Alejandra Villegas (*)

Desde la cocina escuché el canturreo.

Se respondían unos a otros o al menos eso parecía.

La tarde estaba cayendo.

Decidí salir para entender el alboroto, y sobre el cielo naranja los vi llegar.

Esos pájaros de pecho amarillo, entre gorgojeo y aleteos, exaltados observaban una bandada de cardúmenes atravesando el cielo.

No viajaban solos, sobre un pejerrey sin alas montaba Pedro, su guía y guardián, lo vi en el momento exacto donde a contramano, se dirigía a orientar a los demás peces, que, por el alboroto de los pájaros, algo asustados, comenzaban a volar en otras direcciones.

Estaban de paso, se dirigían al norte, la temporada de migración había comenzado.

Pedro llevaba un traje de sastre, un gorro marrón para proteger su rostro del sol y se sujetaba de las riendas que había atado a la mandíbula superior de su pez, un pejerrey con los ojos un tercio de grande que su cuerpo entero.

Lo vi a Pedro cruzar el cielo, también lo vi al pez de ojos grandes retobar de rebeldía.

Vi los pájaros de pecho amarrillo gimotear por su pedazo de cielo. 

Con mi taza entre las manos y el sabor a té con leche en mi boca, guardé silencio.

Contemplé a Pedro atravesar el cielo bajo un atardecer naranja que se reflejaba sobre miles de escamas.

(*) Soy Alejandra Villegas, nací en San Luis, bióloga y lectora.