LA MUERTE TOCA TRES VECES
El día internacional del libro y de los derechos de autor recuerda a tres de los máximos exponentes de la literatura universal
Agencias
La muerte unió a la literatura un 23 de abril de 1616. Por eso, y aunque Argentina tiene una fecha especial para festejar el Día del Libro, a nivel mundial se celebra ese día. Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Garcilaso de la Vega coincidieron en la tragedia, y también en ser amantes de las letras.
Los tres, de alguna manera, se transformaron en parte de los pilares de la literatura universal.
El origen de la celebración
El Día Mundial del Libro, tuvo su origen el día 15 de noviembre del año 1995 como una manera de rendir un homenaje a grandes escritores universales como Miguel de Cervantes, Garcilaso de la Vega, Williams Shakespeare, Vlamidir Nabkov, Josep Pla, Manuel Mejías Vallejo, entre otros.
Fue a través de la UNESCO que se decretó el día 23 de abril ya que en esa fecha se celebra el natalicio o muerte de estos ilustres personajes de la literatura. Esto se logró gracias a la colaboración de la Unión Internacional de Editores y cuyo fin fue, no solo fomentar la cultura y las letras en el mundo, sino también, buscar una manera de proteger la propiedad del derecho de autor.
A partir de esta fecha, se busca rendir un homenaje universal a los libros y autores, así como fomentar y descubrir el placer de la lectura, valorar todo el aporte cultural y el legado de los grandes escritores tanto del pasado como del presente.
Además de conmemorarse el fallecimiento de los tres autores, el 23 de abril también es el día de los derechos de autor. Los derechos de autor son un conjunto de principios y normas jurídicas que establecen los derechos morales, patrimoniales y universales que tienen todos los autores de obras literarias, científicas, musicales, artísticas o de carácter didáctico, por el simple hecho de su creación, esté publicada o sea inédita.
En esta categoría también están los creadores de programas informáticos, los anunciantes, publicistas, productores de cine y demás disciplinas. Está considerado como uno de los derechos humanos fundamentales en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Una obra pasa al dominio público cuando los derechos patrimoniales han expirado, y esto es habitualmente cuando transcurrió el plazo desde la muerte del autor (post mortem auctoris). El plazo mínimo, a nivel mundial, es de 50 años y está establecido en el Convenio de Berna, aunque muchos países han extendido ese plazo ampliamente.
Miguel de Cervantes
Cervantes nació en Alcalá de Henares, España, en 1547. El escritor se hizo conocido por su obra cumbre, Don Quijote de la Mancha (1605 y 1615), un clásico de la literatura universal. La inmensa fama de este libro inmortal, que parte de la parodia del género caballeresco para trazar un maravilloso retrato de los ideales y prosaísmos que cohabitan en el espíritu humano, ha hecho olvidar la existencia siempre precaria y azarosa del autor, al que ni siquiera sacó de la estrechez el fulgurante éxito del Quijote, compuesto en los últimos años de su vida. Los dos personajes principales adquieren también mayor complejidad, al emprender cada uno de ellos caminos contradictorios, que conducen a don Quijote hacia la cordura y el desengaño, mientras Sancho Panza siente nacer en sí nobles anhelos de generosidad y justicia. Pero la grandeza del Quijote no debe ocultar el valor del resto de la producción literaria de Cervantes, entre la que destaca la novela itinerante Los trabajos de Persiles y Sigismunda, su auténtico testamento literario.
