patricia. Hermoso trabajo❤