Adolfo Martín Barroso, 23-10-2022
Mi nombre es Adolfo Martín Barroso, nací el 3 de junio de 1972 en Alejandro Korn, Partido de San Vicente. En el año 2012 llegué a San Luis, me vine para descomprimir situaciones personales, dejé de tocar, desaparecí de todos lados, mi hermana tuvo un accidente, también tuve una separación. Me vine a visitar a unos amigos en La Punta por unos días y me quedé cuatro meses. Para Semana Santa de 2012 ya me había decidido instalarme, viví en la ciudad de La Punta, también en pensiones, hoteles, en el auto, hasta que conocí a Martín Viñals, me propuso ser parte de la grabación del disco del Carnaval de Río en San Luis, compuse arreglos para el tema principal junto a Martín Quinzio y Mauro Franzen. Recuerdo que compuse un hip hop y un tema con participaron de niños, también formé parte del carro Apoteosis, un carro alegórico que representaba a los artistas puntanos. Ese fue uno de los grandes trabajos que hice al llegar, luego ganamos el concurso de La Casa de la Música en 2013 con “La Manija de Don Níspero”, que consistía en alojarse durante una semana y grabar en el magnífico estudio, después fuimos destacados por El Diario de la República como la mejor banda ese año.
Comencé cuando tenía ocho años, mi papá era músico, él se enamoró de mi mamá y dejó todo, era un gran pianista de jazz, me inculcó la música. Siempre me decía “si te querés dedicar a la música tenés que cantar, porque hay más posibilidades que el instrumentista”. En casa se escuchaba artistas de la onda Dixieland con Freddy Wilson, Scott Joplin, Louis Armstrong, digamos músicos tradicionales, yo después me fui para el lado de Bill Evans, Chick Corea, hoy fanático de Cory Henry. Todo es su legado, aunque no teníamos un piano, él nunca lo tuvo, nosotros le regalamos uno para el día del padre, era un órgano, doble teclado y pedalera, de los ochenta, con cajón de madera. Mi viejo me estimuló, solo viéndolo, sin que yo me diera cuenta, escuchando sus discos de jazz cuando estaba lavando el auto.
Un día saqué la tapa de acrílico y comencé a tocar los botones y a jugar sobre las octavas, a sacar melodías que mi papá tocaba, desde ahí no paré nunca más. Me di cuenta que tenía facilidad y buena oreja para reproducir lo que le tocaba. No había profesor que me aceptara en ese entonces, tocaba demasiado para la edad que tenía, los profesores eran más ortodoxos, me veían como improvisaba y era como raro. Me decían que no haría nada en la música, conocí a una italiana, Judit, que vino escapando de la Segunda Guerra Mundial, ella me fue guiando. Después estudié en la escuela del papá de Malosetti, después con un profesor Antúnez, e intenté con el Mono Fontana, que me echó, me dijo que siguiera mi camino (se ríe). Después seguí estudiando con Hernán Ríos, soy muy amigo de Diego Ochipinti (tecladista de Coti, la Black and Blues, y Daniela), con él aprendí a usar Hammond (órgano), el me dio la oportunidad de presentar su disco “Haikus”, dejó el teclado para que yo lo tocara, él tocó la guitarra acústica, un trabajo producido por Mario Breuer, con cada músico que conocí me fui formando. En la época del programa “360 Todo Para Ver”, un amigo, Ricardo Peña, hizo la música, ahí aprendí a ser pianista, porque veía cómo Mario mezclaba el piano con las cuerdas y como tocaba el también. Un día estuve como doce horas viéndolo grabar en el estudio de Amílcar Gilabert, en el mismo estudio donde se grabó parte de “Yendo de la cama al living”, de Charly García. Hoy está en España haciendo un concierto de Piazzola y es pianista de Al Di Meola. Aprendí mucho de él, como también de Jorge Oss, un bajista muy groso ya fallecido, como de Ariel Leyra con quien trabajé siete años, y con Alejo Gandini trabajé durante diez años, con todos desde el lado del aprendiz y no del lado del que sabe, eso me hizo avanzar un montón. Nunca me preocupé por tener el mejor equipo, me importo el sonido de los dedos y lo que podía ofrecer sensiblemente. Uno puede tener la mejor guitarra del mundo y no tocar nada. A Ceratti lo criticaban por usar una guitarra marca Jackson, pero él la hacía sonar, capaz que con otro no sonaba igual, pero era la forma que tenía él.
Ahora que tengo la oportunidad de trabajar en el Centro Cultural José La Vía y dar clases, puedo seguir estudiando e incentivar a mis alumnos. En la pandemia compuse “Laberinto”, como cincuenta canciones, y ahora compuse treinta canciones más, de ahí salieron solo nueve. En YouTube se puede encontrar “Otro día”, que grabé en el ciclo Terrazas. Hice tributos a Charly, Fito, Andrés Calamaro y al rock nacional, música con la que crecí. Toque en “Rock en la Casa” el día de Airbag, con “Viajeros”, una banda que representa a la Municipalidad de San Luis. Buenos Aires dejó de ser la meca, hoy desde cualquier lado uno se puede hacer conocer y chatear con grandes artistas y compositores, eso antes no pasaba, San Luis me dio la oportunidad de formar parte de una nueva movida cultural.