Expresiones de la Aldea, Notas Centrales

MODELO UNIVERSAL

El cierre del diario más antiguo del mundo, el Wiener Zeitung, puso la lupa sobre algo tan antiguo como la Revolución Francesa: la relación entre prensa, censura y poder

Por Guillermo Genini

Aldea Contemporánea

La reciente noticia de que el diario más antiguo del mundo, el Wiener Zeitung de Austria, dejó de imprimirse desde su aparición en 1703, llama la atención sobre el origen de la prensa escrita como medio de comunicación en el siglo XVIII. Fue durante ese siglo cuando el ambiente social, intelectual y político de Europa generó las condiciones adecuadas para el surgimiento de una conciencia colectiva sobre los asuntos públicos, que con el tiempo se llamaría la opinión pública, una construcción propia de la Modernidad. 

Esta novedosa conciencia colectiva, que representaba la ampliación y secularización del pensamiento europeo, tuvo en las hojas escritas, pasquines y folletos, sus primeras expresiones. Su popularización fue posible gracias al progreso de la alfabetización en la población, el costo cada vez menor de las impresiones y la eficiencia menguante de la censura de la Iglesia y el Estado. De esta forma se comenzaron a propagar noticias, rumores e ideas, por lo general críticas a los gobiernos absolutistas. 

Los pioneros

Los primeros diarios con un formato parecido al actual surgieron de la iniciativa oficial en Inglaterra a fines del siglo XVII y tuvieron precisamente el objetivo de combatir con información propia los panfletos anónimos y hojas sueltas clandestinas que difundían rumores y críticas. Este modelo se difundió por la Europa continental, donde también se vivía un auge de los panfletos. Así nació, por ejemplo, el Wiener Zeitung en 1703, gracias a un privilegio imperial dado por la Corte de los Habsburgo, que brindaba a esta publicación periódica información propia, directa y verificada para ser difundida entre la población de Viena y que alcanzaba a todos los rincones del Imperio gracias al correo postal. 

A lo largo del siglo XVIII las clases pudientes y cultas se interesaron cada vez más en el manejo de los asuntos públicos, lo que fue generando una conciencia política crítica con el absolutismo. Esta tendencia fue particularmente importante en Francia, país que por entonces era considerado el más poderoso de Europa. Agitados por el desarrollo de las Nuevas Ideas o Ilustración, se incentivó una ruptura gradual, pero decisiva, con los modos y los medios de información que existían anteriormente. La creciente importancia de la prensa reflejó este cambio, apareciendo producciones especializadas en la crítica política y moral, la economía, la información práctica o utilitaria, las publicaciones satíricas y cómicas, entre muchas otras. Este fenómeno fue paralelo al surgimiento del periodismo como actividad específica y el de los empresarios publicistas y editores como parte de la creciente burguesía. 

En Francia las primeras experiencias de la prensa se vincularon a la incitativa oficial que pretendía construir una imagen poderosa de los reyes franceses en su proyección de dominación europea. Sin embargo, la aparición de diarios particulares autorizados, y algunos clandestinos, creaba un ambiente de combate por el control de la creciente opinión pública, destacándose la prensa política y la difusión de noticiarios. Detrás de esta ampliación estaba el movimiento de los ilustrados que usaba la prensa para difundir sus ideas críticas, convirtiéndose en un antecedente de la prensa revolucionaria. 

En la segunda mitad del siglo XVIII la influencia de la prensa sobre la opinión pública era un hecho consolidado y la población francesa ya había adquirido el hábito de la lectura, difusión y debate de las noticias que se generaba en los números seminarios, diarios y periódicos que se imprimían en Francia o el extranjero. 

Extracto del diario Wiener Zeitung, edición de 1945.

Fue en este ambiente donde la prensa escrita estaba en plena expansión donde se produjo la crisis de la monarquía francesa que arrastraba viejas prácticas administrativas y políticas que la hicieron blanco de las críticas cada vez más abiertas y profundas. A ello se sumaron, en 1788, graves problemas de alimentación en la población y el peso asfixiante de la deuda pública. Para cuando el rey Luis XVI convocó a los Estados Generales en mayo de 1789 la consolidación del poder de la opinión pública, sobre todo entre los burgueses y propietarios era tal que los diarios y publicaciones se convirtieron rápidamente en los vehículos preferidos de quienes reclamaban cambios profundos en Francia. 

