Lectores y lectoras, al centro de la sala
Por Eliana Cabrera
Hace unas semanas comenzó la 47° Feria Internacional del Libro en Buenos Aires, donde el escritor Martín Kohan estuvo a cargo del discurso inaugural. Dentro del mismo, se enfocó en reivindicar a los y las lectoras en el centro de la escena, allí donde los libros y su intercambio solo existen gracias a que alguien lee.
Creemos que existe el miedo a la lectura de parte de quienes piensan que leer es una acción por demás compleja y poco accesible; pero también puede que exista el miedo al libro de parte de quienes han hallado demasiado allí, han visto su propio reflejo y huido asustados. Leer puede ser un acto peligroso en términos de impacto emocional e intelectual: uno nunca es el mismo después de leer algo que lo conmueve o interpela. Pero temerle a la lectura aun sin antes haberla atravesado es algo que deberíamos ser capaces de evitar, con una adecuada y amorosa mediación. No es sino con entusiasmo que podemos lograrlo, en espacios tan específicos como una feria o simplemente en la más inmediata cotidianeidad.
También existe el temor a los pares lectores y sus prejuicios. Con frecuencia se asocia a los y las lectoras con personas eruditas, sabias, detentoras de cierto poder intelectual sin titubeos. De pronto leer supone leerlo todo y dar cuenta de ello en cualquier momento. De pronto, también, admitir no haber leído un determinado libro es penoso e inadmisible. “¿cómo, no leíste este libro tan clásico, universal y/o popular?”. Así, muchos pecan de lectores desesperados o se creen su propia mentira; sostienen que saben de qué se trata un libro cuando en realidad solo lo suponen por comentarios y reseñas. Se necesita coraje y honradez para admitir la no lectura también.
Martín Kohan sostuvo en su discurso “El no-lector encubierto, el que se pronuncia categóricamente sobre algo que en verdad no leyó, existe de larga data, existe desde que la lectura existe; lo que parece haberse modificado es que ya no precisa encubrirse. La lectura, elogiadísima en abstracto, se desestima en lo concreto”.
¿Será que a veces abunda más la conversación en torno a qué tan “leídos” somos (una especie de decálogo de revista sobre cómo ser una persona lectora) y no acerca de los libros que nos movilizaron, sus tramas, personajes y palabras precisas?
Kohan nos invita a recuperar el centro de todo: los y las lectoras (de verdad). Las ferias de libros encuentran su riqueza en las conversaciones literarias y no en el murmullo de vendedores y compradores. Claro que no se puede ignorar que el libro como objeto no puede correrse de un contexto de capitalismo salvaje, pero es necesario recordar la pausa de la lectura, el detenimiento del mundo, el verdadero intercambio y entusiasmo por leer que se contagia más que nada entre pares, amistades, colegas, familia. Propiciar el espacio para esas charlas es lo más importante, no así la exposición banal de la lectura y la compra-venta. Quizás el negocio editorial se sostiene en parte por el alarde de la lectura y en parte por los y las auténticas lectoras, pero preferiríamos lo segundo.
Habría que “(…) reformular el lema histórico de la Feria del Libro, o en todo caso ampliarlo o completarlo, y ahí donde rezaba: ‘Del autor al lector’, añadir casi a manera de comentario: ‘Y del lector al autor’”, propone Kohan. Recuperar el diálogo entre el que escribe, lo que escribe y quienes lo leen para que la fiesta de la lectura no se quede detrás de una vitrina, de nuevo inalcanzable y expuesta con un cartel de “se mira pero no se toca”.