La Galatea (fragmento)
“No sé si las razones desta carta, o las muchas que yo antes a Nísida había dicho, asegurándole el verdadero amor que Timbrio la tenía, o los continuos servicios de Timbrio, o los cielos, que así lo tenían ordenado, movieran las entrañas de Nísida para que, en el punto que la acabó de leer, me llamase y con lágrimas en los ojos me dijese: “¡Ay, Silerio, Silerio, y cómo creo que a costa de la salud mía has querido granjear la de tu amigo! Hagan los hados, que a este punto me han traído, con las obras de Timbrio verdaderas tus palabras. Y si las unas y las otras me han engañado, tome de mi ofensa venganza el cielo, al cual pongo por testigo de la fuerza que el deseo me hace, para que no le tenga más encubierto. Mas ¡ay, cuán liviano descargo es éste para tan pesada culpa, pues debiera yo primero morir callando porque mi honra viviera, que, con decir lo que agora quiero decirte, enterrarla a ella y acabar con mi vida!” confuso me tenían estas palabras de Nísida, y más el sobresalto con que las decía; y, queriendo con las mías animarla a que sin temor alguno se declarase, no fue menester importunarla mucho, que al fin me dijo que no sólo amaba, pero que adoraba a Timbrio, y que aquella tuviera ella cubierta siempre, si la forzosa ocasión de la partida de Timbrio no la forzara a descubrirla.
“Cuál yo quedé, pastores, oyendo lo que Nísida decía y la voluntad amorosa que tener a Timbrio mostraba, no es posible encarecerlo, y aun es bien que carezca de encarecimiento dolor que a tanto se estiende; no porque me pesase de ver a Timbrio querido, sino de verme a mí imposibilitado de tener jamás contento, pues estaba y está claro que ni podía, ni puedo vivir sin Nísida, a la cual, como otras veces he dicho, viéndola en ajenas manos puesta, era enajenarme yo de todo gusto “.
William Shakespeare
Shakespeare nació en Stratford on Avon, Reino Unido, en 1564. El dramaturgo y poeta inglés, el tercero de los ocho hijos de John Shakespeare, publicó en vida tan sólo dieciséis de las obras que se le atribuyen. Por ello, algunas de ellas posiblemente se hubieran perdido de no publicarse (pocos años después de la muerte del poeta) el Folio, volumen recopilatorio que serviría de base para todas las ediciones posteriores.
Romeo y Julieta (fragmento)
“JULIETA.—¿Te vas a marchar? Todavía no se acerca el día; era el ruiseñor, y no la alondra, lo que traspasó el temeroso hueco de tu oído; de noche, canta en ese granado; créeme, amor, era el ruiseñor.
ROMEO.—Era la alondra, heraldo de la mañana, y no el ruiseñor; mira, amor, qué envidiosas franjas ciñen las nubes dispersas allá a oriente: las candelas de la noche se han extinguido, y el jovial día se pone de puntillas en las neblinosas cimas de las montañas: tengo que irme o vivir, o quedarme y morir.
JULIETA.—Aquella luz no es luz del día, lo sé muy bien: es algún meteoro que emana el sol para que sea esta noche tu portador de antorcha, alumbrándote en el camino a Mantua: así que espera todavía: no tienes que marcharte.
ROMEO.—Que me detengan, que me den la muerte; estoy contento, con tal de que tú lo quieras. Diré que aquel gris no es la mirada de la mañana, sino que es el pálido reflejo del rostro de Cintia; y que tampoco es la alondra la que con sus notas golpea el cielo abovedado tan alto sobre nuestras cabezas: ¡ven, muerte, sé bienvenida! Julieta así lo quiere. ¿Qué es eso, alma mía? Hablemos; no es de día.
JULIETA.—Sí es, sí es: ¡vete, márchate de aquí! Es la alondra la que canta tan destemplada, forzando ásperas disonancias y agudos desagradables. Dicen algunos que la alondra hace dulce armonía: no así ésta, pues nos separa. Algunos dicen que la alondra y el odioso sapo se han cambiado los ojos: ¡ah, ahora querría yo que hubieran cambiado también las voces, puesto que esa voz nos arranca de los brazos, acosándote para que te vayas de aquí al tocar el día! Ah, vete ahora, cada vez está más y más claro, ¡y más y más oscuras nuestras penas!
Garcilaso de la Vega
El poeta renacentista español nació en Toledo, en 1501. Vivió apenas 35 años, pero aún así su obra de cuarenta sonetos y tres égolas se mantuvieron vigentes. También escribió cinco canciones, dos elegías, una epístola a Boscán y tres odas latinas, inspiradas en la poesía de Horacio y Virgilio.
Égloga I (fragmento)
¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,
y de mí mismo yo me corro ahora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir una hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.