Expresiones de la Aldea, San Luis, Sin categoría

Mi paño de cielo y agua

Miriam Micaela Díaz (*)

Las playas de Chuxchuni (en Puno, Perú), tienen un sabor como al algodón de azúcar mezclado con crema del cielo. La mañana que las conocí fue de esas que se quedan grabadas en la memoria del cuerpo porque había esperado mucho tiempo para estar ahí.

Caminé por una rambla de adoquines hasta que se hizo la tierra y luego la arena, abrazada por el lago Titicaca. Me descalcé y empecé a correr, abriendo los brazos y mirando las nubes como si alguien desde algún punto estuviera celebrando esa pequeña victoria junto a mí. La arena tenía una textura suave, desconocida para mi tacto hasta entonces. El simple hecho de cubrirme los pies y las manos de ella y destaparme, me generaba placer. El viento acercaba el olor a humedad y podredumbre de los barcos viejos y estancados a la orilla del muelle. Al principio había mucho bullicio; desde el hombre que vendía helados, hasta otros turistas que andaban de visita. Pero cuando me senté a la misma altura del agua, ya no existieron porque me quedé encantada con el ruido que las olas del agua hacían al romperse contra las piedras. Por momentos estiraba  mis pies y me complacía en escuchar cómo el sonido del final del agua se hacía más agudo, casi como brisa besando mis tobillos. 

Chuxchuni quedó estampada en la memoria de todos mis sentidos porque incluso los colores del paisaje me recuerdan ahora una paleta cálida, con algunos fríos en versión cremita y mucho blanco atenuando las sombras. El horizonte se perdía en la lejanía, haciendo un solo paño de cielo y agua.

Después de eso, me fui al muelle y empecé a caminar por esa pasarela de maderas que hacía concierto de crujidos. Mientras, tomaba unas bocanadas de viento con sabor a ese hielo que a veces queda en las bebidas y me gusta disfrutar; canté por retazos la canción de Patricia Sosa: “Puedes creer, puedes soñar, abre tus alas, aquí está tu libertad”; ese momento fue gracias a un puñado de libertades que se unieron y me llevaron ahí. “Y no pierdas tiempo, escucha al viento, canta por lo que vendrá. No es tan difícil que aprendas a volar.” Abría los brazos y estaba gozando tanto esa porción de mi vida, el sentir mi cuerpo estirado, ventilando cada rincón de mi piel. Los sonidos de la respiración y los latidos.

El frío, que se calentó en mi memoria, derritió los miedos y quemó la soledad.

(*) Un alma que sabe que nació para servir. El arte, la Educación Especial y el corazón salesiano son el medio.