María Fernanda Álvarez Do Bomfim
Soy María Fernanda Álvarez Do Bomfim, nací el 9 de junio del ’84 en Buenos Aires. Mi papá es de Chaco, mi mamá de Brasil, somos cinco hermanos. Soy madre de Sabino, Yara y Rita, y compañera de vida de Marcos. Viví en Capital hasta tener a mi primer hijo; después nos fuimos hacia la periferia, aquí también, ya que vivimos en El Volcán (se ríe). Tengo como dos partes de la historia: una tiene que ver más con la profesión. Soy arquitecta y entré a la carrera porque me gustaba dibujar. Mi medio de expresión desde muy chica fue el dibujo, la cerámica y después la fotografía. Cursé en una cátedra que era nacional y popular, donde estaban Sorondo, Doporto, gente que tuvo en los 80 una impronta muy fuerte, de una mirada de la arquitectura manifestando la ideología, poniendo a los usuarios en el centro. Me formé con esa gente que es muy valiosa, y después la otra pata es que soy de alguna manera hija del 2001.
En la esquina de mi casa se hacía una asamblea popular, donde comencé a ver algo que yo hasta ese momento no había visto: la crisis. En la primaria tenía una amiga que era hija de una presa política. La acogimos en mi hogar. Después, en un acto de Malvinas en la primaria, me explicaron de qué se trataba la canción de Los Abuelos de la Nada que habla de Malvinas. Después, León Gieco vino a dar un recital a mi escuela. Fueron todos hechos que al final formaron mi conciencia social: ver gente durmiendo en la calle, darles un plato de comida caliente, compenetrarse con la realidad del otro.
Con un colectivo de fotógrafos realizamos trabajos barriales a través de talleres de fotografía e identidad con jóvenes en el conurbano. En el 2008 tuve una experiencia muy importante: una pasantía que organizaba la Facultad de Agronomía en una comunidad rural, con una fuerte organización territorial. No a hacer caridad, sino a intercambiar saberes. Me pidieron opinión sobre una construcción porque desde la organización querían fortalecer las condiciones de vida para que la gente no se vaya, porque eran habitantes históricos de esas zonas. Empecé como a cruzar el aprendizaje con las condiciones reales. Ahí me dije: hay una relación entre lo que soy y lo que pienso.
Arranqué con militancia trabajando en programas de mejoramiento habitacional, sobre las condiciones de vida en proyectos de autoconstrucción de centros comunitarios. En ese momento tenía siete meses de embarazo y cargaba los baldes con mezcla. En un momento renuncié al trabajo y me puse a construir junto con un albañil la casa para mis papás.
Vengo de una familia, por parte de mi mamá, con mi abuela y mi bisabuela viudas a los treinta años, que se han hecho cargo de su destino. Mi bisabuela con diez hijas mujeres y mi abuela con cuatro, pero siempre con una red de unión entre las hermanas, de sostenerse y con una alegría absoluta, así que un poco de ahí.
El feminismo empieza a meterse sin saberlo a partir de esa fortaleza de la historia, y cuando empiezo a trabajar en los distintos barrios: las que participan son las mujeres, las que se hacen cargo de los cuidados comunitarios son las mujeres, y quienes transforman la vida cotidiana de sus hijos son las mujeres.
En el 2015 se organizó «Ni Una Menos», y ahí dimensioné que era feminista. Llegué a San Luis porque a mi compañero, que es agrónomo, le proponen una especialización para un doctorado con una beca para venir a la provincia en 2021. Aproveché y me tomé un tiempo para estudiar una maestría, trabajar un poco a distancia y en todo caso después volver a Buenos Aires. Por un amigo en común, conocí a Alán Sosa Tello que estaba empezando el proceso de la urbanización del Barrio República.
Me pidieron que me hiciera cargo de la urbanización de los barrios populares de la provincia. Logramos organizar a más de 130 voluntarios para hacer un censo, porque ese barrio no se había censado nunca. Trabajamos en una mesa de referentes barriales atendiendo sus problemas, diseñando juntos una política que propusiera el mejoramiento habitacional tomando en cuenta lo existente y haciendo protagonistas a los habitantes del barrio.
Trabajo con Nación directamente, con la Secretaría de Integración Socio-Urbana. Soy como la pata de provincia dentro de la estructura institucional.
Articulamos con el Colegio de Arquitectos un concurso para los profesionales de la arquitectura, donde se piensen en los barrios de los bordes de los ríos y en las plazas del República, al borde del río de Juana Koslay, en el borde del Río Quinto de Villa Mercedes, colindante con el San José y Güemes y con las plazas del República, desde el río o esos sectores olvidados.
Pienso que las mujeres son las invisibilizadas, y las mujeres pobres más, son las que sufren las consecuencias de un modo de hacer urbanismo, que es patriarcal porque solo se puede recorrer en auto.
La ciudad también tiene que estar para el 50% de la población que somos las mujeres, las que no tenemos vehículo propio, las que nos movemos con bolsas de compras, con tres niños cargados y que tenemos que hacer traslados que no son directos.
Hay una autora, Marcela Lagarde, que plantea que el feminismo transforma las biografías. Yo creo que la mía la resignificó al 100%.
El desafío como familia, y también un desafío social, es asumir los cuidados de manera compartida y poder desarrollarnos integralmente en la profesión y en todos los ámbitos de la vida. Las dificultades de la vida cotidiana se cruzan con los anhelos personales.
El desafío en mi caso es compartido y eso hace hoy sentirme privilegiada. Espero que vayamos hacia una construcción social donde ese privilegio deje de serlo y se transforme en el común de los hogares.