Notas Centrales

EL ÚLTIMO RECUERDO IMPERIAL

Mantener la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth) será uno de los grandes desafíos del rey Carlos III. La historia de una organización prioritaria para la reina Isabel II

Agustina Bordigoni

La muerte de Isabel II deja grandes desafíos a su sucesor, el rey Carlos III, un monarca con una baja popularidad comparada con la de su madre y con el próximo heredero (el príncipe William). El primero es precisamente ese: el índice de aprobación del rey podría significar también un aumento de los cuestionamientos hacia el sistema monárquico.

Por otro lado, Isabel II, reina y jefa de Estado en 15 países durante 70 años, deja un vacío entre quienes la consideraban la figura representante de la unión nacional e internacional, más allá de que esto fuera un hecho simbólico.

El simbolismo es, en parte también, lo que generó la creación de la British Commonwealth of Nations (o Mancomunidad Británica de Naciones) en 1926. Y es que esta comunidad, formada por 54 países y territorios independientes, pretende mantener el recuerdo de la época imperial.

El asunto ahora es si Carlos III podrá, como lo hizo Isabel, mantener la unidad dentro de ese último resabio de la época imperial.

Una cuestión “espiritual”

“Benjamin Disraeli fue una de las figuras más extrañas y extraordinarias que hubiesen encabezado un gobierno británico”, comienza diciendo Henry Kissinger en su libro “La Diplomacia” (2011), sobre el que fuera dos veces primer ministro británico a mediados del siglo XIX.

En plena época imperial, sostiene Kissinger, Disraeli ideó una nueva forma de imperialismo: “Para Disraeli, el Imperio no era una necesidad económica sino espiritual, y un requisito para la grandeza de su patria. ‘La cuestión no es insignificante –proclamó en su célebre discurso del Palacio de Cristal, en 1872–. Se trata de si os conformaréis con ser una Inglaterra cómoda, moldeada y modelada según los principios del continente y que, con el tiempo, sufrirá su destino inevitable, o si seréis un gran país –un país imperial–, un país en que vuestros hijos, cuando crezcan, alcancen posiciones supremas y no solo se ganen la estima de sus conciudadanos, sino que obtengan el respeto del mundo”.

Con el espíritu de mantener las colonias que, después de la Segunda Guerra Mundial, comenzaba a perder la debilitada Gran Bretaña, la Mancomunidad de Naciones Británicas surgió como una manera de perpetuar ese legado de Disraeli acerca de lo que significaba el imperio.

Después de su creación formal, en 1926, la Commonwealth fue adaptándose a los cambios, sobre todo luego de que India se independizara, en 1947: dos años después, en la Declaración de Londres, se acordó que la república y otros países podían formar parte de la Mancomunidad. Desde ese momento, países que pertenecieron al Imperio, así como otros que no, se unieron al organismo de manera voluntaria. A partir de entonces la Mancomunidad Británica de Naciones pasó a llamarse simplemente “Mancomunidad de Naciones” y, desde 1950, los países miembros no estaban necesariamente sometidos a la corona, aunque actualmente 14 de ellos tienen al monarca como jefe de Estado. 

El historiador Eric Hobsbawm en su libro “Historia del Siglo XX” (1998), define a la Commonwealth como “una forma de asociación laxa mediante la cual Londres intentaba mantener al menos el recuerdo del Imperio”.

Un futuro incierto

Poco tiempo después de la muerte de la Reina Isabel, el 8 de septiembre, las primeras voces en contra de este “recuerdo” imperial comenzaron a sentirse. El primer ministro de Antigua y Barbuda anunció que convocará a una consulta popular para preguntar a sus habitantes si quieren convertirse en una república independiente.

Isabel II hizo, en este sentido, un gran trabajo para mantener vivo ese recuerdo: una de sus primeras actividades como monarca fue un viaje durante seis meses de recorrido por los países de la Mancomunidad.

Dentro de esta organización se encuentra un tercio de la población mundial: 2700 millones de personas provenientes de Estados de cinco continentes que representan además un 9% del comercio total de Inglaterra (lo cual toma un rol más significativo después del brexit). Sin embargo, su papel integrador es más simbólico que efectivo.

