Ser arte y parte
Por Adriana Durigutti
Habían estado casi un mes, leyendo las publicidades, escuchando la propaganda en la radio del pueblo.
La intriga y la ansiedad apuraba los preparativos…
– ¿Habrá que llevar silla?… – ¡Tenemos que llegar un rato antes, para ganar los mejores lugares, acordate que yo de lejos no veo muy bien!…
– ¡Cenemos temprano en casa y vamos juntos!…
– ¿Cuántos actores serán?…
Ese día era una fiesta, no se podía faltar a la cita… Era para tod@s… Popular y del pueblo…
La historia podía ser cualquiera, los actores, no necesariamente tenían que ser famosos…
El valor de la entrada era accesible, porque a la compañía le interesaba llenar la sala, o el salón o la plaza…
No había mejor premio para los artistas, que todo el pueblo estuviera allí. Que los esperaran a la salida, menos para la actriz o el actor que interpretara la o el villano… Para ése, la salida a público era imposible, lo odiaban y lo interpelaban por su accionar. ¡Cómo le iba a pegar a la madre!…
Pero hasta ese desplante era el resultado de una buena y creíble actuación.
Por largo tiempo todo perduraba en la memoria del otro y de eso se trata el TEATRO… De quedar prendidos casi para siempre, en la memoria y en la mesa, y en las veredas de los pueblos…
Mientras tanto y antes del estreno…
El director buscaba el texto dramático que lo catapultara a la fama, y buscaba desesperado a los actores que por lo general trabajaban en la administración pública o el correo, o la telefónica… Otros hacían changas de carpintería o eran albañiles con su familia, o viajantes, taxistas, colectiveros… Alguno trabajaba en la radio o en el diario…
Hasta que aparecía esa convocatoria, ese papel, esa obra o la propuesta de gira para los pueblos… los actores, no hacían teatro.
Escribían, estudiaban, declamaban, ensayaban o cantaban como ancla que los sostenía en el arte… Pero no se vivía del teatro.
Para los actores y las actrices, el teatro se hace, cuando se vive.
Hacemos teatro cuando hemos vivido.
Vivimos el teatro, no del teatro. Y el teatro se hace vivo en nosotros.
Con la actuación le prestamos el cuerpo al personaje, a veces, un cuerpo desgastado, triste, postergado, pero que sabe y puede brillar y rejuvenecer en el escenario.
Los actores y el público esperan… Los primeros el papel, los segundos, la magia. Y cuando sucede ese encuentro, es más que un formalismo, el encuentro en escena, es una realidad que debe recorrer los parajes, los pueblos, las ciudades, las almas…Y cuando ese día llega y se pisa un escenario, ese día… el homenaje es mutuo.
El antiguo lenguaje del arte, la clásica convención del teatro, la magia de la escena, el diálogo poético se enciende, como se encienden las luces. Como se vibran los aplausos, como se comparten en un pañuelo las lágrimas, como resuena la risa sacudiendo los cuerpos, como un codazo busca complicidad en la sala cuando algo resuena o se parece a una historia conocida. Magia. Simple, espontánea, conmovedora. Vital.
Ese viaje por la identidad: escritores, paisajes, músicos, historiadores, flora, fauna, historias rescatadas desde la oralidad de los abuelos y bisabuelos, personalidades, modismos, costumbres, relatos, mitos, leyendas, con un abanico consolidado en la música, la danza, la literatura, las artes visuales, artes escénicas y audiovisuales… Todo, todo se mixtura con exquisita armonía descubriendo que las raíces solo perduran con la memoria del otro y de eso se trata también el TEATRO…
Por eso la importancia de que el arte circule, democratice la experiencia hasta el último rincón y nos hermane.
Por eso, a los actores y a las actrices nos hace bien… Porque nos salva de la oscura rutina, vestidos de luces, sobre un escenario, frente a otr@s y para la otredad.