Cuando de creer se trata
Por Raquel Weinstock
Creo que hay olvidos recordados, calles nunca antes caminadas. Caricias retenidas, cartas que nunca llegaron a destino. Silencios que gritan, gritos callados. Besos sin labios. Deseos sepultados. Nostalgia donde el tiempo no alcanza. Miradas en blanco y negro. Citas donde nos ausentamos. Esperas vanas.
Inviernos florecidos, veranos quebrados.
Sueños rotos. Utopías concretadas. Amores inconclusos. Amores manoseados, o heridos, sepultados. Penas cabizbajas, o simuladas. Penas penosas. Tristezas sin causas. Causales de tristezas. Días florecidos, horas de caídas.
Abrazos lujuriosos. Abrazos tristes, o de bienvenida o atroces despedidas que nos dejan para siempre sin adioses, consternados, con hematomas interiores que duelen.
Ventanas que nadie abre, en las noches estrelladas. Sin voces, sin música. Casas sin risas, sin aromas, sin niños y sin perros. Sólo una estructura gris que se sostiene sin amor, donde, apenas, un gato desde los techos las habita.
Creo, que hay besos apretados, besos abismales, o silenciosos, entrecortados, o de una tibieza que quema. Inolvidables. Repetidos o nunca dados. Besos jugosos como uva y también besos, infinitamente, tristes.

Y hay manos, rugosas, ásperas, suaves, viriles. Manos que aman, que expresan, que crean, manos que hasta pueden sostenernos el cuerpo, manos hacedoras, prodigiosas.
Y manos que hieren, golpean. Manos vacías.
Y hay ciudades, donde el amanecer es un abecedario corrupto y habitado. Lúgubres, húmedas. Que expulsan las ganas. O que nos llaman. Hay ciudades, donde las luces tapan titilando el cielo, y las lunas llenas no tienen ojos que las admiren.
Y hay otras, donde parece que las estrellas se nos caen, y que el azul del cielo nos ilumina los pasos, donde se huele el aroma del pasto cuando lo cubre el rocío, o el aroma tan noble y pacífico, de una hogaza de pan recién horneada. Donde los grillos y las ranas se disputan el escenario de la eternidad de la tierra húmeda, y al amanecer lo anuncian los gallos.
Hay ciudades, alejadas del reloj, de motores, de bocinas, de sirenas, de personas que no buscan su comida en las bolsas de basura, ni duermen en las calles o en un recodo de una esquina.
Digo, que sólo, a veces, podemos elegir y aún así equivocarnos. Otras nos dejamos elegir para bien o para mal. Pero nos está concedida la libertad, es de nuestra absoluta y definitiva responsabilidad.
No hay dogmas, que deban doblegarla, ni persona alguna que pueda arrebatárnosla.
Libertad de sentir, de decir, de callar, de llorar o reír.
Libertad de elegir, en qué lugar, dónde, cómo y con quién empezamos a seguir construyendo el lugar exacto del encuentro.