Bandera de la Mancomunidad de Naciones.

Como temas prioritarios dentro de esta cooperación no vinculante se encuentran la educación, el compromiso con la democracia, las buenas prácticas de gobierno y el medio ambiente.

Pero el nuevo rey Carlos III encuentra al país y a la organización en crisis. A nivel interno, la falta de energía, la inflación y los problemas derivados de la guerra en Ucrania, si bien son competencia de la primera ministra, también impactan sobre la figura del monarca. A nivel externo (y específicamente dentro de la Mancomunidad), los países se van despegando cada vez más de este resabio imperial, tal como anunció Antigua y Barbuda.

El espíritu imperial y la figura del rey

Reino Unido tiene un sistema monárquico parlamentario, lo que significa que el primer ministro es elegido por voto popular (indirecto, ya que lo que se elige directamente es el Parlamento) y se desempeña como jefe de gobierno; mientras el oficia de jefe de Estado, una figura que no puede manifestar opiniones políticas y cuyo rol se remite a la representación diplomática.

Los poderes del rey son más bien simbólicos y ceremoniales. Recibe cada semana a la primera ministra y un informe de la actividad de gobierno, y es el encargado de dar consentimiento formal a los gobiernos y leyes que se dictan dentro del Parlamento, aunque el poder de veto fue usado por última vez en el siglo XVIII.

Dentro de Reino Unido sigue existiendo consenso sobre que el sistema siga funcionando de esta manera, pero el nivel de aprobación hacia la monarquía fue en baja: del 72% que tenía en 2012 al 62% del que goza en la actualidad.

De ahora en más, todo dependerá de la figura del rey. Hasta ahora, las encuestas se habían guiado por una monarca que era la única que el 83% de los británicos conocieron como tal. La única, también, que los territorios de la Mancomunidad aceptaron durante tantas décadas como su líder, a pesar de no pertenecer ya al Imperio británico.

Por lo tanto, en una figura simbólica como lo es (cada vez más) el rey, las cuestiones simbólicas también dependen de su actitud. No será fácil reemplazar a una mujer que forjó su figura durante siete décadas.

Lo que se puede esperar

Hace unos meses, de viaje en Ruanda, el entonces príncipe Carlos decía: “Dentro del Commonwealth hay países que han tenido lazos constitucionales con mi familia, algunos que siguen teniéndolos y otros que cada vez más tienen menos. Quiero decir claramente que el régimen constitucional de cada miembro, como república o monarquía, depende únicamente de la decisión de cada Estado miembro”.

No se sabe aún cuál será la prioridad que le dará Carlos III a la Mancomunidad de Naciones que con tanto empeño su madre intentó conservar, pero lo que sí quedó claro en aquel discurso es que las épocas del Imperio están terminadas.

Caballeros, el partido Tory si no es un partido nacional no es nada. (…) Es un partido formado por todas las numerosas clases del reino, clases semejantes e iguales ante la ley, pero cuyas diferentes condiciones y diferentes aspiraciones dan vigor y variedad a nuestra vida nacional (…) Siempre he sido de la opinión de que el partido Tory tiene tres grandes objetivos. El primero es mantener las instituciones del país, no por algún sentimiento de superstición política, sino porque creemos que encarnan los principios bajo los que una comunidad como Inglaterra puede descansar. Los principios de libertad, u orden de ley, y de religión no están hechos para descansar en la opinión individual o en el capricho y pasión de la multitud, sino para ser encarnados en una forma de permanencia y poder. Asociamos la monarquía con las ideas que representa, la majestad de la ley, la administración de justicia, las fuentes de la merced y el honor (…) Hay un diferente y segundo gran objetivo del partido Tory. (…) es en mi opinión sostener el Imperio de Inglaterra”.

El discurso de Benjamin Disraeli, en el Crystal Palace, en 1872, vuelve a estar en vigencia hoy.

 La pregunta es: ¿Decidirá la monarquía británica mantener el último recuerdo imperial?

Commonwealth of Nations es una organización compuesta por 54 países soberanos independientes y semiindependientes que comparten lazos históricos con el Reino Unido.