MARIA KODAMA, una amiga enigmática y leal
Una mirada cercana sobre esa mujer que estuvo y estará unida para siempre a Jorge Luis Borges. Esta guía, vigía y guardiana con nombre propio, además, amaba a San Luis
Gustavo Romero Borri
Ojalá muchas obras de grandes autores hubieran contado con herederas leales como lo ha sido María Kodama unida a la posteridad de Borges. Habitualmente las obras de escritores relevantes caen en manos anónimas, en descendientes que no saben qué hacer con ellas o en editores que sólo vislumbran su póstuma posibilidad financiera. Por suerte con Borges ocurrió algo bien diferente.
Pese a la larga amistad que tuve con María Kodama, con encuentros y reencuentros donde la sinceridad fue posible, jamás se me ocurrió preguntarle si Borges la había instruido sobre cómo proceder con respecto a su legado literario.
Siempre sentí que María Kodama, al quedar sola con toda esa obra en sus manos, comenzó una vida frenética y compleja muy distinta a la que compartió con Borges, el escritor argentino más traducido a otras lenguas.
Ser mirada, ser voz…
El caso de una mujer acompañando desde muy joven a una persona ciega y celebridad de las letras, creo que es único en el mundo. Fue el báculo y los ojos de Borges mientras estuvieron juntos. Luego se convirtió en su exégeta más confiable y exacta. Además custodió con celo cualquier tergiversación. Hizo cumplir con rigurosidad la Ley del derecho de autor, una ley que antes de sus demandas había permanecido por años casi en la nube de la abstracción o el desuso.
Cuando Borges murió empezaron a aparecer testimonios falsos sobre su persona y hasta poemas apócrifos y manuscritos de dudosa autenticidad. Subirse a la fama o prestigio ajeno para propio beneficio es una tradición argentina de vieja data. Ella impidió que esto ocurriera. Lo hizo con argumentos irrebatibles, con acciones firmes y acudió a la justicia cuando fue necesario.
Siendo una mujer de temple sereno, el mal uso de la memoria de Borges la enervaba. Le parecía una traición hacia un hombre que se había esforzado por ser un “hombre ético” lo cual no quería decir para ellos ser “impoluto”. Por el control centralizado que tuvo sobre la obra de su marido se ganó antipatías de personas importantes del campo cultural.
Nunca entendí del todo la desconfianza hacia ella de escritores, profesores de letras o divulgadores culturales. Salvo excepciones, los amigos tradicionales de Borges la percibieron casi como una advenediza sin percatarse que María había estado al lado de él desde su muy temprana edad.
Sin llegar al oprobio, muchos criticaron su protagonismo otorgándole un lugar ilegítimo y hasta de usurpadora. Hasta donde pude percibir en largas conversaciones, a María, la envidia “le quedaba lejos”. Por eso creo que los intelectuales que la impugnaban estaban regidos, lisa y llanamente, por el sentimiento de la envidia que, como se sabe, es una especie de amor, pero al revés.
Su actividad era ferviente. Viajes, conferencias, lectura de tesis, atención y cuidado de traducciones y ediciones, gestión de la Fundación Internacional que ella había creado, además de una vida social llena de compromisos. Al preguntarle cómo estaba ella respondía en reiteradas ocasiones: “agotada”. Nunca se detuvo en su misión.
Guardiana con talento propio
Debo ser sincero. Jamás leí ni un párrafo de un cuento suyo, pese a que escribió muchos. Entiendo que se publicaron en otros países y se tradujeron a varias lenguas. Ella no le daba importancia a su propia producción. La vez que traté de indagarla sobre lo suyo me contestó con evasivas como no queriendo profundizar en ello. Quizás ahora que ella no está se den a conocer sus cuentos. Dependerá de quien sostenga sus derechos de edición. En un reportaje reciente la oí decir a su entrevistador que tanto la administración de la Fundación Borges como los derechos de su obra y sus bienes quedarían en muy buenas manos.
