Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

La zanahoria

Por Alejandra Etcheverry

Esta es una historia que solía contar mi padre. Una historia sencilla y para mi llena de encanto, porque como siempre, su recuerdo me acompaña y su voz relatándola evoca el misterio de lo que en realidad quería comunicarme, la historia detrás de la historia, la enseñanza que dejaba para mi mente joven de esos días.

Y así como el me la contó, yo se las relato a ustedes para que siga rodando por el mundo. Y así como llegó a él, también siga su camino atravesando las letras y multiplicándose con quien quiera contarla.

“Este es el cuento de dos amigos que se querían entrañablemente, que habían crecido unidos y a quienes la vida había llevado por muy distintos caminos.

Se habían criado juntos en el campo, cultivando zanahorias en la parcela de unos terratenientes, disfrutando de una infancia simple pero llena de aventuras imaginarias y en la complicidad que brinda la amistad a tan temprana edad.

Para ambos esos recuerdos fueros un tesoro que los acompañó durante toda la vida.

Cuando crecieron siguieron con sus caminos, pero siempre recordando con cariño ese huerto de zanahorias.

Uno de ellos trabajó como maestro, abrió su alma a la bondad y a la inocencia. Llevó una vida humilde pero llena de amor, tratando de ayudar a los otros. No siempre fueron fáciles sus días pero no guardó rencores en su corazón y cuando falleció fue llevado al cielo para disfrutar de paz por toda la eternidad.

El otro amigo cometió errores de los que nunca se arrepintió. Dejó resbalar su vida por caminos tortuosos. Se fue llenando de odio y resentimiento. Sus crímenes se volvieron cada vez más oscuros y violentos, tanto que a la hora de su muerte solo le quedó como destino el infierno al que fue a padecer sin otra posibilidad.

A pesar de estar en lugares tan distintos ambos amigos seguían unidos y el que estaba en el cielo, escuchaba el lamento del otro en el infierno.

Todos los días y en todo momento escuchaba el dolor del condenado y su alma misericordiosa no podía dejar de pensar en su amigo, en el tiempo que vivieron juntos y en cómo ayudarlo.

Fue entonces que tuvo una extraña idea, se le ocurrió cultivar una zanahoria. No cualquier zanahoria, una con el tallo tan largo que llegara hasta el infierno.

Puso manos a la obra y no bien la zanahoria creció lo suficiente la tomó entre sus manos y con mucho cuidado comenzó a bajarla, hasta que llegara al inframundo.

El condenado al ver la zanahoria reconoció de inmediato la ayuda de su amigo en el cielo y se abrazó a ella con todas sus fuerzas.

Lentamente desde arriba el otro compañero comenzó a subirla con mucho cuidado.

Los otros habitantes del infierno comenzaron a ver con asombro como uno de los condenados comenzaba a ascender hacia el cielo colgado de una zanahoria y con desesperación se tomaron del hombre que colgaba de ella.

Primero fueron unos pocos, luego se sumaron otros más. La zanahoria resistía el peso de manera increíble, por último eran miles colgando de la frágil zanahoria.

Con desesperación el amigo del que estaba en el cielo veía como cada vez eran más los que se sumaban y gritó con todas sus fuerzas “¡Suéltenla, es mía!”.

Fue en ese preciso momento que el tallo se rompió y todos los condenados cayeron.

Nunca más una zanahoria volvió a bajar y nunca más los amigos se volvieron comunicar.

“Abstracto texturado”, por Alejandra Etcheverry.