Léeme en la noche
de lluvia serena,
en la primavera
de rama brotada;
léeme a la lumbre
de un ocaso manso...
o en el cruel naufragio
de la madrugada.
Léeme en las horas
mecidas de viento,
bajo pinos grises,
de ramas cansadas;
léeme a la orilla
del río infinito,
sintiendo a la arena
besarte las plantas.
Léeme de un sorbo,
como el caminante
que sacia en la fuente
la sed de una larga
travesía ingrata,
sin fe, sin destino,
sin guía, sin nadie...
Léeme... y descansa.
Léeme despacio...
y, en ese leerme,
tómame la mano
y camíname el alma;
yo escribo y espero
tus ojos siguiendo
el solo y sencillo
renglón de mis pasos.
Acaso en el limbo
de esta luna blanca,
se esconda el misterio
de poder hallarnos;
y hacer que tus ojos
encuentren la esencia
del verso nacido
de mis torpes manos.
(*) Del libro "Oasis de sol... y ocasos de luna".