Curiosa Mente, martes
Por Chelo Cabrera
Transcurría junio de 1977, recuerdo estar en casa con amigos, teníamos entre 14 y 16 años de edad. Nuestras preocupaciones por ese entonces eran el colegio, cumplir obligaciones y así solo nos quedaba salir a jugar y pasarla bien.
Divertirse era de una simpleza absoluta, a veces, hoy cuando uno se lo cuenta a los jóvenes, les cuesta dimensionar que con tan poco fuésemos tan felices. Jugar a la pelota, a los autitos, a las escondidas, salir a andar en bici, éramos inventores de nuestros juegos, artífices de nuestra diversión, la pasábamos muy bien, y por supuesto teníamos interminables charlas.
Un día la curiosidad pudo con nosotros, y salió el tema que hasta hoy nos remueve preguntas y temores. Quizás por nuestra inmadurez no dimensionamos el peligro, y nos aventuramos a lo desconocido y atractivo a la vez. Nos obsesionamos por conocer lo oculto, lo sobrenatural. Para amenizar contábamos historias de brujas, apariciones fantasmales y nos desvelábamos conversando.
Una vez sucedió lo impensable, había en el barrio una casa, todavía está, donde vivía una viejita y una mujer muy hermosa, solo ellas dos en esa enorme casa. Por mucho esfuerzo que hiciéramos nunca podíamos ver para dentro. Ventanas cerradas, paredes muy altas y una sola puerta. Tenía aspecto un poco lúgubre, misteriosa. Habíamos concluido que nunca vimos a las dos mujeres juntas, solo una a la vez: o la viejita, o la mujer joven, ésta última muy hermosa, rubia, de ojos verdes claros y una sonrisa que te dejaba paralizado.
Decidimos observar la casa con más cuidado de los normal, la hora en que salía alguna de las dos mujeres, chequeábamos los ruidos, nos parapetábamos en los techos de las casas vecinas para tratar de ver para adentro de la casa, pero no lográbamos mucho al estar rodeada de árboles altos y frondosos.
La viejita salía muy poco, solía salir a la puerta y desde allí miraba todo, como estudiando cada cosa que pasaba y a cada persona que se cruzaba, y por supuesto también a nosotros, que no podíamos disimular nuestra curiosidad.
La mujer joven, salía más, siempre muy arreglada, deslumbrante, su andar decía, aquí voy yo, nadie se atreva a molestarme, como desafiante. Nunca la vimos con un nadie, siempre sola, iba y venía sola. Salía los martes y viernes, a veces tarde a la noche.
En una ocasión decidimos seguirla, queríamos saber a dónde iba, si tenía novio, o amigas, si trabajaba en algún lugar, nuestra curiosidad iba aumentando porque no entendíamos a esas dos mujeres, viviendo solas en una casa tan grande, y ni siquiera conocíamos la voz de ninguna. La seguimos por varias cuadras, muchas veces, y siempre se nos perdía de vista, nunca supimos dónde iba, se nos escabullía.
Esta situación nos preocupaba y decidimos comentarlo con nuestros padres, preguntamos por esa casa y las dos mujeres, la respuesta, fue categórica, la misma con todos y cada uno de nuestros progenitores: ¡no pierdan tiempo en eso!, mejor jueguen a algo, no se metan en lo que no les importa. Solo uno de los mayores, nos dijo: muchachos, a veces hay cosas que mejor no preguntar…
Estas respuestas alimentaron aún más nuestra curiosidad, es sabido que lo prohibido atrae más, y nos pusimos más obstinados en saber.
Pasaron varios meses, hasta que una tarde de septiembre ocurrió algo que jamás superaríamos, lo recuerdo tan patente, fue un martes 13, varias veces escuché decir: martes 13… ¡no te cases ni te embarques!
La bella mujer salió a la tardecita, vestida de rojo, con zapatos de tacos altos, muy elegante, y por supuesto la seguimos unas cuadras, luego se nos perdió de vista. Entonces fue que decidimos hacer guardia, hasta que volviera. Ya era tarde, la noche un poco fresca, algunos fueron abandonando la guardia. Solo quedamos dos, nos miramos y decidimos seguir con la espera, para ver a qué hora retornaba la mujer. Se pasó la medianoche y cerca de las tres de la madrugada escuchamos a lo lejos que alguien venía caminando por la vereda, no veíamos con nitidez, solo podíamos distinguir una figura de mujer, sola, caminando, cada vez más cerca nuestro en dirección a la casa misteriosa, y cuando estaba a pocos metros de pasar frente a nosotros encendimos nuestras linternas… Grande fue nuestro asombro: ¡teníamos delante a la viejita que nunca salía de su casa, vestida con la ropa de la bella mujer que había salido temprano, nos miró fijo a los ojos y nos quedamos congelados, no nos podíamos mover, del susto se nos cayeron las linternas, la mujer comenzó a reír de una forma tétrica, tanto que nos estremecimos, entonces se dirigió a su casa, ni siquiera tocó la puerta para entrar, pasó a través de ella.
Corrimos espantados a nuestra casa. Por meses estuvimos sin poder dormir y menos entender. Sí, existen las brujas, que las hay, las hay. Pero mejor…no tenerlas cerca.