Editorial, Expresiones de la Aldea

La literatura, la cocina y los afrodisíacos…

EDITORIAL

“Una noche de enero de 1996 soñé que me lanzaba a una piscina llena de arroz con leche (vea la receta en la sección postres), donde nadaba con la gracia de una marsopa. Es mi dulce preferido -el arroz con leche, no la marsopa- tanto es así que en 1991, en un restaurante de Madrid, pedí cuatro platos de arroz con leche y luego ordené un quinto de postre. Me los comí sin parpadear, con la vaga esperanza de que aquel nostálgico plato de mi niñez me ayudaría a soportar la angustia de ver a mi hija muy enferma. Ni mi alma ni mi hija se aliviaron, pero el arroz con leche quedó asociado en mi memoria con el consuelo espiritual. En el sueño, en cambio, nada había de elevado: yo me zambullía y esa crema deliciosa me acariciaba la piel, resbalaba por mis pliegues y me llenaba la boca. Desperté feliz y me abalancé sobre mi marido antes que el infortunado alcanzara a darse cuenta de lo que ocurría.

A la semana siguiente soñé que colocaba a Antonio Banderas desnudo sobre una tortilla mejicana, le echaba guacamole y salsa picante, lo enrollaba y me lo comía con avidez. Esta vez desperté aterrada. Y poco después soñé…bueno, no vale la pena seguir enumerando, basta decir que cuando le conté a mi madre esas truculencias, me aconsejó ver a un psiquiatra o un cocinero. Vas a engordar, agregó, y así me decidí a enfrentar el problema con la única solución que conozco para mis obsesiones: la escritura.  

Después de la muerte de mi hija Paula, pasé tres años tratando de exorcizar la tristeza con ritos inútiles. Fueron tres siglos con la sensación de que el mundo había perdido los colores y un gris universal se extendía sobre las cosas inexorablemente. No puedo precisar el momento en que aparecieron los primeros pincelazos de color, pero cuando comenzaron los sueños de comida supe que estaba llegando al final del largo túnel del duelo y por fin emergía al otro lado, a plena luz, con unos deseos tremendos de volver a comer y a retozar. Y así, poco a poco, kilo a kilo y beso a seso, nació este proyecto.

En la parte que me toca a mí de este trabajo en equipo, se requiere investigación. No me estoy quejando. He descubierto en la vasta bibliografía a mi alcance más de alguna cosilla que no sospechaba…Escribí estas páginas en una habitación de mi casa, porque la principio no deseaba que los cúmulos de libros con ilustraciones explícitas estuvieran expuestos en mi oficina ante los ojos de mis virtuosas asistentes y de visitantes ocasionales. Como tampoco deseaba exhibir este material en mi hogar, lo tenía bajo llave, pero a medida que me he familiarizado con todas las posturas posibles y otras imposibles para hacer el amor, así como con cuanto artefacto, filtro, Bálsamo, loción, especie, hierba, droga, pluma de avestruz y caramelo en forma fálica que ofrece el mercado, los libros andan sueltos por todas partes y mis nietos, unas criaturas inocentes que aún no alcanzan la edad de la razón, juegan a hacer casitas con ellos, como si fueran los ladrillos perversos de otra torre de Babel…. De tanto verlos, ya nada me impresiona, ni a mis nietos tampoco”. 

Párrafos de “Afrodita. Cuentos, Recetas y otros Afrodisíacos” de Isabel Allende.