Cuando se publicó una selección de sus cerca de cien conferencias sobre Borges ella me dijo que había accedido por presión de sus editores. No estaba en su voluntad ni en sus planes publicarlas. Compré ese libro y ella me lo dedicó así: “Para Gustavo, por la amistad, con todo afecto”. Y más abajo escribió: “Por Borges, eterno como el agua y el aire”.
Sus conferencias son amenas, profundas, sin rebuscamientos. El universo de Borges, con todas sus bifurcaciones y planicies, habitaba su mente como una memoria constante y presente. Sin embargo, cuando leo sus conferencias oigo la voz de María, no la de Borges. Tenía una virtud única para explicarlo y lo hacía sin subjetividades ni elogios extremos. No dudo que sus conferencias, muchas inéditas, la sobrevivirán por la suavidad y la hondura con que aborda la escritura borgeana de la que fue testigo privilegiada.
Retomando su condición de guardiana me acuerdo de este hecho.
Una editorial logró juntar a Borges y a Sábato para construir un libro que se llamó diálogos. Se sabía que ambas mentalidades diferían entre sí y que esas diferencias habían llegado hasta la rivalidad pública. Juntarlos para este fin había sido todo un logro.
Tengo entre mis libros la primera edición de aquellos diálogos imperdibles, publicado cuando ambos dialogantes vivían.
Los encuentros están fechados en diferentes bares de Buenos Aires y cada encuentro versa sobre una temática muy general, pero predefinida. Cuando Borges murió se pretendió reeditar el libro. María impugnó la reedición. Recordó que Borges se había sentido molesto con el libro porque parte de sus respuestas habían sido reescritas o adulteradas. Enfrentarse con Sábato fue tal vez su primer y más notorio “choque de lanzas” en defensa de la memoria de Borges.
El hecho fue muy comentado en los medios. Como respuesta Sábato amenazó con autorizar la reedición de los Diálogos con sólo sus respuestas y poniendo en las intervenciones de Borges una línea de puntos. Por razones que ignoro el libro quedó cancelado. Nunca me arrepentiré de haberlo adquirido a tiempo. Lo conservo como un testimonio donde dos mentes brillantes hablan de la vida y la literatura, no sólo la literatura leída sino la literatura vivida.
Otro libro que se quiso reimprimir al morir Borges fue la transcripción de los diálogos que mantuvo con el periodista y conductor Antonio Carrizo. María adujo que las respuestas del escritor habían sido manipuladas a criterio y conveniencia del editor e impidió su reedición.
Un libro que le provocó gran indignación fue los Diarios de notas sobre Borges escritos a lo largo de cuarenta años por su amigo Adolfo Bioy Casares. No pudo evitar que saliera porque eran memorias. Pero no se privó de decir en los medios que lo que Bioy Casares había escrito sobre Borges era una felonía. El libro, que tiene 1660 páginas es el más “gordo” de toda mi biblioteca y a mí me parece memorable. Por supuesto que, para no impacientarla, nunca le dije a María que lo tenía.
Tan solo Jorge Luis, tan solo María
Más allá de las opiniones coincidentes o disidentes, a mí me parece que la foto del escritor ciego y con bastón, aferrado al brazo frágil de una mujer muchos años más joven, con rasgos japoneses, caminando por el microcentro de Buenos Aires, es una imagen iconográfica de nuestra cultura literaria. Ambos quedan en la historia literaria del mundo. El amor que los unió es inmenso y pleno de belleza y aventuras compartidas.
Eran dos hedonistas que prescindían del lujo. Esto parece ser un oxímoron, quizás. Eran hedonistas austeros porque su aspiración máxima era alcanzar la felicidad. Y creo que la lograron. Por supuesto que tratándose de ellos le felicidad no se confundía con la frivolidad.
Nunca olvidaré cuando Borges me recibió en su casa. Me citó a las 11 de la mañana “porque después –me dijo desde el teléfono de línea – mi vida es un lío”. Atendió el portero un hombre con acento español. Enseguida me hizo pasar. Llegar a ese sexto piso de la calle Maipú, que se abriera la puerta y ver a Borges sentado frente a una mesa de madera listo para desayunar, me provocó emoción.
