Chau coronitas, desaparecen las reinas
Por Eliana Cabrera
Desde hace muchos años se celebran en la mayoría de los pueblos y ciudades argentinas fiestas y festivales, mayormente folklóricos y representativos de las costumbres locales. Estos se realizan con el propósito de fomentar el turismo y difundir la cultura local. Dentro de las actividades previstas en cada evento, con frecuencia solía realizarse la elección de la reina, se trata de un concurso de belleza y simpatía donde participan mujeres jóvenes que se encuentran dentro de ciertos estándares, impuestos desde un principio en la convocatoria. La concientización acerca de la violencia simbólica de estos certámenes ha logrado que poco a poco cada vez menos localidades apoyen este tipo de certámenes.
La mujer en el imaginario popular puede relacionarse a dos ideas contrapuestas, según la ocasión: diosa o bruja. La primera supone la belleza, la sumisión, la bondad, la entrega. La segunda se asocia a la fealdad, el terror, la maldad y la rebeldía. En los certámenes de belleza se premia a la mujer “más hermosa”, según los estereotipos más hegemónicos, y la decisión es tomada por el jurado designado en el evento o el mismo público. Ser elegida por ser lo más parecido a “la mujer perfecta” supone un honor, un premio, un logro, no solo por resultar ganadora sino porque suele venir de la mano con un puesto de representante de la localidad, figura pública en eventos y, con suerte, algún rédito económico.
Son varios los aspectos que incomodan y que fueron el puntapié para que desde distintos sectores se comenzara a pedir que se suspendan este tipo de concursos. En primera instancia: ¿qué relación tiene la elección de una reina con el fomento del turismo? ¿el cuerpo femenino resulta un atractivo turístico más?
Quienes no están de acuerdo con terminar con esta actividad argumentan que “siempre fue así”, que es tradición y que “ninguna mujer es forzada a nada”. Pero ¿qué mensaje se está reproduciendo para la sociedad? ¿Por qué lo tradicional tiene que sostener acciones sexistas, cosificadoras y violentas hacia la mujer?
A través de ciertos criterios de selección, como la edad, altura, el peso, el color de ojos, piel y cabello, se reproducen determinados estereotipos de belleza y valor que resultan un riesgo, sobre todo para niñas y adolescentes, pero también para cualquier mujer y feminidad que no se sienta cómoda con su cuerpo y su apariencia por considerar que no se ajusta a los estándares de belleza validados por la sociedad.
El Estado, en realidad, debería poder desvincularse de estos eventos, en la medida en que adhiera a la defensa de los derechos de mujeres y diversidades. Considerando la existencia de la Ley 26485 de “Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales”, que encuadra a la violencia simbólica como un tipo de agresión contra la mujer, resulta contradictorio que una fiesta popular con apoyo estatal sostenga concursos de belleza hegemónica. Las mujeres son colocadas en un lugar de suma exposición y evaluación legitimada por toda la sociedad, además de que los criterios de selección son regulados por aspectos heteropatriarcales que las relacionan directamente con objetos del deseo masculino.
En San Luis, cada vez son menos las ciudades y pueblos que realizan la elección de reinas. Ya que la supuesta premisa de los certámenes es elegir una representante local, surgen nuevas propuestas.
En Naschel, por ejemplo, desde el año pasado se reemplazó este certamen por la elección de un “embajador cultural” y “anfitrión solidario”, de género indistinto y que puede ser también un grupo de personas. Este es elegido por el pueblo, teniendo en cuenta que sea alguien que represente la cultura local, que haya vivido algún hecho histórico relevante, que participe de actividades solidarias o se destaque por algún motivo social, cultural o educativo.
De esta forma, quien resulte elegido obtiene su reconocimiento y representa a la comunidad durante todo el año.
No se trata de dejar de lado las costumbres ni dejar de incentivar turismo, sino de resignificar las actividades que se incluyen en las grillas culturales, con cuidado y responsabilidad. Que ciertas prácticas se sostengan en el tiempo no las hace precisamente buenas ni deseables. Nuevas tradiciones pueden ser fundadas, quizás más inclusivas e igualitarias, representativas de cada pueblo que sigue creciendo con sus diversidades y diferencias a la par de su historia cultural.