Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

LA PILETA DE SAN MARTÍN

Por Roberto Tessi

Una de las estrategias del colonialismo durante el Siglo XIX y gran parte del XX era trasladar por todo el mundo a sus gerentes, que hacían una verdadera carrera en la cual comenzaban de muy jóvenes. La Gran Bretaña que había surgido de la Revolución Industrial tenía pocas posibilidades dentro de las Islas, pero si un porvenir de cierto confort  y holgura si las compañías a las cuales se adscribían era exitosa. Y el éxito se media en la Bolsa de Londres donde cada una de ellas cotizaba en libras esterlinas sus ganancias.

Pero todo no era debe y haber, sino que esos agentes coloniales debían convivir con los criollos de cada lugar, sus costumbres y creencias totalmente distintas. La política agresiva y expansiva que se ejercitaba desde siglos había logrado instalarse en lugares remotos del África, el lejano Oriente, la India, Australia, Canadá y algunos pequeños estados del Caribe. En la Argentina, las conocidas Invasiones Inglesas de principios del Siglo XIX fueron un ejemplo de esta política que mostraban la mano o el garrote, según la circunstancias y el manejo de los puertos y la explotación de los ferrocarriles fue un ejemplo de eso.

Casi en todas las estaciones de cierta importancia, donde prestaban sus servicios, ocupaban los “Misters” puestos de jerarquía y muchos venían trasladados de la India o Paquistán con sus familias y sirvientes, traían también sus costumbres que se resistían a cambiar y asimilarse como otros foráneos de lejanas latitudes que en menos de una generación se acriollaron en sus costumbres. Los ingleses, traían entre otras cosas, el avance industrial, otras tecnologías y en lo social, una fuerte inclinación a las prácticas deportivas en equipo.

Así por estos lugares se conoció el “football”, el turf, el tenis, la natación y las bochas, haciendo este último, furor entre la paisanada, arraigándose a la vera de bares y almacenes en pleno campo. Pero estos deportes, practicados metódicamente incluía a las mujeres como protagonistas y eso causó cierta conmoción entre nuestros lugareños conservadores que no veían con buenos ojos que sus hijas o esposas mostraran las piernas y alguna otra inocente parte del cuerpo en público.

Así fue la discusión para construir una piscina de medidas olímpicas y trampolín, entre los miembros de la Comisión Directiva del Club Pacífico, luego San Martín, que pese a ser mayoría los de espíritu más liberal a favor de la natación, contagiados por los Jefes del ferrocarril y las mujeres de la Comisión de Bailes. Tuvieron que sortear algunas oposiciones como la de un médico del barrio, que en concordancia con el párroco de la Iglesia San Roque, vaticinaba castigos divinos, enfermedades e infecciones por la promiscuidad de compartir semidesnudos ese receptáculo de agua, que no obstante, apenas llenado se veía celeste como el cielo.

Muchas niñas y niños, acompañadas por sus madres empezaron a asistir, llenos de prevenciones hacia el agua y el propio sol, del que se protegían con sombrillas y gorras de toda clase, puesto que solamente era bien vista por los dictados de la moda aquella, la piel blanquísima y transparente. Los días de calor insoportables que se abatía en pleno verano sobre la Villa y que castigaba a sus habitantes sin otra posibilidad de chapotear en la costa del río, con un cauce de apenas algunos centímetros, hizo reflexionar a más de uno de rígidos preceptos y doble moral, que terminaron aceptando que no era mala idea ir a mirar los y las bañistas desde las mesas que se armaban a un costado de la pileta. A una prudente distancia para no ser salpicados, disimulados “engordando el ojo” como les decía el viejo canchero del Club con malicia.

Pintura de Carlos Montefusco.