El editor español se apartó de la conversación. Una mujer, mientras hablábamos, le trajo un desayuno. Puso la taza y unas medialunas bien cerca de él y le hizo tocar los elementos antes de retirarse para que no se echara el desayuno encima, supongo. Mojaba hábilmente la medialuna en el café con leche y hablaba. Le leí un poema mío. Se llama “Los días venideros”. Era un poema de juventud que yo amaba por aquel tiempo. El recordó a Lafinur, su más querido ascendiente. Yo sabía muy poco de Lafinur como muchos puntanos. A lo sumo pude aseverarle que sí, que el Colegio que llevaba su nombre aún estaba en pie. Aquel encuentro ocurrió en 1985, a mis 23 años. Verlo así, en un departamento despojado de lujos, con pocos libros a la vista, me dio la idea de la grandeza unida a la debilidad de la edad, la ceguera y la sencillez. Salí de ahí con la experiencia de haber estado con un grande de verdad. Ese encuentro fue también para el joven idealista que yo era una lección, es decir, una medida de las cosas.
El 25 de agosto de ese mismo año fui invitado a su último cumpleaños, celebrado en la casa de un amigo en común. Ahí conocí a Kodama. Como Borges estaba muy requerido me dediqué a conversar con ella y, como se dice coloquialmente, “pegamos onda”. No se cantó el clásico cumpleaños feliz porque esa melodía a Borges le causaba tristeza. En la despedida, Borges me dijo en voz baja – llámeme -. María lo escuchó. Demoré en llamarlo para no quedar como obsecuente. Poco tiempo después ellos viajaron, se casaron en Paraguay y Borges murió en Ginebra.
Kodama y San Luis
Mucho tiempo después retomé el vínculo con María. Había pasado mucho tiempo. Al decirme “hola” sentí que el tiempo transcurrido era ilusorio. Era como si nos hubiéramos visto ayer. Creo que para ella la amistad tenía que ver con el respeto y la lealtad; que no dependía de la frecuentación asidua. Y así nuestra amistad siguió sin alteraciones de ese modo.
Ella no temía a la muerte. Era budista y creía en la reencarnación. Era una mujer de mente libre, sin los prejuicios propios que puede tener una mujer de su generación. Era una mentalidad muy diferente al común. Siempre me pareció como un ser intemporal. Quizás por eso me asombre tanto su muerte.
Desde su primera visita a San Luis, que fue en 1996 invitada por mí desde la Universidad Nacional de San Luis, se quedó prendada con esta provincia. La segunda visita emocionante fue cuando se inauguró el Museo de la Poesía en Carolina. Vino a San Luis ungida con el título de Madrina del Museo. Puedo dar fe que esta distinción, otorgada por el Gobierno de la Provincia, a ella la llenaba de orgullo y honor. Conocía muy bien el recuerdo cariñoso que profesabanen la familia Borges por Juan Crisóstomo Lafinur. De hecho, en el marco de aquella inauguración, disertó sobre Lafinur vinculado sanguíneamente con Borges. Su evocación fue conmovedora. Trajo libros y manuscritos que por supuesto se preservan en el lugar.
Vino tres veces más a San Luis. En todas esas visitas fui su acompañante. Adoraba con preferencia a San Luis por la calidez que recibía de la gente y también –dicho por ella- por la prolijidad que observaba en todo.
Para los “100 años” del nacimiento de Antonio Esteban Agüero, en 2017, la Secretaría de Cultura de San Luis convocó a un Concurso de poesía, cuentos y ensayos. La Secretaría la designó como parte del jurado. Las Bases se presentaron en la Feria Internacional del libro de Buenos Aires donde ella estuvo presente. Eso la llevó a interiorizarse sobre la obra de nuestro poeta.
Llegado el momento de dar el dictamen del Concurso ella volvió a San Luis. Ahí pudo conocer Merlo porque los resultados se comunicaron en el Auditorio de la Casa del Poeta. En el trayecto del viaje le hablé lo más que pude sobre el poeta. Escuchó mi relato con atento interés. Pero cuando llegamos al Algarrobo Abuelo ella se quedó en silencio como orando. Se ve que la presencia del árbol la interpeló. A pesar de todos los lugares del mundo que había visitado mantenía intacta su capacidad de asombro.
