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ALEJANDRA PIZARNIK, SIGNO DE INTERROGACIÓN

Una escritora con una obra excepcional, aferrada a las palabras y a las preguntas trascendentales

Por Eliana Cabrera

Se cumplen 50 años de la partida de Alejandra Pizarnik, poeta, ensayista y traductora considerada como una de las figuras argentinas más relevantes. El aumento en la publicación de sus obras completas, incluyendo sus diarios y cartas, han permitido no solo ampliar su lectura por parte de la comunidad sino también complejizar su imagen como escritora y, más que aclarar su vida, enigmatizarla aún más.

Alejandra Pizarnik se preguntó si realmente podía decir lo que deseaba decir, si como poeta era capaz de domar el lenguaje a su antojo.

"Nunca es eso lo que uno quiere decir
la lengua natal castra
la lengua es un órgano de conocimiento
del fracaso de todo poema”

Pese a entender el lenguaje como un limitante, se aferró a una búsqueda por expresar(se) a través de las palabras, búsqueda que ella misma creía insaciable pero que la fascinaba. La trascendencia que buscaba no tenía que ver con ir “más allá”, sino sumergirse cada vez más en sí misma, perderse en el laberinto, llegar al centro y descifrarlo. Insistía en encontrar la frase absoluta, el adjetivo perfecto que capturara su angustia y vacío existencial. Creía que no pertenecía a ningún lugar, y quizás fue la incertidumbre lo que hizo arder su vida.

Oficio de escritora

Amigos, amigas y colegas comentan que Alejandra tenía un pizarrón donde anotaba versos y palabras constantemente, se dedicaba a escarbar en el lenguaje: “Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche”, escribe en Extracción de la piedra de la locura (1968).

Como escritora, resultó ser una gran referente, digna de admiración y controversial para la época. Ya en ese entonces, pese a que nunca se supo que participara de ninguna asociación o movimiento político, se evidenciaba su militancia feminista. Cuestionaba los roles de género, el ideal de belleza femenina y la heterosexualidad. Cualquier imposición le generaba dudas y un deseo de re-construcción y liberación:

“Me compré un espejo muy grande. Me contemplé y descubrí que el rostro que yo debería tener está detrás –aprisionado– del que tengo. Todos mis esfuerzos han de tender a salvar mi auténtico rostro. Para ello es menester una vasta tarea física y espiritual”.

Más que una poeta suicida

Pizarnik parte por su propia decisión un 25 de septiembre de 1972. Su vastísima obra encanta e influye en muchas personas y se ha convertido en la puerta de entrada a la lectura de poesía para otras tantas, en lo que también contribuye la presencia de fragmentos y frases de su autoría en las redes sociales. A pesar de ello es común también que su imagen se vea rápidamente caracterizada por el tópico de “poeta suicida” y lo trágico que esto supone en el imaginario popular.

Su escritura, sin embargo, trasciende esa catalogación. Alicia Genovese, en su ensayo «En busca de una genealogía: Storni y Pizarnik» sostiene que “(…) el suicidio que cierra la vida de las dos poetas, se transforma, demasiado habitualmente, en un condicionante para la lectura de sus obras. Como si una peligrosa rareza, la de la poesía, fuese un veneno letal para las mujeres. Leídos con el suicidio como conclusión de sus vidas, los textos se han cargado, de manera ambivalente, de excepcionalidad. Una obra excepcional y una vida de excepción a la regla del deber ser femenino que se paga con la psicopatología del suicida y la tragedia romántica (…)”.

Leer a Alejandra como una poeta que en sus versos deja pistas de una inminente muerte es reduccionista. Al contrario, lo rico se encuentra en observar con qué insistencia se aferró a la vida. Habló de la muerte, del amor, de la infancia, de la angustia y de los placeres. Fue extremadamente sensible y perceptiva, y se comprometió a expresarlo a costa del miedo que le generaba. En sus Diarios escribe:

“porque yo, Alejandra-mujer-angustiada, no fui valiente y no nací sin ese vaho azul que llaman oxígeno, por eso lloro y escribo mi hojita diaria y la embellezco con dibujitos (nada meritorio, lo sé), por eso gimo y no me digo ¡adelante! Por eso clamo y repito mi canción ¡dolor! ¡dolor! ¡dolor!”.

Si bien su tristeza devino en depresión y en su consecuente internación psiquiátrica, leerla pensando en su muerte le quita trascendencia a sus textos.

Alejandra Pizarnik en uno de los retratos reunidos en ‘Alejandra Pizarnik y sus múltiples voces’ (Huso, 2021).