Esta necesidad de cambio sintetizó un conjunto de ideas que circulaban previamente con respecto a la prensa como la superación de la censura oficial y lograr la libertad de imprenta. Cuando el 20 de junio de 1789 el Tercer Estado se separó de los Estados Generales y se proclamó Asamblea Nacional, el vertiginoso proceso revolucionario francés se hizo imparable y la prensa fue su medio de difusión preferido. Los diarios y panfletos que respaldaban a los revolucionarios, gracias al eficiente uso del correo, fueron claves para lograr el apoyo de París y otras ciudades francesas a la Asamblea que, sintiendo su creciente fuerza, exigió la sanción de una constitución escrita. 

La libertad de expresión como derecho

Tras el alzamiento popular de París y la toma de la Bastilla el 14 de julio, en agosto de 1789 la Asamblea Constituyente derogó los privilegios del clero y la nobleza, estableciendo la igualdad en las leyes y el pago de los impuestos. También derogó la vigencia de la censura y de los permisos reales para autorizar la instalación de imprentas, lo que en los hechos significó la libertad de prensa. Sin embargo, si bien se produjo el fin de un sistema de control sobre diarios y publicaciones, la consideración de la libertad de expresión como derecho debía alcanzar un rango específico. Ello se logró el 27 de agosto cuando la Asamblea Constituyente sancionó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que establecía los principios de libertad, igualdad y fraternidad entre las personas. Su artículo 10 establecía la libertad de pensamiento y de opinión, mientras que el artículo 11 aseguró en forma congruente la libertad de prensa de la siguiente manera: “Puesto que la libre comunicación de los pensamientos y opiniones es uno de los más valiosos derechos del hombre, todo ciudadano puede hablar, escribir y publicar libremente, excepto cuando tenga que responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley”.

Esta iniciativa trascendental, que tuvo pretensiones de universalidad, permitió un rápido desarrollo de la prensa francesa que en el período 1789-1800 produjo más de 1.500 nuevos periódicos. El poder de los medios informativos alcanzó con la Revolución proporciones desconocidas hasta entonces, siendo la gran mayoría prensa política. Su impulso se debía claramente a la necesidad de la Revolución de triunfar en la batalla por la conquista de la legitimidad del Nuevo Régimen contra los poderes corporativos de la monarquía, la nobleza y el clero. 

Los revolucionarios franceses se apoderaron de las calles, de los cafés y de los salones con su prensa encendida que pretendió alcanzar un consenso político que no lograron. Los principales diarios revolucionarios, muchos de ellos de vida efímera, combatieron y discutieron, primero contra los poderes corporativos, luego entre las encarnizadas facciones revolucionarias.

Según el historiador Antonio Fernández, la Revolución Francesa implicó una nueva era, y una nueva prensa. La enorme difusión de la prensa política lo dominaba todo. Los más populares alcanzan una tirada de hasta 16.000 ejemplares. También implicó nueva era para los periodistas, que en pocas jornadas pudieron proyectar su pensamiento y acción para convertirse en figuras nacionales. 

La prensa y la revolución

Sin embargo, la vida que rodeaba a la prensa revolucionaria era inestable y peligrosa. Fueron frecuentes los arrestos, el exilio y las condenas a periodistas y editores tanto revolucionarios como monárquicos. La prensa política se alineaba con la suerte de los clubes y asociaciones que representaba. Fue por ello que muchos diarios tuvieron una existencia azarosa o efímera, pues si bien buscaban el sustento en el mercado por medio de suscripciones y venta callejera, su principal sostén provenía de las agrupaciones políticas. Fueron frecuentes las acusaciones de traición o complicidad con los enemigos de la Revolución entre los diarios revolucionarios, y en no pocas ocasiones se censuraron, clausuraron o quemaron imprentas consideradas “enemigas del Pueblo” como ocurrió en 1792 al inicio del período conocido como el “Gran Terror”. Esta relación ambigua entre la libertad de prensa y su control dentro de la misma Revolución se inclinó claramente hacia el surgimiento de una nueva prensa oficial con el advenimiento desde 1799 de la figura de Napoleón Bonaparte.

Pese a lo intrincado y cambiante de la relación entre el proceso revolucionario francés y el auge de la prensa política, fue sin duda la experiencia que se inició en 1789 un modelo universal que seguirían otras revoluciones en el mundo, que fluctuarían entre la búsqueda de la libertad de expresión y el establecimiento de límites reales a la prensa. Tal vez esa sea el mayor valor legado por la Revolución Francesa. 

Fragmento de la pintura “La Libertad guiando al pueblo”, por Eugène Delacroix, 1830.