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Recuerdo que alguien nos invitó para tomar unas fotos sentados en el tronco del árbol. Decidimos introducirnos en el corazón de las ramas saltando la muralla esférica que lo rodea. Ella vestía de blanco con una pollera de encajes muy finos. La mala suerte quiso que una ramita espinosa se “encajara en su encaje”. Lo tomó con humor pero el episodio dejó muy deteriorada su imagen. No había forma de reemplazar su vestimenta. Así que al llegar al acto en Casa del Poeta lucía muy desprolija su pollera. Trató de disimularlo como pudo. María era tan espiritual como práctica. Nunca se quedaba ahogada en los problemas; trataba de resolverlos. Y así obró aquella vez. El Auditorio estaba repleto y subió a la escena como si nada hubiera pasado.
Imaginé que el poeta Agüero, desde su eternidad vernácula, había tramado esta broma. Porque allá en la década del sesenta, en una entrevista de un diario nacional, al preguntarle el periodista su opinión sobre Borges, el poeta lugareño respondió lacónicamente: “Borges es un escritor europeo que vive en Buenos Aires”.
Ella tenía por San Luis una predilección genuina. No dudo que el Museo de la Poesía haya sido para ella uno de sus lugares en el mundo por el nexo entre Borges y Lafinur. También debo decir que ella sentía un sincero aprecio, simpatía y valoración por Alberto Rodríguez Saá. Le parecía –me lo dijo en un viaje- un gobernante innovador y dueño de una mentalidad ilimitada.
María, hasta donde sé, siempre evitaba hablar de más sobre las personas que había conocido y las que iba conociendo a diario en el mundo de sus viajes. Era mezquina en elogios. Ignoro qué habrá opinado sobre mí. Me basta con comprobar que su alegría al encontrarnos no era de compromiso sino auténtica. La amistad, para ella, no dependía tanto de la frecuentación asidua, sino de una suerte de lealtad.
Honorable
Un amigo de Buenos Aires, al enterarse de mi cercanía con ella, me dijo tajantemente: “esa mujer tiene mucho poder”. Me quedé asombrado frente a esa declaración y le pregunté por qué pensaba eso. Me explicó esto: Si María Kodama decide el día menos pensado llamar al Rey de España o a cualquier Monarca de este mundo, va a ser atendida. Si decide llamar al Papa Católico, o al Líder de la Iglesia anglicana o al Patriarca de la Iglesia ortodoxa Rusa, va a ser atendida con sólo pronunciar su nombre. Me quedé pensativo, y sin respuesta; pero quizás aquel amigo estaba en lo cierto. Lo que sí sé es que María, de haberlo tenido, nunca usaría ese poder para su propio beneficio, porque sus propósitos eran otros, su misión en la vida no tenía como objetivo ese tipo de poder. En un bar de San Luis, al enterarse que Kodama vendría a San Luis, un fulano me increpó: “ ¡Cuántos millones le habrá pagado el gobierno para que venga acá! El hombre, ofuscado, se fue después de haber dicho lo que me dijo en la cara. No me permitió explicarle que María Kodama odiaba la palabra inglesa “cachet”.
Ella nunca cobró honorarios por venir a hablar a San Luis. Esa palabra no entraba en su lenguaje. Alguna vez pensé que no cobraba por tratarse de la tierra de Lafinur.
En charlas posteriores me enteré que tampoco les cobraba a universidades de distintas partes del mundo donde iba frecuentemente a disertar sobre Borges. Sólo pedía, como en San Luis, el pago de sus pasajes aéreos, comidas, hospedaje y traslados internos.
Ahora que ella no está, y que la obra de Borges no contará con su atenta vigilancia, desconozco en qué manos quedará su legado. Mi relación fue siempre muy personal con ella, no con su entorno. En virtud de su relación con San Luis y específicamente con el Museo de la Poesía “Juan Crisóstomo Lafinur” y como Madrina de este emprendimiento único al que siempre respaldó, siento que deberíamos hacerle un homenaje en los meses posteriores.
También siento que una parte insustituible de la memoria de Borges se la lleva Kodama con su muerte.