OVEJAS
Por Eliana Cabrera
Sebastián Ávila se graduó como Licenciado en Historia en la Universidad de Buenos Aires en el 2013, se especializa en Malvinas y es parte del grupo de investigación “Malvinas, objetos portadores de memoria”. Es docente universitario en la Universidad Nacional Arturo Jauretche e investigador también allí, en el equipo Malvinizar UNAJ. Puso todo el conocimiento en juego cuando escribió Ovejas, su primera novela, publicada en 2021.
En Ovejas, una patrulla perdida custodia un faro en las Islas Malvinas. Las circunstancias en las que esto sucedió no están claras, pero sí la insistencia en que deben defender ese punto estratégico de guerra. El grupo está conformado por el “Tucu”, Giménez, Carbone, Basualdo y el Teniente de la tropa. Demasiado amistosos para estar en medio de una guerra, pero no lo suficiente como para que eventualmente la misma tensión de la situación provoque conflictos y desacuerdos en medio de la convivencia. Sus raciones de comida aumentan y disminuyen según la disponibilidad de víveres que les envían los superiores cuando pueden, cuando se acuerdan de ellos.
En la novela, lo más curioso es el devenir diario de la patrulla que está demasiado inmersa en la guerra como para escapar, pero demasiado al margen como para estar al tanto de lo que está ocurriendo realmente en Malvinas y en el país.
Se entremezcla el humor y las escenas hogareñas como cenas austeras, partiditos de fútbol con pelotas artesanales, la adopción de una mascota y juegos de cartas. Sin embargo, todo lo que hacen para olvidar el frío y las circunstancias no logra eliminar del todo la tensión de los hechos. Constantemente está presente el sentimiento de incertidumbre, de no saber cuándo vendrán por ellos, cuándo habrá más comida, cuándo el enemigo vendrá a atacar ese punto o no.
Ante todas las novelas y cuentos que existen en torno a la temática de la guerra de Malvinas, Ovejas propone una lectura que se corre del debate sobre si los combatientes son héroes o víctimas. Sus personajes carecen de excesiva valentía y coraje asociados a lo heroico y no se desenvuelven en grandes escenas de acción.
Tampoco se hunden en la desdicha, aunque se permiten llorar y sentir la esperanza de poder volver a casa. El humor y la personalidad de cada uno es como un péndulo, pasan del humor a la seriedad rápidamente. En ocasiones, los hechos concretos parecen irreales y los sueños toman la consistencia de lo verdadero. Carbone parece soñar el sueño de su compañeros. El Teniente toma los propios como herramienta intuitiva para accionar. La novela misma tiene tintes oníricos que provocan una sensación de desasosiego, de no saber qué ocurre ni qué ocurrirá.
Los soldados naturalizan tanto su nueva cotidianidad que se relacionan con bombas, minas y disparos como si se tratara de un juego, hasta que alguna tragedia los vuelve a la realidad. Cuando juegan al fútbol, la pelota se va hacia un campo de minas donde saben dónde pisar sin activar una bomba. Su nueva mascota, un pingüino, salva la situación. Pero en otra ocasión, cuando Carbone y un compañero, Quito, intentan volver a casa, este último termina siendo víctima de sus propia estrategia contra el enemigo. Esa inquietud, ese ir y venir entre que “las cosas estén bien” y el desastre, es lo que caracteriza a la novela.
Ovejas rescata un relato ficticio de un pequeño grupo de soldados, quizás no tan trascendentes ni desdichados, pero revela la posible existencia de microhistorias y hazañas en torno a la guerra de Malvinas, tantas que no conocemos y que quizás fueron ocultadas. Se centra en la vulnerabilidad y sencillez de los personajes, los hace cercanos e imaginables, y eso genera una suerte de empatía más grande; reconocemos que esos soldados podrían ser nuestros amigos o familiares, personas comunes en medio de una situación extraordinaria y terrible. Después del partidito en la nieve, uno de los personajes dice: “Cuando me acosté, pensé que ese día era irrepetible. Lloré y me acordé del potrerito en Castelar. De la pelopincho sobre el pasto, de las corridas de ring raje, de los botelleros que nos asustaban, de las pelotas pinchadas. Lloré más, y pensé que el resto me escuchaba, pero no me importó. Era como volver a ese domingo de los ocho años a las siete de la tarde. (…)”.