La Aldea Antigua, San Luis

El Bujía Martínez

Por Roberto Tessi

Su fina estampa resaltaba por su elegancia y estatura. Fernando Aguilar era conocido por todos como “El Bujía”, y el sobrenombre se debía a su permanente e inalterable atuendo de camisa blanca y pantalón negro y boina al tono. Alguien, alguna vez al verlo pasar dijo -parece una bujía champion-  fue tan festejada la ocurrencia que de ahí en adelante el apodo reemplazó al nombre para siempre.

Su ocupación eran las changas, desde alambrador a peón de albañil pasando por cualquier oficio donde se requiriera destreza con las manos y buen estado físico, siempre se lo encontraba parado por la 25 de Mayo, frente a la carpintería de los turcos Tanuz. A veces ligaba un trabajo por varios días y al cobrarlo lo festejaba con sus amigos en el bar El Rosedal, frente a la bomba de nafta del Automóvil Club, allá donde se terminaba la Villa y el Sur se presentaba como un inmenso mar sin orillas.

Pese a ser un hombre solo, se decía que un par de comadres muy cuyanas, lo recibían alternativamente en sus casas por las noches, donde lo cuidaban y consentían en sus gustos simples con la única fijación de conservar impecable de su atuendo. De su fama de “pata de lana” se tejían innumerables historias que lo ligaban a cuanta jubilada o pensionada del barrio, y sus detractores le cuestionaban esa inclinación a las mujeres de edad y más de una vez a sus espaldas alguien lo tildó de “mantenido”.

Foto: José La Vía.

Siendo una de las protectoras, una mujer muy madura, creyente, de misa diaria, novenario y procesión según la circunstancia, fue la que le inculcó la costumbre de invocar a distintos santos antes de iniciar cualquier tarea difícil, “El Bujía” no era muy versado en cuestiones religiosas pero respetaba desde el temor todo eso que le recordaba su madre.

Pasó una noche en “El Rosedal” después de estar tomando desde la siesta con unos paisanos que esperaban el colectivo de don San Martín que los llevarían a un campo cercano a La Angelina, el colectivo se cansó de tocar bocina y los dejó. Al hacerse la noche entre truco y picante de pollo siguieron tomando hasta el amanecer, “El Bujía” se levantó de pronto y con paso tambaleante se dirigió al improvisado palenque donde había atado su fiel caballo que estoicamente lo esperaba. Enganchó su pie en el estribo y al tratar de revolear su otra pierna para montar se dio cuenta que no tenía fuerzas, y ante algunos curiosos empezó a decir como una letanía….

San Isidro labrador… ¡Ayúdame…!, pero apenas si levantaba la pierna. -San Juan Bautista… ¡Ayúdame..!, sin resultado.-San Carlos Borromeo… ¡Ayúdame..! y así siguió invocando santos, hasta que tomando conciencia de la gente que se reunía, tomó mucho envión y pasó para el otro lado, cayendo a las patas del caballo ante las carcajadas de los presentes,…pero “El Bujía” sin levantarse profirió -No pechen todos juntos,…, ¡che..!