Expresiones de la Aldea, Notas Centrales, San Luis

Tragos de sí mismo

Por Carina Perretti (*)

Él observa los tentáculos que giran en el vidrio. El brazo del hombre termina en los matices aguados de la ginebra a los que mira hipnotizado, aburrido, con cara de acostumbrarse. Admira el juego de densidades líquidas como si una imagen se proyectara, una película que lo atrapa. Ya no siente el peso del recipiente en la mano como tampoco las piernas y el corazón. Significa, para él, un remedio sobre los labios, un pañuelo para secarse las lágrimas, una caricia extranjera de cinturón que lo hace sonreír, pero no sujeta sus tempestades. 

En cada empinada de codo agota bienvenidas que nunca pudo dar, agónicas, descalzas, amarillas como su piel, como su lamento. Un final baila entre las cejas de la noche, bromista la hace caras, se burla de sus costillas, las aplasta. El tiempo retrocede y le sabe a fiebre en ese vaso; en el vaso, la vuelta al mundo lo marea. Un abrazo de cubitos de espanto lo aferra con sus garras, pero él nada siente, nada roza, nada mira. 

En el fondo del agua, vomita ranas de tristeza y cabecea un destino de flores muertas, un viento de demonios le corre cuerpo adentro, un duelo de mercurio a contragiro lo despierta, un duelo contagioso de formas irrompibles se le enquista en el pecho. 

Abandonado, muestra sus cicatrices, recuenta las faltas de amor como monedas tibias, brinda a la salud de todas sus cenizas. Al amanecer sigue observando los tentáculos que giran y cree que esta última vuelta lo sacará del abismo de ojos colgantes, los que observan desde todas partes. Sabe que alguna vez esos tentáculos le tomarán la mano y el trago de sí mismo le alcanzará en ese instante. 

“Los borrachos”, por James Ensor. (1883)

(*) Carina Perretti es pedagoga. El tiempo libre la habilita a deslizar palabras en un papel y algunas notas en una guitarra. Se dedica a la enseñanza de la pedagogía en la universidad y asiste al Taller Literario Silenciosos Incurables desde hace tiempo.