María Kodama, guardiana y villana amorosa
A los 86 años falleció la escritora cuya existencia laberíntica siempre la condujo a compartir la creación, la obra y el legado de Borges
Por Eliana Cabrera
María Kodama fue profesora, traductora y escritora argentina, pero fue conocida como la compañera de vida del escritor Jorge Luis Borges. Dedicó su vida a defender su obra, luego de ser designada como única heredera del escritor. Protegió celosamente cada libro, tanto los escritos por él como su fantástica biblioteca personal que más de uno querría conocer. A su paso generó admiración pero también una suerte de desprecio, al ser considerada como la “dueña” de Borges e imposibilitar el acceso y uso total de su obra.
Sus padres fueron María Antonia Schweizer y Yosaburo Kodama, químico japonés, que le brindaron una educación erudita y brillante. Ella sostuvo que su padre le enseñó a ser libre, no en el sentido de rebeldía sino con la posibilidad de hacer lo que quisiera, con la responsabilidad que eso supone. En algunas de sus entrevistas (que fueron bastantes, no tenía ningún problema con presentarse a donde la invitaran) abundan las anécdotas sobre su niñez y la presencia de su padre, mediador y consejero que la instigaba a pensar en sus acciones y tomar decisiones. “Me hizo una mujer libre”, solía repetir.
Como heredera de los derechos de Borges, estaba alerta y dispuesta a realizar denuncias ante la justicia si observaba que alguien cometía el desatino de cometer plagio o hacer uso indebido de sus libros. El caso más conocido fue el de Pablo Katchadjian. Este escritor, que se consideraba seguidor y admirador de Borges, publicó en 2009 una versión extendida de El Aleph, “El Aleph engordado”, un experimento literario donde toma el cuento de Borges y le agrega más de 5000 palabras. María Kodama no tardó en acusarlo de plagio, e insistió en esto hasta que la causa fue sobreseída por falta de mérito.
La ensayista y crítica literaria Beatriz Sarlo sostuvo que la política editorial de Kodama resultaba un obstáculo para el estudio de la obra de Borges. También fue demandada, pero fue absuelta. En una de sus últimas batallas, negó y criticó la iniciativa del presidente de la Nación, Alberto Fernández, de crear un Museo Borges con manuscritos donados por el empresario Alejandro Roemmers.
María sostuvo que ese material no debía estar en sus manos, y que había sido robado por una empleada doméstica. A capa y espada, o al mejor estilo samurai, Kodama no dejó pasar ninguna situación que le generara sospechas, y hasta fue percibida como una villana para muchos lectores de Borges.
En algunas entrevistas cuenta que al principio dejó que las personas accedieran a la biblioteca de Borges, con cerca de 1000 ejemplares, llenos de notas y mayormente en inglés, ya que había heredado gran parte de los libros por parte de sus parientes ingleses. No fue hasta que descubrió la desaparición de algunas obras cuando Kodama decidió regular el acceso a la biblioteca, en pos de proteger los libros y evitar nuevos hurtos.
Cómo conoce a Borges
María Kodama habría leído a Borges siendo muy pequeña, cuando apenas aprendió a leer, entre los 5 y 7 años. Ha relatado que el primer cuento que la deslumbró fue “Las ruinas circulares”. No lo comprendió intelectualmente, pero hubo algo en el ritmo del cuento que hizo que sintiera una gran e intensa emoción. En ocasiones ha asegurado que si tuviera que quemar todas las obras y salvar solo una, elegiría “Las ruinas circulares”.
Tiempo después, habiendo ella decidido que quería dedicarse a enseñar y escribir, por recomendación de un amigo del padre asistieron a una conferencia de Borges. Ella, que se consideraba una persona extremadamente tímida y creía que eso le traería problemas para ser docente, se sorprendió al ver que el escritor que subía al estrado era tímido y que tenía una voz muy baja, pero eso también la animó a decirse a sí misma “si él puede, yo también voy a poder”.
Luego, quizás el destino los cruzó de nuevo. Ella iba caminando por calle Florida y tropezó con él a la salida de una librería. Casi lo tira al piso, según lo que cuenta. María le pidió disculpas y le mencionó que lo había visto cuando era chica, en la conferencia.
Borges, con ya avanzada ceguera, se da cuenta de que es una voz joven la que le habla: María tenía 16 años; él, más de 50. Sin embargo, le propone estudiar juntos el idioma anglosajón y así fue como comenzaron a frecuentarse en reuniones de estudio, que con los años se convirtieron en compañía frecuente y finalmente pareja amorosa. Ya no volvieron a separarse.
Es curioso encontrarse con ella misma relatando las mismas anécdotas contadas con casi las mismas palabras en muchas de las entrevistas que ha dado. Genera desconfianza, ¿está todo armado? ¿es real esto que cuenta, o es un guion prefabricado? Leila Guerriero, en una nota para El País percibe lo mismo y lo describe así “Las historias son cuadros sin espesor, trozos escogidos para saciar la intriga de quienes se asoman a una intimidad por la que no debe preguntarse”. Quizás una mujer tímida, vulnerable ante el acoso mediático y académico, se vio forzada a crear escudos de palabras para no perderse, para no ser mareada por el asedio de periodistas que buscan indagar en su intimidad y a través de ella en la de Borges. Pero no dejó que avanzaran mucho. La repetición de anécdotas y las respuestas evasivas pero desarrolladas con seguridad provocan desconcierto y prácticamente anulan la repregunta. Ella decide qué contar y qué no, y aunque parece naif es una mujer libre que decide cómo dialogar y bajo qué términos.
Heredera circular
Con todo el peso de ser la viuda de uno de los hombres más relevantes del país, de peso internacional también, su postura siempre fue más bien estoica y distante. Se la culpó de haber convencido al escritor de casarse con ella pocos meses antes de su muerte y de proponerle que la hiciera heredera de todo.
La versión oficial es que Borges no le contó sus planes a su esposa. Días después del fallecimiento del escritor, María recibió una llamada de su abogado, anunciándole la última voluntad de su compañero de vida, quien no le habría confesado sus intenciones ante la sospecha de que ella no hubiera aceptado. Allí comenzó este capítulo de su vida, al que se dedicó hasta el final de sus días.
Dos años después del fallecimiento, María Kodama creó la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que presidió hasta el último de sus días. Allí realizan actividades relacionadas a “la difusión de la obra de Jorge Luis Borges, contribuyendo a su conocimiento y propiciando su correcta interpretación”.
Si bien veló por su difunto esposo, también hizo su propio camino como escritora. Publicó “Homenaje a Borges” en 2016, un libro de relatos en 2017 y “La divisa punzó”, un ensayo histórico sobre Juan Manuel de Rosas, en 2022. Además, su nombre figura en las traducciones de libros que realizó junto con Borges así como también en su trabajo conjunto “Breve Antología Anglosajona”.
En el libro “La Cifra”, de Borges, él le escribe una sentida dedicatoria: “De la serie de hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don, un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo.
Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es una acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio”.
María partió misteriosa y secreta, el 26 de marzo a los 86 años, en una ceremonia tranquila y con pocas personas. Con ella se fueron también las intimidades que cientos de personas quisieron desentrañar pero no pudieron. Su discreción y recelo la caracterizaron.
La palabra “Kodama” significa eco en japonés, y también hace alusión a unos espíritus que habitan los árboles y custodian el medio ambiente según la mitología japonesa. Para alguien que vivió su vida rodeada de literatura y donde la palabra tenía un valor especial, resulta curioso que su propio nombre desprenda ese simbolismo de perpetuación, de protección, de espíritu guardián.