JOSÉ CECILIO
Por José Villegas
Había nacido en 1791. Mucha vida para la cosecha de honores y, como para sumar honores, San Martín le echó el ojo en 1814. Desde ese año, su derrotero no se detuvo jamás. Fue el joven ayudante mayor del Regimiento de Granaderos a caballo quien en Chacabuco recibió la medalla de plata por el coraje. En 1817 debió acompañar al general Las Heras al sur de Chile y pelear en Curapalihué y Concepción de Penco.
El mismísimo O´Higgins quiso conocerlo y premiarlo. Otra medalla cuelga de su pecho después de Maipú, mientras se embarca hacia el Perú siguiendo las órdenes y el derrotero del Aníbal Americano. Entra en Pisco y va abriendo camino con su regimiento hasta llegar a Lima, entrando en la ciudad de los reyes junto al Libertador.
Otra medalla (esta vez la de oro) es prendida en su pecho, y de las propias manos de don José. Inmediatamente, participa en el sitio y toma de las fortificaciones de El Callao y, por supuesto, en la defensa de Lima cuando los españoles osaron recuperarla. Tras la derrota de Moquegua, para no entregarse al enemigo cruzó desiertos con sus compañeros extenuados, hambrientos y moribundos para llegar a Arica, y luego zarpar en una fragata que se hundiría a pocas millas de distancia.
Sobre maderos y botes destrozados llegó con los pocos hombres que le quedaban a las costas de Ica. Luego vendrá la prisión y la humillación, hasta 1824, cuando su propio espíritu de libertad y su corazón indómito lo conducen a los campos de Ayacucho, ¡como para no perderse la gloria de los vencedores! Otra vez, pero esta vez serán las manos de Sucre y Bolívar las que prenderán en su casaca de guerrero, una nueva medalla de oro. En 1825, pensó en la vuelta a su tierra. No pudo, el Brasil nos había declarado la guerra. Allá va José Cecilio, a las órdenes de Soler a sitiar Montevideo. Luego, épocas de fratricidio y exilio, el indulto rosista, el legislador y, el amor.
Dicen que era muy, pero muy joven, y bella. Y dicen también que, además de otras complacencias, debió convertirse en experta en el manejo del florete y tiro para complacer al viejo guerrero, aquel Leónidas puntano. Sin embargo, José Cecilio Lucio Lucero no fue muerto en combate, ni de sed en el desierto, ni ahogado en el naufragio, ni sableado en el montón; sino en los brazos de la dulce María del Tránsito Pérez, esa mujer que lo acompañó hasta el fin, como por designio de la Providencia.
Emocionantes palabras, Su tatara nieto Luis Fernando di Paola. Hijo de Matilde Peter Lucio y Lucero